lunes, 13 de febrero de 2017

A cinco años de la muerte de Luis Alberto Spinetta



Recientemente, el guitarrista Héctor Starc recordó en un programa de televisión un interesante episodio en la vida de Luis Alberto Spinetta. Con apenas dieciocho o diecinueve años, éste se plantó frente al poderoso sello RCA Víctor y defendió a capa y espada la que finalmente terminó siendo la carátula del primer disco: la del hombre con una flecha en la cabeza y al que le cae una lágrima, que él mismo dibujó. Una ilustración que la compañía boicoteó porque contravenía los criterios de la época y resultaba poco comercial.
Spinetta fue intransigente en la defensa de su obra hasta que -ya consagrado- las compañías se dieron por vencidas con él.
Y fue un inventor. Forjó un universo creativo que significó una profunda ruptura con la música más superficial y condescendiente de mediados de los '60. Por eso, suele incluirse a Almendra en una trilogía inicial -junto a Manal y Los Gatos- que fundó lo que se conocería pronto como el rock nacional.
Spinetta levantó el vuelo intelectual de las letras y desarrolló una poesía que se paseó desde lo simple hasta el surrealismo.
Pero sobre todo, Spinetta fue un músico. Un autodidacta, profundamente conmovido por The Beatles, que hasta hoy se estudia en los conservatorios por la complejidad y la originalidad de sus composiciones. Aquel primer disco de Almendra ya contenía esa marca registrada: las armonías con séptimas aumentadas, el uso de los acordes disminuidos y semidisminuidos, la inusual manera de tensionar y resolver.
Aunque nadie pudo alcanzarlo, muchas de las bandas más exitosas y populares del rock (de Soda Stereo a Divididos) lo reverenciaron y fueron influidas por él. El disco “Artaud” (1973) fue elegido por la revista Rolling Stone en 2007 como el mejor disco de la historia del rock nacional en una encuesta de la que participó mucha gente vinculada a la música.
Almendra, la banda de la adolescencia que Spinetta compartió con otros músicos notables (Emilio Del Guercio, Edelmiro Molinari y Rodolfo García), tuvo lugar para incluir, bajo el predominio del rock, elementos del folclore (“A estos hombres tristes”) y del tango (“Laura va”, donde el bandoneón corresponde a Rodolfo Mederos). Su canción más conocida, “Muchacha ojos de papel”, es el canto fascinado de un joven que se enamora por primera vez. Menos conocido, en cambio, es que en ocasión de esa ruptura sentimental Spinetta compuso una canción de acento defraudado, el “Blues de Cris”, mucho más oscuro musical y líricamente, aquel que sentencia que “atado a mi destino / sus ojos al final olvidaré”. Aquellos famosos 'ojos de papel' y aquel famoso 'corazón de tiza'.
Pescado Rabioso, la banda bajo la cual grabó aquel blues, marca precisamente un punto de inflexión en su vida y obra: el uso de la escala pentatónica, el rock pesado, el influjo del ácido lisérgico. Por aquella banda pasaron grandes artistas como Carlos Cutaia, Black Amaya, David Lebón y el “Bocón” Frascino.
Le siguió una prolífica carrera sin puntos bajos: Invisible, Spinetta Jade (donde la pasión por el jazz se instala para no desaparecer jamás), y una cosecha de discos solistas que van a introducir en su peculiar mundo armónico el pop (como en “Privé”) y nuevas influencias sonoras. En los '80 grabó un disco junto a Fito Páez y quedó trunco un proyecto común con el otro coloso del rock, Charly García, encuentro del que se conserva sin embargo la canción “Rezo por vos”.
La lírica de Spinetta fue más bien distante de los hechos políticos y cuando los abordó lo hizo de una manera críptica, sujeta a diversas interpretaciones. En la alusión a que “ni una triste sombra quedará”, de “El Anillo del Capitán Beto” (1976), algunos vieron una alusión a la dictadura militar. Sí es cierto que “El jardín de los presentes”, el disco que contiene esa canción, es el disco más triste de su banda Invisible y es el que recoge una mayor influencia del tango. Esto fue un rasgo de la época: el rock también padeció la dictadura. En los primeros años de aquella época sombría cobró un fuerte desarrollo el rock progresivo y sinfónico, poco afecto a las letras y abstruso.
La obra de Spinetta se centra en preocupaciones filosóficas y en temas como el amor, la libertad y la inmensidad. “Barro tal vez”, grabada en 1982, es la zamba desgarradora de una persona de 15 años que grafica el traumático pasaje de la niñez a la adolescencia: “esta es mi corteza donde el hacha golpeará / donde el río secará para callar”.
No se involucró demasiado en política. Se le conoce un fugaz paso por las JAEN de Rodolfo Galimberti a fines de los '60 y participó del festival por Malvinas en 1982. Dedicó su canción “Aguila de trueno” (grabada en 1982) a Tupac Amaru y “Maribel se durmió” (1983) a las Madres de Plaza de Mayo. Y dedicó “Crisantemo” (2005) a los desaparecidos del colegio Carlos Pellegrini.
Las pocas referencias políticas explícitas en la obra de Spinetta están hechas con gran belleza. Como en “Bosnia” (1997), donde bajo el telón de una guitarra que chilla en sus solos Spinetta habla de un país devastado “donde un ángel cierra sus alas y llora”, en plena época de la guerra de la ex Yugoslavia. Aquel tema fue grabado por el power trío Los Socios del Desierto.
Los últimos años de la obra del autor de “Lago de forma mía” estuvieron marcados por la misma complejidad armónica y una fuerte inclinación por el jazz. Le puso voz a la naturaleza en “Para los Arboles” (2003).
Siendo muy joven, Spinetta conoció a Tanguito, una leyenda del rock que legó pocas pero hermosas canciones como “La Balsa” y “Amor de primavera”. De él, Spinetta supo decir -en un recital inédito de 1981 en Río Gallegos- que su arte tenía la capacidad de “herir, pero herir bien, hendir los sentimientos de la gente”. Una definición que vale también para este enorme artista que, a pesar de los años, sigue siendo admirado, disfrutado y estudiado.

Gabriel Martinez

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