lunes, 30 de enero de 2017
A 20 años de la muerte de Osvaldo Soriano
La literatura de la pesadumbre
Fue, tal vez, allá por 1984. El maestro de periodistas Luis “Tino” Sicilia —fallecido el año pasado— hojeaba en la redacción de El periodista de Buenos Aires (la publicaba la editorial dirigida por Andrés Cascioli) unos fascículos de propaganda que ofrecían una colección de obras de escritores clásicos.
Tino levantó la vista y se dirigió a Osvaldo Soriano: “¡Mirá, Gordo! Tolstoi, Dostoievski, Balzac… después de leer a estos tipos ¿cómo hacemos para leerte a vos?” Soriano le devolvió la mirada y respondió convencido: “Por eso yo no los leí jamás”.
La broma sirve a modo de síntesis. La crítica, la academia, siempre consideró al Gordo Soriano como una especie de usurpador, de alguien ingresado por la ventana en el mundillo literario. Un periodista venido a más, en fin (como Roberto Arlt, como Borges, como tantos otros). Seguramente los académicos de las letras y los cenáculos universitarios nunca le perdonaron el millón de ejemplares vendidos por sus siete novelas, ni los 500 mil dólares que la editorial Norma le pagó en 1995 por los derechos de su obra. Al mismo tiempo, la opinión que Soriano tenía sobre su propia literatura no era muy distinta de la que le disparaban los críticos “serios”. Por eso, quizá, no era una simple ironía aquel “por eso yo no los leí jamás”.
Todas y cada una de sus novelas fueron best-sellers, y tres de ellas llevadas al cine con un éxito ruidoso. En 1996, un año antes de su muerte (el cigarrillo, que consumía compulsivamente, lo mató en 1997 a sus 54 años), dijo en una charla en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA: “Si el fracaso me llegara pensaría que el momento pasó y que la sociedad cambió: a los escritores se los puede llevar el viento cuando la sociedad cambia”.
He ahí la clave del asunto, a juicio nuestro.
Ya en su primera novela, Triste, solitario y final, en 1973, se ven sus principales características, que lo acompañarían siempre y confluirían seguramente con lo que él llamaba “la sociedad”, aunque se tratara de una parte de ella o, mejor dicho, de una tendencia que convivía con otras en el cuerpo social argentino y no sólo el argentino, puesto que fue uno de los autores de estas pampas más traducido a lenguas extranjeras. Es la literatura de la decadencia, del fracaso, de las luchas perdidas de antemano, y también la visión irónica, ácida y amargamente humorística con la que los personajes se ven a sí mismos y a su propio derrumbe. En aquella novela, un homenaje al policial negro y particularmente a Raymond Chandler, un Philip Marlowe acabado, triste, solo, es contratado para averiguar las razones de otra decadencia: Stan Laurel, el mítico “Flaco” de la pareja el Gordo y el Flaco, le encarga que indague por qué razones Hollywood los echó al olvido a él y a su compañero. Hasta un John Wayne también viejo, decrépito, se cruza con ese Marlowe que es una suerte de alter ego del propio Soriano.
Los peronistas de derecha y los peronistas de izquierda que habitan la novela No habrá más penas ni olvido (1983), se asesinan metódicamente entre ellos en algún pueblito imaginario parecido a Cipoletti o a Tandil, donde Soriano pasó buena parte de su adolescencia. En la novela (y en la versión cinematográfica de Héctor Olivera en ese mismo 1983, con una actuación memorable de Ulises Dumont) no hay mayores intenciones de indagar en las razones políticas de la tragedia: unos y otros matan y mueren al grito de “Perón o muerte”. Y es “muerte”, por supuesto.
Como él mismo dijo alguna vez, su literatura fue la voz de “los perdedores solitarios”, y ofreció “una visión irónica de la realidad”. Soriano se lee hasta hoy, aunque algunos de sus libros ya ni siquiera se consiguen. Resultan, sin embargo, notables para entender los ánimos de una parte de la sociedad argentina —en especial franjas extendidas de la pequeña burguesía— sobre la inutilidad de la lucha y la inevitabilidad trágica de la derrota. Más tarde, sobre todo después del Argentinazo en 2001, la Argentina, como preveía Soriano, definitivamente cambió.
Fue, además, un periodista notable. Sus crónicas de la pelea de Muhamad Ali con George Foreman, en 1974, sólo aceptan comparación con las joyas literarias que sobre aquel combate escribió Norman Mailer.
Y, aunque nunca se involucró con la política activa, fue durante su exilio un militante tenaz contra la dictadura: “Fui —dijo— con las Madres de Plaza de Mayo, con Cortázar, Osvaldo Bayer, David Viñas, con miles de otros mejores que yo, uno más de lo que los militares llamaron ‘campaña antiargentina’”.
Finalmente, para definirlo, nadie mejor que Soriano mismo: “…el único éxito es la felicidad, que es también la primera utopía”.
Alejandro Guerrero
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