domingo, 11 de diciembre de 2016

Aniversario de Macri: un fracaso sobre sus propias premisas



Hasta los defensores del oficialismo deben reconocer que el gobierno de Macri llega a su primer aniversario en un cuadro de crisis política y económica de proporciones. El clima festivo que caracteriza la estética macrista ha dejado lugar a las peleas internas sobre el curso que debe seguir la coalición gobernante. El internismo ha invadido a los adalides de la nueva política. La coalición de gobernabilidad armada con la oposición, que facilitó la aprobación de las leyes fundantes del gobierno, no está rota pero ha quedado duramente golpeada.
De manera consecutiva, el oficialismo sufrió dos reveses en el Congreso: primero el rechazo a la reforma política que establecía el voto electrónico, y luego la votación del proyecto de Ganancias sobre los salarios de la oposición. A esta enumeración le falta sin embargo lo más grave. La bancarrota económica se ha agravado considerablemente, como lo prueban todos los índices de la caída de la producción, la construcción y el salario.
Como las desgracias vienen todas juntas, el triunfo de Trump en los EEUU ha precipitado un cambio de tendencias sobre la tasa de interés internacional, que al desarrollarse una tendencia alcista perjudica la piedra maestra del tándem Prat Gay-Sturzenegger: el endeudamiento, presentado eufemísticamente como la ´vuelta a los mercados´.

Premisas falsas

Es interesante constatar que el fracaso del gobierno es, antes que nada, el reflejo del error de sus propias premisas. Mientras Prat Gay afirmaba que la devaluación no traería consecuencias inflacionarias porque la economía ya funcionaba sobre la base del dólar blue, pero el dólar a $ 16 produjo un salto inflacionario que llevó la carestía al 45% anual. Para contener este Rodrigazo el gobierno se valió del BCRA para subir la tasa de interés y armar una bicicleta financiera. Para ello debió planchar el tipo de cambio generando una inflación en dólares que consumió buena parte del ´beneficio´ de la devaluación y agravó la recesión económica. La mentada ´autonomía del BCRA´, tan utilizada en la campaña electoral, derivó en una triplicación de la masa de LEBAC, que superaron ya los 700.000 millones de pesos, requiriendo un pago de intereses de 200.000 millones. El aumento de tarifas echó más leña al fuego de la carestía, pero no sirvió para reducir el déficit fiscal, que si se excluye los fondos robados a la ANSES y al BCRA ronda el 7% del PBI, por encima de la ´herencia recibida´ del kirchnerismo. El tarifazo, además, encareció los costos industriales, agudizando la caída de la producción industrial.
La eliminación de las retenciones prometida en la campaña electoral incrementó en pesos los beneficios de los exportadores, pero fracasó en su objetivo de mejorar la balanza comercial, que está casi en niveles negativos por la crisis brasilera y la tendencia a la recesión internacional. La reducción de salarios, que promedia un retroceso de 10 puntos durante el 2016, fue saludado por los capitalistas, pero contradictoriamente produjo una caída de la demanda afectando a los empresarios que dependen del mercado interno.
Las premisas falsas fueron el resultado de un error de caracterización. Contra los que decían que el problema de Argentina era de “impericia en la gestión anterior” se demostró que la cuestión de fondo remite a la crisis sistémica del capital. A pesar de que el gobierno es considerado ´amigo de los empresarios´ se agudizó la huelga de inversiones, en medio de reproches del propio presidente a su ´círculo rojo´. Pero con la industria funcionando al 60% de su capacidad instalada, ¿quién va a realizar nuevas inversiones productivas? El capital reclama para su valorización una mayor tasa de beneficio, lo cual en las actuales condiciones sólo puede lograrlo como resultado de una ofensiva general sobre la clase obrera, tanto en lo que se refiere a su salario como a las condiciones de trabajo. Pero esto tampoco es suficiente. La crisis plantea la necesidad de liquidar el capital sobrante, y proceder a una nueva centralización. En la realidad, esto conduce a choques y divisiones en el seno mismo de la clase capitalista.

Divisiones

Macri asumió con la anuencia de la clase capitalista. El apoyo a sus primeras medidas fue total. Tanto el gran capital imperialista como las distintas fracciones de la burguesía nacional saludaron la devaluación monetaria, el levantamiento del cepo y el arreglo con los fondos buitres. El acceso al financiamiento internacional y la libre disponibilidad para girar capitales fue el programa de unificación del capital. Pero esta unanimidad ya es parte del pasado. Macri llega a su primer aniversario en un cuadro de división de la burguesía, que amenaza socavar su base social.
Quien tiró la primera piedra fue el ministro Lavagna, al advertir que la economía marcha al “colapso”. Lavagna es una opinión interesada. Como lobista del grupo Techint y de la UIA, cuestionó el “atraso cambiario”, las altas tasas de interés del BCRA y el creciente endeudamiento para cubrir el déficit fiscal. Sin riesgo a equivocarse, los funcionarios del gobierno lo acusaron de promover una nueva devaluación, que lleve el dólar por encima de los $ 20.
La crisis mundial, y su manifestación mediante una agudización de la guerra comercial, financiera y monetaria hacen tambalear a la débil burguesía nacional. En el último cónclave de la UIA se reclamó de manera unánime que el gobierno no le conceda a China el status de “economía de mercado”, porque eso significaría que el país no puede colocar trabas a sus importaciones. Detrás de ese reclamo está otra vez Techint, que teme que la producción excedente de las acerías de China se coloque a precio vil en el país, mandando a la quiebra a Tennaris. Reclamos similares vienen de la industria del calzado, textil y del juguete. Esta posición choca con el sector agrario, que coloca mayormente sus productos, incluido el aceite de soja del que Argentina es el principal productor mundial, en China. Ante el agravamiento de la crisis mundial el gobierno pretende que el país asiático actúe como financista de ciertas inversiones, como ser las represas de Santa Cruz.
Ante estas divisiones crecientes el gobierno actúa a tientas. Cuando pareció decidido a impulsar junto con Brasil un acuerdo de libre comercio con los EEUU se encontró con el triunfo de Trump, cuyas posiciones proteccionistas van en un sentido contrario. En un sentido similar debió archivar un acuerdo con la Unión Europea luego del triunfo del Brexit. Volvió a virar hacia China, con las consecuencias recién señaladas. En el primer aniversario, el GPS del gobierno se ha quedado sin señal.

Ser o no ser

Esta división tuvo su correlato en el plano político. Sin mayoría parlamentaria, el gobierno se valió de una coalición con la oposición para aprobar los principales proyectos de ley. El massismo y el FPV levantaron la mano para dar el sí al pacto con los fondos buitres y, más recientemente, el Presupuesto 2017. La burocracia sindical aportó lo suyo, dejando de lado incluso hasta el recurso gastado de los paros aislados.
En oposición tanto a los que caracterizaban que había un pacto de gobernabilidad de largo aliento, como a quienes creían que el peronismo iba a querer desestabilizar a Macri, el Partido Obrero calificó a este régimen como una “coalición a la carta”, destacando su carácter inestable que obligaría al gobierno a negociar ley por ley. Los choques ocurridos en los últimos días en el Congreso, como ser el rechazo a la reforma política para implementar el voto electrónico o el proyecto sobre el impuesto a las Ganancias sobre el salario, son la expresión política de las divisiones que surcan a los capitalistas.
Los límites de estos choques están dados no sólo por los intereses antiobreros que abarcan a todo el arco de la política patronal. Sucede que además ni Massa, ni los Pichetto e incluso Cristina Kirchner, están interesados en precipitar la salida del gobierno macrista. La “defensa de la gobernabilidad” se ha convertido en una cuestión que envuelve a todas las formaciones políticas, lo que no deja de ser un reflejo de que la bancarrota económica se combina con una crisis de poder. Nuestra caracterización de que el macrismo carece de las condiciones políticas para manejar la crisis y avanzar sobre una ofensiva general contra los trabajadores es compartida, incluso, por elementos destacados del oficialismo. Las declaraciones de Monzó reclamando sumar peronistas al gobierno son una confesión de que existe una conciencia sobre los límites insalvables del macrismo.
La marcha de un gobierno de coalición, sin embargo, choca con las divisiones en el interior de la clase capitalista. Para el macrismo sería la confesión de su orfandad política. Para la oposición, que debe preparar una presentación independiente en las elecciones del año que viene, significaría asumir el costo por una política oficial que no va a ningún lado. En este cuadro, la variante más probable es que tanto oficialismo como oposición oscilen durante todo un período entre las tendencias al compromiso y a la ruptura. Claro que esto puede derivar en un impasse de ambos, justamente en momentos donde se agudiza la bancarrota económica tanto nacional como internacional. Siempre es importante tener en cuenta que las decisiones y maniobras de los partidos o fracciones son un factor secundario frente a la marcha implacable de la crisis.

Doble aniversario

Cuando muchos se habían apresurado a afirmar que el triunfo del derechista Macri había cancelado definitivamente el período abierto por el Argentinazo de diciembre del 2001, la incapacidad del macrismo para hacer frente a la bancarrota económica ha llevado a más de uno a advertir que la historia se puede repetir. Por caso, la ensayista Beatriz Sarlo afirmó que una derrota electoral del gobierno podría precipitar una salida anticipada; lo mismo señaló Duhalde, un experto en conspiraciones de todo tipo. Hasta el oficialista Clarín avizora que a Macri le puede esperar el “final triste a bordo de un helicóptero”. Como se ve, la coincidencia del primer aniversario del gobierno de Macri y los 15 años del Argentinazo no es sólo una cuestión de calendario.
Desconociendo estas evidencias una parte de la izquierda aborda la situación política con un ángulo conservador. El rechazo a la caracterización histórica de que la bancarrota capitalista es la partera de los grandes cambios políticos y de las situaciones revolucionarias, ha sido el sustrato teórico de su adaptación al régimen político.
En el extremo, una parte de esta izquierda ha llegado incluso a pactar con Macri una paz social durante todo su mandato. Es gente que no ha aprendido nada, porque en buena medida son los mismos grupos políticos que se pusieron en la vereda de enfrente del Argentinazo hace 15 años atrás.
Pero el tiempo transcurrido no ha sido en vano. La clase capitalista trató de conjurar la rebelión popular del 2001 mediante el recurso gastado de los gobiernos ´nacionales y populares´. Que se haya valido para ello de la camarilla K, rabiosamente menemista en los 90´, sólo prueba que las necesidades históricas se imponen sobre los aparatos.
Un proceso similar, aunque con sus matices y diferencias, ocurrió en toda América Latina. El derrumbe de los Kirchner, Lula y cia. tiene un alcance revolucionario, porque significa que ante esta nueva fase de la crisis la clase capitalista tendrá enormes dificultades para jugar otra vez la carta de los nacionales y populares. Las diferencias no terminan allí. Ocurre que si bien en el 2001 el movimiento piquetero era un protagonista actuante de la lucha de clases, la izquierda no lo era como referencia política general.
La existencia del Frente de Izquierda desde el 2011 a la fecha es un dato insoslayable del proceso político. El acto masivo en la cancha de Atlanta, con más de 20.000 personas, es la respuesta positiva ante el impasse del macrismo, la desintegración del kirchnerismo y la profundización de la bancarrota económica.
La clave es desarrollar este proceso político interviniendo en todas las fases de la crisis política para reagrupar a los trabajadores como alternativa de poder.

Gabriel Solano

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