domingo, 22 de enero de 2017

Veinte años



El 25 de enero de 1997 el homicidio del reportero gráfico conmovió a la sociedad y a la dirigencia política. Quienes intervinieron en el asesinato fueron condenados. El señalado como autor intelectual se suicidó. Pero todavía quedan algunos interrogantes.

A 20 años del asesinato de José Luis Cabezas el caso parece cerrado desde cualquier ángulo que se mire. Pero tal vez queden algunos interrogantes sin respuesta y enfoques que no terminan de cuadrar, como la historia oficial presume. Es cierto que los cuatro policías que participaron en el plan fueron condenados y prácticamente cumplieron su pena. El principal organizador, el ex subcomisario Gustavo Prellezo, condenado a prisión perpetua, consiguió la prisión domiciliaria en 2010 y desde este año está con libertad condicional. De los cuatro ladrones que participaron del homicidio y lo confesaron –la banda de Los Horneros–, uno falleció, dos están en libertad y uno sigue preso por un tema de drogas. El supuesto autor intelectual, el mega-empresario Alfredo Yabrán, se suicidó en una de sus estancias en Entre Ríos. Y su jefe de custodia, Gregorio Ríos, condenado como una especie de gerente del crimen, también está en libertad. Lo que no termina de cerrar es el móvil del asesinato –supuestamente una foto que le sacó Cabezas a Yabrán– y menos todavía el escenario de lo ocurrido, la feroz batalla política entre el presidente Carlos Menem y el gobernador Eduardo Duhalde, que en 1997 se jugaba todo a ser el sucesor del riojano, por entonces su archi-enemigo. El punto clave era quién se quedaba con la responsabilidad política de semejante asesinato: la Bonaerense subordinada del gobernador Duhalde o la organización de Yabrán, el empresario menemista.

La historia oficial deja el caso totalmente cerrado:

José Luis Cabezas era un magnífico fotógrafo de la revista Noticias que un año antes del asesinato, junto a su compañero de cobertura de los veranos de Pinamar, Gabriel Michi, sorprendió a Yabrán caminando por la playa junto a su esposa. Cabezas y Michi lo venían rastreando y el fotógrafo obtuvo las tomas que la revista publicó en tapa, ya que era un logro periodístico: prácticamente no había imágenes del empresario. En la investigación posterior y en el juicio se difundió la frase, supuestamente dicha por Yabrán, de que “sacarle una foto era como pegarle un tiro en la cabeza”.
Yabrán era un misterioso empresario –aliado de Menem– que dominaba sectores claves de la economía. Entre muchos otros, el entrerriano controlaba la terminal de cargas de Ezeiza y los correos privados que, por ejemplo, llevaban y traían la correspondencia bancaria. En sus empresas de seguridad revistaban ex integrantes de los grupos de tareas de la dictadura que intimaban al que osara armar una empresa que le compitiera. El imperio Yabrán se extendía a áreas estratégicas que, por supuesto, también le importaban a Washington: el comercio internacional, los envíos que podrían incluir drogas, la seguridad, el espionaje. Su casa, en San Isidro, era una especie de fortaleza con altos muros y muchachos poco amigables rodeando la propiedad.
La dimensión del conflicto que se generó alrededor de Yabrán lo indica el hecho de que el superministro de Menem, Domingo Cavallo, lo denunció por ser “el jefe de la mafia”. Cavallo concurrió en agosto de 1995 al Congreso Nacional a señalar a Yabrán como un poder tenebroso. Fue un momento de alto impacto, transmitido en vivo por todos los medios.
Según la historia oficial, Cabezas se atrevió a sacarle una foto en el verano de 1996 y un año después vino la represalia. La justicia de Dolores –con jurisdicción sobre Pinamar– consideró probado que el jefe de custodia Ríos le dijo al entonces subcomisario Prellezo que había que sacarle a Cabezas de encima a Yabrán. Prellezo quería hacer méritos y negocios con Yabrán y puso en marcha la operación.
Fue hasta el barrio Los Hornos de La Plata y ahí convenció a cuatro ladrones –José Luis Auge, Gustavo González, Horacio Braga y Miguel Retana– para llevarlos a Pinamar. Se suponía que allí iban a robar, compartiendo el botín con Prellezo y otros hombres de la Bonaerense. Ya en la Costa, donde los alojaron en un departamento, les indicaron que el objetivo era Cabezas. Otros dos policías intervinieron en la operación, Aníbal Luna y Sergio Camaratta, contando con una zona liberada dispuesta por el comisario de Pinamar, Alberto “La Liebre” Gómez.
El 25 de enero de 1997, los Horneros y Prellezo secuestraron a Cabezas cuando llegaba a su departamento, lo llevaron a una cava en las afueras de Pinamar, le pegaron dos tiros en la nuca y quemaron el vehículo de Cabezas con el fotógrafo adentro.
Uno de los puntos que no cierran en la historia es que muy poco después, una hora, pasó por el lugar Eduardo Duhalde. Iba a pescar. Se detuvo y le preguntó qué ocurría a los policías que habían sido alertados por la existencia de un auto en llamas. En ese momento, los policías no sabían todavía que había un cuerpo dentro del vehículo. Duhalde siguió su camino, dejando atrás el Ford Fiesta humeante.
La investigación estuvo a cargo de la Policía Bonaerense, subordinada a Duhalde. El juez que intervino, José Luis Macchi, y la Cámara de Apelaciones de Dolores también estaban en la órbita del gobernador, por lo que aparato policial y judicial, que tuvo la voz cantante en el caso, tenía la fuerte impronta de Duhalde. Lo más llamativo de la historia es que el abogado defensor de Los Horneros, Fernando Burlando, también mantenía fluidos contactos con el gobernador, produciéndose uno de los hechos más extraños de la historia penal: Los Horneros no se negaron a declarar como era de esperar, sino que confesaron con lujo de detalle haberle pegado un tiro a Cabezas. Confesaron más y más todos los días. Y luego, cuando una reautopsia determinó que fueron dos tiros, confesaron que se le pegaron dos tiros. O sea, confesaron todo lo que se le pedía que confesaran. No menos grave fue lo ocurrido con el defensor de Prellezo, Hernán Mestre. El cantante Ramón Palito Ortega, por entonces compañero de fórmula presidencial de Duhalde, admitió ante PáginaI12 que le pagaba al abogado de Prellezo. El falso argumento que esgrimió fue que “pienso hacer una película sobre el tema”. Un socio de Mestre confirmó tiempo después que, efectivamente, Palito Ortega les pagaba.
Esta intervención de Duhalde de todos los lados del mostrador tuvo que ver con un tema político: necesitaba evitar que se le eche la culpa a su policía, a la Bonaerense, no sólo imputada por entonces en la causa del atentado contra la AMIA, sino también del más salvaje crimen cometido en democracia contra un periodista. Duhalde había dicho antes que la Bonaerense era la mejor policía del mundo, por lo que políticamente, como inminente candidato presidencial, necesitaba sacarle el crimen de Cabezas de encima a la fuerza y apuntar contra un hombre de Menem, Yabrán.
Un año y medio después de la siniestra ejecución de Cabezas, el aparato policial y judicial bonaerense señaló a Yabrán y el juez ordenó su captura. El empresario se pegó un tiro el 20 de mayo de 1998.
Lo cierto es que la historia oficial quedó ratificada en el juicio oral que se realizó en Dolores. Los tres jueces fueron los mismos integrantes de la Cámara que intervino en la instrucción, algo más que cuestionable. La conclusión fue que el homicidio provino de la organización de Yabrán, su jefe de custodia, Ríos, aunque la mano de obra corrió a cargo de los policías de la Bonaerense, Prellezo, Gómez, Luna, Camaratta y los ladrones que esos uniformados llevaron y alojaron en Pinamar. El móvil: que Cabezas le había sacado la foto a Yabrán y éste no permitía semejante cosa.
En su reciente y magnífico libro, el compañero de cobertura de Cabezas, Gabriel Michi –Editorial Planeta, 2016– señala un móvil adicional: dice que Yabrán estaba construyendo un puerto de yates en Pinamar (un dato que se conoció en aquella época) y que la ofensiva periodística de Noticias, incluyendo la foto de Cabezas, desbarató el millonario proyecto del puerto. O sea que la venganza fue por la foto y por el dinero que perdió el empresario menemista.
En resumen, lo que la justicia dio por probado fue que el asesinato no lo cometieron hombres de la Bonaerense sino un empresario vinculado a Menem.
En el camino quedó otro móvil, que el aparato policial y judicial bonaerense investigó poco y nada. Noticias publicó tiempo antes del asesinato una histórica tapa denominada La Maldita Policía. La nota de agosto de 1996, escrita por Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer, detallaba las increíbles propiedades de los más renombrados comisarios de la época, Mario El Chorizo Rodríguez, Mario Naldi, Oscar Coco Rossi y muchos otros. Edificios en Punta del Este, yates, casas de enormes dimensiones aparecieron en aquella edición de la revista y el título le quedó para siempre a la fuerza: La Maldita Policía. La foto de tapa de aquella edición, sacada por Cabezas, era impresionante: el jefe de la Bonaerense, Pedro Klodczyk, mirando hacia arriba. La leyenda dice que Cabezas le pidió a Klodczyk autorización para subirse al escritorio del propio jefe policial y desde allí, con Cabezas arriba del escritorio y Klodczyk abajo, disparó su máquina. La tapa de Noticias llevó a que Duhalde pasara a retiro a toda esa camada de los más poderosos, duros y multimillonarios comisarios de la historia de la Bonaerense. La venganza contra Cabezas y Noticias por esa revista y por el pase a retiro de los comisarios encaja mejor en el hecho de que el cadáver del fotógrafo se le tiró a Duhalde por donde iba a pasar –y de hecho, pasó– un rato más tarde. Tal vez era una advertencia de que no debía investigar nada de las andanzas y fortunas de los comisarios desplazados. Y tampoco avanzar demasiado en el verdadero origen del crimen del fotógrafo.
Lo cierto es que ninguno de los protagonistas directos de esta historia terminaron de contar lo que pasó. Ni Prellezo ni Ríos, por ejemplo. Los Horneros probablemente nunca supieron qué hubo detrás del crimen y lo mismo ocurre con otros personajes secundarios. Yabrán murió disparándose a sí mismo y los comisarios pasaron a disfrutar de una vida silenciosa. Hoy la historia parece sellada, casi en forma definitiva, alrededor de la foto sacada un año antes del crimen.
Queda un saldo no menor. La consigna desde el primer día fue ¡No se olviden de Cabezas!. A 20 años se puede decir que no hubo olvido.

Raúl Kollmann

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