domingo, 19 de febrero de 2017

La Argentina rebelde que celebró al maestro



“Este señor es como un héroe para los que estamos acá”. La explicación de una mujer a su hija resumió el clima del homenaje de familiares, amigos y admiradores ayer a la tarde en una plaza de Belgrano. Hubo música, respeto y valores compartidos.

“Estas reuniones deberían hacerse más a menudo. Las reuniones de la solidaridad. Las reuniones del conocimiento. Las reuniones de la amistad. De hablarnos, conocernos. De decirnos nuestros problemas, los problemas del país. De tratar de resolverlos. La cosa positiva, el progresismo: el progresismo verdadero. El respeto de la libertad de todos es el respeto de la igualdad. Queridos amigos, muchísimas gracias por todo esto. Ha sido un día muy feliz para mí”. Las palabras de Osvaldo Bayer en agradecimiento por el festejo y la enorme convocatoria que tuvo lugar en la plaza Alberti del barrio de Belgrano fueron breves. Contundentes, pero breves. En esas pocas líneas, sin embargo, pudo resumir las ideas, los ideales, las batallas que lo ocuparon durante toda su vida hasta el día de hoy. Y que lo siguen ocupando. En una plaza colmada de amigos, familiares, colegas y admiradores, el escritor, periodista, historiador, guionista, poeta, pensador y columnista de PáginaI12 Osvaldo Bayer festejó ayer su cumpleaños número noventa.
La cita era a las cinco de la tarde, pero desde bastante más temprano empezó a juntarse gente que se acercó a celebrar y formar parte de la fiesta. La organización del evento estuvo a cargo de la familia de Ayer: hijos y nietos iban de acá para allá, ultimando detalles técnicos y operativos. Frente al escenario se desplegaron un par de filas de sillas de plástico y, más atrás, lonas, pareos, mates, cervezas, facturas, bizcochitos. El público se fue acomodando. A un costado del escenario se veía un cartel del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (Sipreba) con la inscripción “Al maestro Osvaldo Bayer, periodista al servicio del Pueblo, compañero, trabajador de prensa y secretario general Honorario del Sipreba). Un poco más al costado, la Cátedra Libre de Derechos Humanos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, de la que el historiador fue el primer profesor titular, colgó una detallada cronología con datos e hitos desde su creación, en 1994, hasta la actualidad. Tanto el Sipreba como la cátedra apoyaron la convocatoria y estuvieron a cargo del buffet con alimentos y bebidas a precios populares, cuya recaudación fue toda para el fondo de huelga de los trabajadores de AGR-Clarín.
Poco antes de las cinco y media, un remolino de gente en la esquina de Arcos y Roosevelt anunció la llegada del homenajeado. En silla de ruedas, se fue abriendo paso rodeado de personas que lo aplaudían, le querían dar un beso, la mano, una foto, unas palabras, una sonrisa. La vuelta a la plaza se hizo al grito de “¡Grande, maestro!”, “¡Osvaldo, Osvaldo!”, “¡Te queremos!”, “¡Gracias!” y el primer “Que los cumplas feliz” de la tarde. Finalmente, tomó lugar enfrente del escenario, escoltado por Mirta Acuña de Baravalle y, minutos más tarde, Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Frente a él, una mesita de madera, un vino y unas copas. Esa mesita se iría llenando de regalos: un frasco de miel, unas fotografías, un cuadro con una caricatura de él vestido con la remera de Rosario Central, una camiseta firmada por todos los jugadores del club, tarjetas, libros, cartas, claveles rojos. Desde el preciso momento en que se ubicó en su lugar, no paró de recibir a cada persona que se acercaba a darle un beso, pedirle una selfie, que le firmaran un libro. Un incesante desfile de quienes lo leen y lo admiran, de quienes lo conocían personalmente y de los que no. Breves palabras al oído. La mirada firme, las manos abiertas. Para cada uno, un gesto de gratitud y de cariño.
Apartada, un poco atrás, un poco al costado de la improvisada platea de sillas plásticas, una mujer rubia, de pelo corto y anteojos, empuña un cartel hecho con fibrones rosa y celeste, en una hoja A4 prolijamente recubierta con celofán y sostenida con una varilla de madera: “Feliz cumple, Osvaldo Bayer. La Argentina rebelde te da las gracias y te saluda”. No le importa que la vea. Tampoco le importa acercarse. Está ahí, con expresión satisfecha y agradecida. La mujer del cartel se quedará en ese lugar, quieta, sonriente, emocionada. Una nena de alrededor de cinco años le pregunta a su mamá quién es ese señor tan viejito y por qué está toda esta gente hoy en esta plaza: “Ese señor es como un héroe para todos los que estamos acá. Hoy cumple años y venimos a saludarlo”.
“Tango y anarquía. Música para los ideales. Igualdad en libertad. Cantar a la madre pobre y soltera del barrio, al niño con hambre, al obrero preso. El canto y el baile como protesta. La palabra. La música. La poesía para cantar el derecho al trabajo. Al amor a la familia, a la compañera de vida y a los ideales. Fraternidad: todos los hombres somos hermanos, por eso no puede haber pobres ni ricos”, con estas palabras recitadas por el propio Ayer abre Tangos Libertarios, disco que grabó el Quinteto Negro La Boca con letras del escritor, basadas principalmente en dos de sus libros/investigaciones fundamentales: Los vengadores de la Patagonia trágica y Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia. Esas líneas incompletas condensan el pensamiento de este hombre que dedicó la vida a contar de todas las maneras posibles, y en cada oportunidad que tuvo, las injusticias del pasado para luchar contra ellas en el presente. El Quinteto Negro La Boca fue el encargado de dar comienzo a la larga lista de artistas que participaron. Pasaron el Coro de la Tecnicatura en Música Popular de la Ex ESMA, la Orquesta Argentina de Charangos, Horacio Fontova, Jaime Torres, el actor Claudio Bevilacqua y la banda Arbolito. Sobre del escenario, las banderas de los Pueblos Originarios. Delante, la de Rosario Central. Sobre la mesita, finalmente, la torta con el escudo del club de sus amores. Alrededor de él, hijos, nietos, bisnietos y pueblo cantaron el feliz cumpleaños. Una vez más.
En una entrevista publicada por este diario hace algunos meses a propósito de la reedición de varios de sus libros, Osvaldo Bayer anunció que, para el festejo de los noventa, quería “tirar la casa por la ventana”. La casa quedó chica y la ventana bastante cerca: “El Tugurio”, tal es el nombre que su amigo Osvaldo Soriano le puso a su residencia de Arcos esquina Monroe, no habría alcanzado para albergar a tanta gente, tanto reconocimiento y tanto amor. Porque, en definitiva, el cartel de la mujer rubia y quieta y emocionada decía una verdad: la Argentina rebelde le da las gracias y lo saluda. Y esa Argentina rebelde, afortunadamente, no entra en una casa.

María Zentner

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