domingo, 15 de enero de 2017

Horacio Guarany (1925-2017)



“Neike, neike, el grito del capanga va resonando”. La voz potente de Horacio Guarany, retumba sobre las imágenes de Las aguas bajan turbias, la película de Hugo del Carril que en 1952 denunció la barbarie de los yerbatales. Perteneció a una generación de músicos —compositores y cantantes de diversos géneros— que unieron sus carreras a la lucha de los trabajadores. Guarany, que solía recorrer lugares en conflicto sindical para llevar su solidaridad a los huelguistas, proclamaba en todas partes: “Pertenezco al glorioso Partido Comunista”. El estalinismo, que nada conocía de glorias, ofrecía en cambio un mercado amplio para el mundillo artístico.
Aquella generación (que tuvo en el extranjero exponentes heroicos, como Víctor Jara en Chile, asesinado de manera atroz por la dictadura pinochetista) fue un producto peculiar de su época, cuando las vanguardias estéticas —en la música, la literatura, las artes plásticas— intentaban fusionarse con la vanguardia política, con las franjas obreras de avanzada en medio de grandes convulsiones revolucionarias. Ese fenómeno tuvo especial fuerza en el folclore.
Guarany había nacido en 1925 en Las Garzas, Santa Fe, y conservó su nombre de nacimiento —Eraclio Catalín Rodríguez— hasta que a los 17 años marchó a Buenos Aires con el propósito de cantar profesionalmente. Cantó folclore, tangos y boleros, y debió esperar hasta los 32 años para grabar su primer disco. Mientras tanto fue estibador en el puerto de Buenos Aires. También fue marinero (cocinero de a bordo) y foguista. Estaba acostumbrado a la dureza: su padre indio había sido peón en la forestal y su madre una inmigrante española que sabía de sobrellevar miserias.
En los años 60 llegó la hora del éxito, con sus mensajes de protesta y sus cantos a peones, labriegos, obreros del puerto, trabajadores golondrina. Nunca olvidó a su maestro guitarrero, Santiago Aicardi, ni los tiempos en que después de la estiba ganaba monedas cantando en La Rueda, un bodegón de La Boca.
En 1957 debutó en Radio Belgrano y cantó El mensú, de Ramón Ayala y Vicente Cidade, una denuncia de la vida miserable de los peones del quebrachal. Por él esa canción empezó a difundirse en las radioemisoras. Luego serían clásicos Guitarra de medianoche, Milonga para mi perro, La guerrillera y Si se calla el cantor, entre otros muchos. También le dio enorme popularidad a composiciones del gran poeta tucumano Juan Eduardo Piatelli, como Canción del perdón o No quisiera quererte.
En 1972 filmó Si se calla el cantor, con Olga Zubarry, y en 1974 La vuelta de Martín Fierro, con Onofre Lovero. En diciembre de ese año, amenazado de muerte por la Triple A de Perón y conminado a dejar el país, marchó al exilio. Regresó en 1978, pero el 20 de enero de 1979 le pusieron una bomba en su casa de la calle Manuel Ugarte. De todos modos permaneció en la Argentina y se dedicó a cantar en peñas del interior, casi sin difusión. La dictadura prohibió y destruyó todos sus discos.
En 1983, caído el régimen militar, volvió a los grandes teatros, a la televisión, a los estudios de grabación. Pero ya no era el mismo. En 1989 le dijo a Carlos Menem: “Carlitos, yo sé que vos no nos vas a defraudar”, y de esa frase sacó Menem su eslogan de campaña.
Ahora ha muerto, a los 91 años. Se mantuvo activo hasta los 90, pero el cantor que fue en otros tiempos se había callado hacía mucho.

Alejandro Guerrero

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