sábado, 28 de enero de 2017

El legado de la dictadura siempre vuelve a escena

Las Abuelas de Plaza de Mayo dieron el 10 de septiembre de 2008 una de esas noticias con las que, periódicamente, reconfortan a la sociedad argentina y hacen presente el doloroso legado de la dictadura militar. Habían encontrado a otro –el número 95- de sus nietos robados y ocultos durante décadas bajo una identidad falsa.
Era Federico Cagnola Pereyra, hijo de Liliana Pereyra y Eduardo Cagnola, ambos secuestrados y desaparecidos en 1977, cuando ella estaba embarazada. El bebé había nacido en el más emblemático centro clandestino de detención, tortura y exterminio de la época y entregado a una familia que lo crió bajo el nombre de Hilario Bacca.
Sin embargo, hoy, al cabo de una larguísima batalla judicial que aún no terminó, Federico Cagnola no existe más. El nieto 95 acaba de conseguir que la justicia lo autorice a conservar el nombre de Hilario Bacca, para indignación de las Abuelas.
Es la primera vez que la justicia toma una decisión así, que recordó a los argentinos que las heridas de la dictadura (1976-1983) todavía están lejos de cerrarse.
“Pido a alguien que se ponga en mis zapatos. A esta altura de mi vida, en democracia, me quieren hacer desaparecer como Hilario Bacca y quieren hacer nacer un Cagnola Pereyra que, para mí, no existe. Es terrible”, dijo el afectado, que en febrero cumplirá 39 años.
Pero las Abuelas no tienen dudas de que esta decisión significa convalidar los delitos de lesa humanidad cometidos por los militares y los civiles que colaboraron con ellas.
En un comunicado afirmaron el 6 de enero que la sentencia “ha vulnerado los derechos de los familiares de Eduardo Cagnola y Liliana Pereyra y constituye una afrenta a su memoria. Se pretende una legitimización del despojo que sufrieron a manos del terrorismo de Estado y de sus apropiadores”.
Hasta ahora, son 121 los nietos recuperados, mientras permanecen desaparecidos unos 300, según los datos de las Abuelas, que desde 1977 luchan por devolver a sus familias a los niños robados durante la dictadura. En total, su represión dejó 30.000 personas muertas y desaparecidas, según cifras de organizaciones humanitarias.
Los apropiadores de Hilario, justamente, fueron condenados en 2013 a seis años de prisión al cabo de un juicio en el que confesaron que recibieron el bebé recién nacido, en febrero de 1978, y que lo inscribieron como su propio hijo biológico gracias a un médico que firmó un certificado de nacimiento falso.
“Me siento un títere en medio de cuestiones políticas y acusaciones generalizadas, dijo en aquel juicio Hilario, que ahora pide que no se mezclen sus confusos sentimientos con respecto a su identidad con el delito cometido por sus apropiadores: “El proceso de mis padres (así los sigue llamando) ya terminó y están condenados. Quiero que se dejen de mezclar estas dos cuestiones”.

Un caso que resume una práctica criminal

Lo sucedido en este caso, de acuerdo a lo reconstruido en el juicio oral, es un buen ejemplo de las prácticas y de la magnitud de los crímenes cometidos por la dictadura argentina.
Liliana Pereyra y Eduardo Cagnola se conocieron mientras estudiaban Derecho en la Universidad de La Plata y se integraron a la organización guerrillera Montoneros. En octubre de 1977, cuando fueron secuestrados en la ciudad de Mar del Plata, él tenía 22 años y ella 21 y estaba embarazada de cinco meses.
A comienzos de 1978 la trasladaron a la entonces Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) de Buenos Aires, el centro clandestino que estaba a las órdenes del almirante Emilio Eduardo Massera, ubicado a pocas cuadras del estadio de River Plate, donde la selección argentina de fútbol se consagraría como campeona mundial pocos meses después, en medio de la euforia popular.
“En la ESMA funcionaba una maternidad, donde era muy común que trajeran a embarazadas de otros centros clandestinos para parir. Los bebés permanecían muy pocos días con sus mamás. Luego se los sacaban y les decían que se lo entregarían a sus familiares. Por supuesto, esto era mentira: les daban los bebés a otras familias, para que crecieran con otra ideología”, contó Miriam Lewin, sobreviviente de la ESMA y hoy conocida periodista del Canal 13 de televisión.
“Recuerdo que vi Liliana Pereyra con un camisón azul, en la ESMA. Estaba embarazada y no pude hablar con ella. La reconocí cuando vi fotos de desaparecidos, ya en democracia”, agregó en diálogo con IPS.
Al bebé de Liliana Pereyra se lo llevó Antonio Minicucci, un oficial del Ejército, a su departamento en el barrio porteño de Palermo.
Su esposa, Inés Graciela Lugones, ya había pensado en dáselo a una amiga suya que tenía una hija de cinco años, pero quería agrandar la familia y no lograba quedar embarazada. La llamó por teléfono y entonces Cristina Mariñelarena, médica, y su esposo José Bacca, arquitecto, fueron rápidamente a buscar al bebé, que estaba en un moisés blanco en la cama de Lugones y Minicucci.
Esa noche los dos matrimonios cenaron juntos. Bacca y Mariñelarena estaban emocionados pero, según declararon, no preguntaron el origen del niño, porque Lugones se los había prohibido.
En abril de 1978 lo bautizaron en una iglesia de City Bell, cerca de la ciudad de La Plata, a poco más de 50 kilómetros de Buenos Aires. Lugones y Minicucci, quien falleció en 1997, se convirtieron en sus padrinos.
Recién en 2005, organizaciones de derechos humanos tuvieron la información de que Hilario Bacca era probablemente hijo de desaparecidos. Se comunicaron con él y le propusieron que se hiciera un estudio genético, pero él no quiso. “Si me separo de mí, te llamo a vos”, le dijo Hilario a una de las personas que lo contactó.
Finalmente en 2007 se hizo la denuncia penal y al año siguiente un juez pidió a Hilario que se hiciera exámenes genéticos, pero el joven, que llevaba en su cuerpo la prueba del delito cometido por quienes para él eran sus padres, dijo que solo aceptaría analizarse cuando ellos estuvieran muertos.
Entonces, el juez ordenó allanar el departamento donde vivía Bacca. Fuerzas de seguridad llegaron a las seis de la mañana y secuestraron ropa interior, su cepillo de dientes y su máquina de afeitar, mientras él lloraba desconsoladamente. Ese material permitió establecer su verdadera identidad, con un grado de certeza de 99,9 por ciento.
Durante el juicio, Mariñelarena y Bacca insistieron en que solo los había sido movido el deseo de tener un hijo. “No somos apropiadores; somos unos giles”, dijo ella, utilizando una expresión argentina para referirse a alguien ingenuo, pero que no tiene maldad.
Jorgelina Azzari de Pereyra, la abuela materna biológica de Hilario o Federico, se había unido a Abuelas de Plaza de Mayo en 1978 y 30 años después pudo conocer a su nieto.
Murió en 2015, sin haber logrado establecer una relación cercana con él, pero sin rencor contra sus apropiadores. “Le quitaron sus derechos y eso es un dolor enorme que nunca se podrá olvidar, pero le dieron educación y contención”, dijo entonces.

Daniel Gutman
IPS

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