martes, 20 de junio de 2017

La Masacre de Ezeiza: “bautismo de fuego” de la derecha peronista



Los ataques perpetrados por la derecha peronista, durante la Masacre de Ezeiza, marcaron el inicio de una serie de enfrentamientos violentos destinados a terminar con la vanguardia obrera y de izquierda.

El 20 de junio de 1973 el General Juan D. Perón regresaba a Argentina luego de 18 años de proscripción y exilio. Desde Madrid partió rumbo a Buenos Aires acompañado de una comitiva conformada por su esposa Isabel Perón, el presidente Hector Cámpora, los sindicalistas Rucci y Lorenzo Miguel y José López Rega –ministro de Bienestar Social– todos ellos hombres muy cercanos a Perón sobre todo el “brujo”. El líder peronista aterrizó en la base militar de Morón recibido por los Comandantes en jefe de las FFAA mientras que dos millones de personas se habían reunido en los alrededores de los bosques de Ezeiza, lugar elegido para realizar el acto de bienvenida. Esperaban el encuentro con el líder peronista.
Desde las primeras horas de la mañana, los hombres del teniente coronel Jorge Osinde (como veremos más adelante, uno de los organizadores de la represión) comenzaron un enfrentamiento desde los palcos y el escenario disparando con armas largas sobre las columnas de la izquierda peronista, representadas por la JP y Montoneros (la Tendencia), en forma indiscriminada.La derecha peronista tuvo su “bautismo de fuego” en la Masacre de Ezeiza, montando un verdadero operativo de guerra.
Lo que se pensaba que sería una fiesta histórica del peronismo se convirtió en una tarde de terror para el conjunto de las personas movilizadas. Los acontecimientos en Ezeiza iniciaron una fuerte ofensiva de la burocracia sindical y de los sectores más conservadores y reaccionarios del peronismo buscando dar un golpe palaciego al Gobierno de Héctor J. Cámpora. Su objetivo: neutralizar y disminuir la influencia de los sectores de izquierda dentro del peronismo y aniquilar a la vanguardia obrera y popular.

Los antecedentes de la Masacre de Ezeiza

Perón volvería al país para contener el ascenso obrero y popular –que se inició con el mayo cordobés– y terminar con las experiencias políticas que la vanguardia obrera venía desarrollando en las fábricas. La única carta posible que podía jugar la burguesía era la vuelta de Perón y fue el presidente de facto, Alejandro Lanusse, el encargado de abrir nuevamente el juego electoral al partido proscripto a través del Gran Acuerdo Nacional (GAN). No nos olvidemos que el peronismo es el partido burgués al que respondía políticamente el movimiento obrero y su burocracia (1).
Las ilusiones que despertaba el retorno de Perón en las masas se había manifestado ya en los multitudinarios festejos de asunción del Presidente Cámpora el 25 de mayo de 1973, ese mismo día el nuevo gobierno liberó a los presos políticos de la dictadura producto de la intensa movilización popular.
Los sectores representantes de la izquierda peronista habían ganado influencia política dentro del Movimiento y del propio gobierno camporista. Por ejemplo, tanto la gobernación de la Provincia de Buenos Aires como la de Córdoba (entre otras), representadas por Bidegain y Obregón Cano, eran aliadas de la Juventud Peronista. Los dirigentes sindicales, por su parte, estaban incómodos con la campaña presidencial que se estaba gestando en marzo del 73 y buscaron alcanzarle su preocupación al líder exiliado sobre la presencia de “infiltrados” en el Movimiento y el avance de la izquierda en los sindicatos. Perón, quien oscilaba entre dar aire a los sectores más radicalizados y apoyarse en los sectores ortodoxos según el momento político que atravesaba, se apoyó en los primeros para facilitar su vuelta al país y el retorno a la presidencia. Pero la “primavera camporista” no detuvo el ascenso de la lucha de clases y se produjeron masivas tomas de edificios públicos. Para el día 14 de junio más de 180 escuelas, hospitales y Ministerios se encontraban tomadas por sus trabajadores.
Esta situación llevó a Perón a pactar, tiempo antes de su llegada al país, con los sectores sindicalistas y las organizaciones de la derecha peronista representadas tanto por el “brujo” como por Rucci. Esto también explica porqué la Comisión Organizadora del acto de bienvenida en Ezeiza estaba formada por el Secretario General de la CGT, Lorenzo Miguel (Jefe de los metalúrgicos), la neofascista Norma Kennedy por la rama femenina, el Secretario de Deportes y Turismo Jorge Osinde –que en la práctica es quién dirigió los ataques desde una habitación del Hotel Internacional de Ezeiza– y, por último, Juan Manuel Abal Medina (Secretario general del Movimiento Peronista) único que tenía buenas relaciones con la izquierda peronista. La relación de fuerzas desde esta perspectiva era más que clara.

Los hechos

Mientras en la madrugada del miércoles 20 de junio las columnas peronistas se dirigían hacia el sur del Gran Buenos Aires, cerca de tres mil hombres armados hasta los dientes al mando de Osinde y del Jefe de la Policía, gral. Iñiguez, se apostaron en los alrededores del palco esperando la llegada de la JP y los Montoneros. El selecto grupo estaba integrado por parapoliciales, guardaespaldas sindicales y activistas de derecha que eran miembros regulares de las organizaciones de la derecha peronista: la Concentración Nacional Universitaria (CNU), el Comando de Organización (CdeO) de Brito Lima y la Juventud Sindical Peronista (JSP), recientemente creada por Rucci para competir directamente en el terreno de la JP. Todos ellos tenían la orden de disparar si las columnas avanzaban hasta ocupar los espacios más cercanos al escenario que correspondía a los primeros 300 mts, destinados para la gente llevada por los sindicatos que no alcanzaba las 200.000 personas, un número ínfimo si lo comparamos con la gente que llevó la JP.
En el transcurso del día se sucedieron una serie de episodios confusos: balaceras, corridas, se cantaba el himno y, luego, volvían a escucharse disparos. A partir de las 15 hs el ataque contra las masas dispersas era evidente mientras el conductor del acto Leonardo Fabio intentaba contener la histeria general. A las 16:20 Fabio repetía desde el micrófono una vez más que Perón estaría pronto a llegar, cuando minutos más tarde el avión descendía en la base de Morón. Aunque los organizadores del acto aseguraron que el aterrizaje en la base aérea había sido improvisado debido a la tensa situación que se estaba desencadenando en los alrededores de Ezeiza, lo cierto es que ya se sabía desde hacía horas que a Perón lo estaban esperando en Morón. Incluso Miguel Bonasso cuenta en La Voluntad que antes de ir a Ezeiza se cruzó en la Casa Rosada con Oscar García Rey – funcionario de López Rega – quien le dijo que ni se gaste en ir al acto de bienvenida porque Perón no iba a llegar nunca allí (2).
Las ambulancias del Ministerio de Bienestar Social tuvieron un rol destacado en la represión. Fueron las encargadas de trasladar el armamento hasta la zona (se utilizaron escopetas de caza, fusiles fal, subametralladoras uzi, metralletas halcón, pistolas calibre 45, fusiles de miras telescópicas, entre otra) y funcionaban como unidades operativas de la CdeO, identificados con un brazalete blanco mientras que la JSP usaban uno verde). En el palco los prisioneros eran golpeados y tajeados mientras miles de palomas “de la paz” que iban a ser utilizadas para la bienvenida de Perón volaron sobre el terreno de enfrentamiento para generar distracción durante la balacera. La descripción de la escena expresa el desconcierto y la confusión general. Se había ocupado el Hogar Escuela Santa Teresa como base de operaciones mientras que el Hotel Internacional se utilizó para la tortura de los prisioneros, a cargo del jefe de Seguridad de Rucci, el negro Corea.
Por su parte el Automóvil Club Argentino (ACA) le brindó a Osinde y a Iñiguez unas quince grúas, tres camiones y dos coches para coordinar las comunicaciones del aparato de seguridad.
El SMATA, la UOM y la UOCRA fueron tres de los sindicatos que más hombres brindaron al operativo. El SMATA particularmente ocupó la parte izquierda del palco y controlaban la zona del Puente 12 bajo las órdenes del pistolero Adalberto Orbiso quien fuera interventor del SMATA en Córdoba luego del Navarrazo y, más recientemente, aliado de Massa y del Frente Renovador en Morón en las elecciones del 2013. Al día siguiente de los hechos, el SMATA publicó una solicitada reivindicando los acontecimientos en Ezeiza y defendiendo abiertamente los ataques. Esta costumbre del SMATA se mantiene hasta la actualidad. La lucha de los trabajadores de Lear dio cuenta de que los sucios métodos de la burocracia sindical de los setenta continúan presentes en el sindicato liderado por Pignanelli.
Al día siguiente los medios más importantes hablaron de enfrentamientos y peleas entre grupos antagónicos (ver La Prensa, Clarín y La Razón del 20/7 y 21/7) cuando en realidad fue una emboscada organizada con antelación por la derecha peronista y avalada por el propio Perón. Los datos de Vertbitsky en Ezeiza hablan de un saldo de 13 muertos, 365 heridos y decenas de hombres torturados.
Perón no tardó en ubicarse del lado de los pistoleros y de la “patria peronista”. El 21 de Junio habló por Cadena Nacional en televisión y, sin repudiar los violentos ataques del día anterior, dijo: “Es preciso volver a lo que fue en su hora el apotegma de nuestra creación: de casa al trabajo y del trabajo a casa, porque sólo el trabajo podrá redimirnos de los desatinos pasados. Ordenemos primero nuestras cabezas y nuestros espíritus […] Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse en los estamentos populares o estatales que por ese camino van mal. Así, aconsejo a todos ellos tomar el único camino genuinamente nacional: cumplir con nuestro deber de argentinos sin dobleces ni designios inconfesables”. El mensaje no solamente buscaba interpelar a los sectores del peronismo más radicalizados sino que también le daba vía libre al accionar de los grupos fascistas para aniquilar la vanguardia obrera y estudiantil.

Después de Ezeiza

La primavera camporista duro apenas 49 días, el 13 de julio el tío presentaría su renuncia siendo reemplazado por Raúl Lastiri -yerno de López Rega- hasta que en Octubre asumió Perón. En su tercera presidencia gobernó junto con los sectores más reaccionarios del Movimiento Peronista manteniendo muy buenas relaciones con la burguesía nacional. El General no estaba cercado, como solía justificar una y otra vez la “juventud maravillosa”, sino que tomó una decisión política: enfrentarse a las organizaciones de izquierda que le disputaban el poder a su viejo aliado sindical y organizar la represión obrera y juvenil utilizando dos vías: la legal y la clandestina.
La escalada de violencia fue in crescendo con la creación de la Triple A, banda parapolicial creada por el Estado y organizada desde el Ministerio de Bienestar Social (3). Según Ignacio González Janzen en La tripla A, el debut de la banda fascista fue en Ezeiza aunque el primer atentado reconocido por ellos fue en noviembre de 1973 cuando le colocan una bomba al auto del senador radical Solari Yrigoyen.
El año siguiente fue testigo del fortalecimiento del giro a derecha del gobierno de Perón con la reforma del Código Penal, la prohibición de la ocupación de fábricas y la aprobación de la Ley de Asociaciones Profesionales y el golpe policial cordobés conocido como el Navarrazo.
La Masacre de Ezeiza fue el huevo de la serpiente. En los dos años siguientes el conjunto de organizaciones parapoliciales encabezadas por la Triple A secuestraron y asesinaron a más de dos mil personas que formaban parte de la vanguardia obrera y estudiantil del campo peronista pero también del clasismo y la izquierda. Muchos de los integrantes de la Triple A y del resto de las bandas se reacomodaron durante la dictadura participando de los grupos de tarea organizados por las FFAA a partir del ´76 o colaboraron desde los sindicatos con el nuevo gobierno militar como recordó nostálgicamente Barrionuevo hace pocos días. También hombres como Moyano o el Momo Venegas – que comenzaron su vida política y sindical en la JSP de Mar del Plata acusada de perseguir militantes de izquierda en coordinación con la Triple A y la CNU- mantienen sus liderazgos sindicales hasta hoy. Otro de los casos más conocidos es el del actual titular de la UOCRA que tuvo sus inicios en el área del espionaje.
Actualmente la mayoría permanece impune y, no sólo eso, sino que se mantienen en las direcciones de los sindicatos reproduciendo las viejas lógicas propias de los matones de los setenta. Por este motivo, la tarea principal de la vanguardia obrera continúa siendo recuperar los sindicatos para echar definitivamente a estos dirigentes sindicales que continúan siendo leales a los intereses de los empresarios y gobiernos de turno.

Claudia Ferri

Referencias:

1.Ver Insurgencia Obrera. Ruth Werner, Facundo Aguirre, 2007, ed IPS. Pag. 72.
2.Ver La Voluntad Vol II, Eduardo Anguita, Martin Caparrós, ed Planeta. pag 62.
3. Ver Andrea Robles, "La Triple A y la política represiva del gobierno peronista" en Insurgencia Obrera.

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