viernes, 9 de diciembre de 2016

El síndrome del avestruz y la escuela pública

Quizá lo que exprese en este breve texto no agrade a muchos, pero a mis 73 años de edad tengo necesidad de decirlo. Podría partir la siguiente reflexión desde diversos lugares, aunque al necesitar precisar, comenzaré por uno de ellos.
Si indagamos el posicionamiento de los miembros que constituyen el actual gobierno es fácil entrever su objetivo: centrar la educación en la evaluación. ¿A quiénes evaluar?: a docentes y alumnos, para desde allí generar una gran reforma laboral, según el supuesto mérito individual, modificando radicalmente el Estatuto del Docente. Es una tendencia en toda América Latina (exceptuando a Cuba):
La evaluación a los alumnos es para demostrar que solamente los sectores privados son eficientes y, por ende, los únicos que deben recibir los dineros del Estado para la educación, en primer lugar son las ONGs y Fundaciones sostenidas por empresas multinacionales, por la banca multilateral, por los EE.UU. y el mercado que constituye a la Unión Europea.
La evaluación a los docentes para (tomo como referencia solamente un caso, el de México) frente a una computadora demostrar que se “conoce” lo que se pretende desde el poder que se conozca, modalidad básica de acceso a los cargos y horas de clases, para la permanencia en los mismos e incremento salarial por productividad. Pareciera que responder “correctamente” a preguntas que aparecen en la pantalla de una máquina computadora sería indicadora de una relación personal digna y enriquecedora de humanidad entre maestros y alumnos dentro de contextos de pobreza existencial. Obvio, esto último es totalmente falso. Responder ante una máquina no se homologa a la relación personalizada en las clases del aula escolar.
Sin embargo, ni la academia universitaria pública con poder, ni los sindicatos con poder, ni una ni otro, intentan establecer un debate público al respecto durante todo el año 2016:
La academia, salvo algún artículo perdido en algún diario, nada dice.
Los sindicatos solo se preocupan fundamentalmente por el salario de los docentes y por el presupuesto financiero para el sistema escuela.
En general, ambos se pronuncian con alguna crítica débil ante hechos consumados. Todo ello más un agravante: la escuela pública, considerando a los grandes sectores populares, tiende a generar egresados semianalfabetos, mientras que las jóvenes camadas de maestros, salvo excepciones, egresadas de las instituciones de formación docente tienen dificultades para interpretar textos con algún mínimo grado de complejidad. Existe una reacción ante los hechos consumados, pero no una crítica propositiva que implica el reconocimiento de las falencias y posibles alternativas concretas (dejando de lado los inútiles “versos” pedagógicos) de superación.
Es entonces que la derecha más reaccionaria pretende hacerse cargo de la “salvación” de una escuela que ella misma contribuyó a destruir. Sería como si yo tuviera un automóvil que es destruido por una tercera persona, pero luego me exigiría conducirlo con la mejor “eficiencia”, que sería evaluada. ¡Ojo!, por ahí llego a destino, es lo que decimos “lo arreglamos con alambre”. Y hay maestros que lo “arreglan todo con alambre”, por su espíritu de vida, sin embargo, de manera personal o comunitaria, dentro de un sistema que tiende a “chuparlo”, anularlo.
Estamos en un sistema de poder corrupto y, lamentablemente, la desorganización familiar que produce, en virtud de la exclusión laboral, lanza a los miembros del grupo familiar a la intemperie, sin sostén ni contención. La histórica corruptísima deuda externa y la fuga de dólares desde 1976 hasta la actualidad son el principal problema económico político macro de Argentina, bomba “chupadora” hacia fuera de nuestro país del sudor y sangre del trabajo de los grandes sectores populares. Ello no es inocuo en la constitución familiar, ya que debilita su identidad y deja a sus miembros en la posibilidad de ser atrapados por la desesperanza en tanto sienten que la propia vida vale poco o nada, y si no se valora la propia vida, menos la del otro. Tampoco es esto inocuo en el sistema escuela.
La crisis del 2001, consecuencia del poder económico reinante desde la última dictadura genocida cívico-militar, tiene hoy en las jóvenes generaciones populares su consecuencia: destruí el automóvil, le exijo al conductor eficiencia en el manejo y luego evalúo su eficiencia. ¿Acaso no hay perversión ética aquí? En estas condiciones, ¿es lícito centrar las políticas educativas meramente en la evaluación a docentes y alumnos?: absolutamente NOOO.
Ante lo expuesto, necesitamos de una academia y de un sindicalismo que superen el síndrome del avestruz, que esconde su cabeza cuando le sucede lo que no desea y reacciona nada más que ante hechos consumados. Necesitamos reconocimiento de la problemática pedagógica y propuestas superadoras que se adelanten e intenten dar batalla contra la mercantilización de la escuela pública. Más aún, necesitamos que las mismas instituciones donde se forman los maestros no sean convidadas de piedra, donde al respecto reina el silencio y la mudez, donde la palabra no se ha pronunciado con el riesgo de no pronunciar carnalmente la propia humanidad.
El interrogante que inquieta es el siguiente: “¿qué acontecerá?”.

Miguel Andrés Brenner

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