lunes, 9 de enero de 2017
Ricardo Piglia, imprescindible falsificador
"El escritor no existe, todo el mundo es escritor, todo el mundo sabe escribir. Cuando se escribe una carta (esta, cualquiera), también eso es literatura", dice el personaje de Roberto Arlt que inventó Ricardo Piglia en su libro de cuentos Nombre Falso. El escritor no existe porque el buen escritor -aquel que puede hacer de un texto literatura- es el lector. Aquel que logra descifrar la verdad oculta detrás de toda obra: su falsificación, su delincuencia.
Murió Piglia, a los 75 años, ese eximio falsificador.
Cuenta en Los diarios de Emilio Renzi –su monumental obra que tendrá tres tomos– que su inicio en la literatura fue marcado por el artificio. En su adolescencia, una noviecita de Adrogué le preguntó qué estaba leyendo en ese entonces. Él tiró el nombre de La Peste, de Albert Camus, que había visto en una librería, pero nunca leído. “Prestámelo”, le dijo ella. Piglia compró el libro, lo leyó esa noche, lo arrugó un poco para que pareciera usado y se lo llevó al día siguiente. Esa, cuenta, fue su génesis como lector.
Detrás del origen de su lectura –vale decir de su escritura– se encuentra la idea del escritor como un elaborado impostor. Este rol le es dado por el carácter propio que tiene la literatura y que es problematizado a lo largo de toda su obra: “Así es la literatura de acá. Todo falso, falsificaciones de falsificaciones” (Nombre Falso). Las palabras no tienen dueño. Todo texto es reinvención de otro texto. El escritor, entonces, esconde y reelabora en base a un robo. Piglia, en su operación de falsificación, buscó ser descubierto.
En su idea de literatura se oculta un doble linaje. Así como en Jorge Luis Borges, según el análisis del propio Piglia, se encontraban el linaje materno y paterno como origen de su condición de escritor, en Piglia se reúnen dos tradiciones de literatura, aparentemente antagónicas: la de Borges y la de Roberto Arlt.
De Borges extrae la idea del escritor como lector. "A veces creo que los buenos lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos autores" (Borges, Historia Universal de la Infamia). Son magistrales sus clases sobre el autor de El Aleph que emitió la TV Pública. También enseñó literatura latinoamericana en las universidades de Harvard y Princeton durante 20 años. Fue un articulador de lo popular y lo académico.
Piglia es constante lector de sí mismo. “Escribir es sobre todo corregir, no creo que se pueda separar una cosa de otra”, decía. Sus diarios, escritos en primera persona por su alter ego Emilio Renzi, fueron la gran lectura de sí mismo: para su publicación Piglia volvió sobre esos 327 cuadernos que escribió desde 1957.
Del linaje arltiano está el robo, el delito como ley de la literatura: la lectura, en Arlt, siempre aparece de la mano del delito porque su acceso está restringido y pertenece a la visión de una clase. Piglia, al igual que Arlt, hizo una reivindicación de los bajo fondos, un elogio de los rufianes.
La fuerza que dio Piglia al lector es motor de transformación: una mirada crítica es la que puede desgajar todo sentido de alienación, el mecanismo de una toma de conciencia. El lector detective, así, se proyecta a la mirada crítica de un régimen, el capitalista, que esconde sus modos de explotación y opresión.
Piglia sufrió esa explotación. En el primer volumen de Los Diarios de Emilio Renzi están descriptas las condiciones de precarización y miseria que tuvo que afrontar para convertirse en escritor. También se refleja su paso por la izquierda durante su juventud; su educación en la calle y en los bares (la mirada periodística como extracción de historias) y, sobre todo, su avidez cultural: Piglia, formado en los sesenta, fue singular en una generación deslumbrante. Dejó novelas notables como Plata Quemada (llevada al cine), libros de cuentos como La invasión y ensayos categóricos.
Planteó una visión politizada de la crítica. Fue maoísta (“¿Qué quiere decir ser maoísta? Quiere decir no estar con el PC. Eso era lo quería decir para nosotros ser maoísta, hacer una crítica a la Unión Soviética”, expresó en 2012 a Página 12); estuvo ligado a Vanguardia Comunista y participó en la dirección de la revista Los Libros, nacida en 1969 al calor del Cordobazo, junto con Héctor Schmucler, Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo.
Las diferencias políticas en la caracterización del gobierno de Isabel Perón precipitaron la última gran crisis de dicha revista, que terminó con el alejamiento de Piglia (sería cerrada por la dictadura en 1976). Esas diferencias se expresaron en dos cartas, presentadas como editoriales en la misma edición: mientras que para Piglia el gobierno de Isabel Perón, con su política represiva, favorecía el golpe de Estado, para Altamirano y Sarlo, nucleados en el PCR, la defensa de aquel gobierno era la alternativa contra el golpe (Página 12, 8/04/12).
Dos años después, en 1978, los tres harían la revista Punto de Vista –financiada por Vanguardia Comunista-, que tendría una vigencia de 30 años, pero con una orientación muy distinta a la matriz original. Piglia se iría de la dirección en 1983 y Altamirano en 2004. Su directora, hasta el final, terminó siendo Sarlo.
Piglia, al igual que otros escritores de los setenta –marcados por el derrotero político–, terminaría mostrando sus simpatías con el kirchnerismo.
“La injusticia en estado puro nos hace rebelarnos y persistir en la lucha”, dijo Piglia, hace pocos meses, al referirse a su enfermedad inclemente, la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Escribió una vez, el 3 de marzo de 1957, que despedirse le parecía ridículo, que se saluda al que llega, al que uno encuentra, no al que se deja de ver. Para Piglia, de esos imprescindibles, no hay despedida.
Vera Funes y Daniel Mecca
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