martes, 27 de diciembre de 2016

Diciembre de 2001 y el presente



Quince años de una crisis que muchos quisieran olvidar y se empecina en aparecer en el instante de peligro.
Un estudio de opinión reciente del consultor Gustavo Córdoba arroja resultados verdaderamente reveladores. A un año del experimento de Cambiemos, un 60% de los argentinos considera que Mauricio Macri hizo menos de lo que esperaba, un 65% se siente incómodo o muy incómodo y casi un 60% lo ve débil o muy débil para tomar las resoluciones que la economía requiere. Finalmente, un 70% de los que respondieron el cuestionario evalúa que es lento o muy lento para resolver los problemas de los argentinos.
Sin embargo, un porcentaje significativo sigue respaldando a Macri o esperando que la situación mejore. Para Gustavo Córdoba esto se explica porque: “En realidad la gente no está pensando para atrás, haciendo un análisis retrospectivo de la gestión o del desempeño gubernamental. Todavía está en una etapa de proyección de deseos o aspiracional. Es tan fuerte todavía el recuerdo del kirchnerismo como modelo contrapuesto, que mucha gente todavía cree que lo que votó en algún momento va a ser realidad.”
Tanto los números como su fundamento permiten plantear una conclusión preliminar: las grandes adhesiones a los referentes y partidos políticos tradicionales se basan en una especie de “consenso negativo” de rechazo hacia el otro, antes que en un apoyo entusiasta a quienes dicen respaldar y menos a su programa político o de gobierno.
La crisis que explotó hace 15 años en las jornadas de diciembre de 2001 prácticamente destruyó la representación política tradicional.
El radicalismo se hundió a niveles insospechados para el histórico partido y el peronismo sobrevivió al amparo del manejo de aparatos estatales y territoriales y a condición de ser “escondido” tras bambalinas en los primeros años de la experiencia kirchnerista.
El “homenaje” que tanto el kirchnerismo como el macrismo hicieron a la existencia latente de esa “crisis de representación”, es que construyeron sus relatos para la opinión pública como los outsidersque nunca fueron: unos habitaron siempre el corazón del peronismo y el otro es parte de una familia tradicional del empresariado local. Sin embargo, construyeron su imagen, unos como almas bellas venidas del sur patagónico sin responsabilidades pasadas ni futuras o el otro como un exitoso entre preneur que quiere ordenar las cosas porque no le interesa la política.
Pese a la meticulosa restauración y reconstrucción que llevó adelante el kirchnerismo, el peronismo es hoy una federación de caudillos, parafraseando Ricadro Sidicaro, “con cada vez menos recuerdos en común”. Incluso con menos territoriosy ascendencia en baja sobre los sindicatos. Una realidad que empeoró luego de la derrota electoral del año pasado. Una muestra paradojal de esta situación es que la fracción que detentó el poder del Estado durante doce años es hoy una minoría rechazada dentro del universo peronista.
El acuerdo que terminó firmando el Gobierno por los cambios en el impuesto a las ganancias fue significativo: los cerraron con los sindicatos, el peronismo político tuvo su segundo de gloria parlamentaria y unidad, para terminar cediendo protagonismo a manos de los que detentan un poder real por controlar las organizaciones más poderosas de la “sociedad civil”.
El radicalismo se redujo a partido soporte de la nueva coalición y controla algunos territorios. Pese a eso sigue siendo clave para Macri que –con excepción de María Eugenia Vidal– no tiene gobernaciones del PRO “puras”. Por eso todavía respalda la detención ilegal de Milagro Sala por parte de Gerardo Morales en Jujuy, pese a la condena de varios organismos internacionales e incluso la crítica de los referentes mediáticos más a fines.
Las elecciones del año que viene, en un marco de deterioro económico interno y un mundo que amenaza con viento de frente, son una lotería para casi todos a los que hace quince años se les gritaba que se vayan. El peronismo dividido y sin jefatura clara y Cambiemos con amplias posibilidades de poner en riesgo varios de sus inesperados triunfos, entre ellos, el más seguro: la “meca” de Córdoba.
En una entrevista reciente para el portal La Política Online, el encuestador y analista Hugo Haime afirmaba: “La dirigencia tiene miedo de 2001. Los gobernadores piensan que si a Macri le va mal, les va mal a todos. No quieren encontrarse con el 2001 porque saben que se los lleva puestos también a ellos. Por eso, lo van a sostener a Mauricio hasta el último día. El tema para la oposición y para el peronismo es cómo ganar las legislativas del año que viene sin poner en peligro la gobernabilidad”.
Cuando una fracción de la casta dirigente tiene miedo a ganar una simple elección porque ese sólo hecho pondría en riesgo la gobernabilidad, confiesa las bases endebles en las que se sustenta su representación política.
El fantasma del 2001, una crisis que desató un movimiento social que fue contenido, más no revertido, sigue latente e irrumpe como un traumaa los que mandan en la Argentina.
En sus reconocidas Tesis de Filosofía de la Historia, Walter Benjamin escribe una de sus reflexiones más conocidas y citadas: “Articular históricamente el pasado no significa conocerlo como verdaderamente ha sido sino adueñarse de un recuerdo tal como éste relampaguea en un instante de peligro”.
Para los dueños del país y sus representaciones políticas, el 2001 fue el año en que estuvieron en peligro, por eso relampagueó en varios presentes de estos tiempos. No fue conocido como verdaderamente ocurrió y mucho menoshan podido lapidar elrecuerdo de ese hecho maldito inauguró el nuevo siglo.

Fernando Rosso
Diario Alfil

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