domingo, 22 de enero de 2017
Clarín: una larga historia de luchas y represión
Foto: tapa del diario Clarín del 3 de febrero de 1976, cuando se produjeron 59 despidos en el diario
Primera parte: los despidos y la lucha de los trabajadores en 1976
El 3 de febrero de 1976 los trabajadores encontraron cerradas las persianas de Clarín en las dos entradas, la de Tacuarí y la de Piedras. Había fuerte custodia policial y un refuerzo del personal de seguridad del diario. Los tipos tenían una lista de la gente que no debían dejar entrar. En total los despedidos eran 59, entre ellos toda la comisión interna compuesta por Ricardo Esparis, Oscar González, Juan José Pano, Oscar Martínez Zemborain, Carlos Dradac, un par de trabajadores de Expedición y dos de las oficinas que el diario tenía entonces en la calle Corrientes.
Los despidos eran con causa, “por atentar contra la producción y los bienes de la empresa”. No era la primera vez. En 1966, inmediatamente después del golpe de Onganía, también se había descabezado la interna integrada entonces por Eduardo Jozami y Emilio Jáuregui, asesinado por la policía en junio de 1969 durante una manifestación de repudio a la visita de Nelson Rockefeller. Los aires del Cordobazo llegaron a Clarín y en 1972 se recompuso la interna, reelegida en 1974.
Los despidos de 1976 encontraron una respuesta muy activa de los trabajadores, con asambleas que llegaron a reunir más de 200 personas en el local de la Federación de Entidades Gallegas. Se llegó incluso a parar la salida del diario mediante piquetes. Una lucha larga, que llegó casi hasta el 24 de marzo. El golpe la cortó abruptamente. Las demandas de los trabajadores no eran entonces muy distintas de las actuales. A fines de 1973 el gobierno de Juan Perón, por medio de su ministro de Trabajo, el burócrata metalúrgico Ricardo Otero, había impuesto una reforma laboral que, entre otras muchas cosas, instauraba la figura de los “contratos a término”, los contratos basura. “Es una ley peronista”, dijo entonces Otero.
Aquellos despidos fueron avalados por el Ministerio de Trabajo de Otero, que nunca dictó la conciliación obligatoria, y habían sido facilitados por la intervención gubernamental a la Asociación de Periodistas de Buenos Aires (APBA). El interventor, un tal López, de Mar del Plata, dijo que el sindicato no iba a respaldar “a internas que agitan el trapo rojo”.
Clarín ya era una avanzada en materia de “tercerizaciones” y flexibilidad laboral. En esa situación estaban los colaboradores de prensa el equipo de motociclistas, que llevaba los avisos clasificados desde las agencias que el diario tenía distribuidas por toda la Capital Federal y el conurbano. Esos trabajadores debían facturar para recibir sus haberes. La interna descabezada en 1976 dirigió una lucha sin cuartel contra ese estado de cosas y logró el pase a planta de todos. También se consiguieron aumentos salariales importantes gracias a una conquista organizativa poderosísima: una intersindical de trabajadores de prensa y gráficos.
En febrero de 1976 la preparación del golpe avanzaba a toda marcha. El gobierno de la Triple A, de la camarilla terrorista de Isabel Perón y López Rega, se había vuelto impotente para detener la lucha de los trabajadores. Al mismo tiempo, el fracaso de la huelga general de junio/julio de 1975 había impuesto un retroceso relativo y temporario, que fue aprovechado por la gran patronal y la embajada norteamericana para preparar el asalto al poder. Clarín era parte activa de los organizadores del golpe que en marzo, nucleados en un sello llamado Apege, lanzarían un lock-out nacional abiertamente golpista. Ernestina Herrera y Héctor Magnetto necesitaban destruir la organización sindical para despedir a gusto y aplicar la legislación antiobrera del gobierno peronista, cosa que no habían podido hacer por la combatividad de sus trabajadores.
Producido el golpe, Clarín echó a 600 trabajadores sobre un total de 1.600 entre periodistas, administrativos y gráficos. Los telegramas hacían alusión a las leyes de “subversión industrial” de la dictadura, de modo que constituía riesgo de vida caminar por la calle con ellos en el bolsillo. El terror dictatorial fue trasladado rigurosamente puertas adentro por la patronal de Noble y Magnetto.
Hasta 1982, cuando a costa de varios despidos y producto de una fortísima lucha adentro y afuera del diario, la organización de los trabajadores del diario empezó a recomponerse. Pero ésa es otra parte de la historia.
Alejandro Guerrero
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