“La historia de todas las sociedades hasta nuestros días es la historia de las luchas de clases” – Carlos Marx, Federico Engels, “Burgueses y Proletarios”, Capítulo I del Manifiesto Comunista
"Los comunistas consideran indigno ocultar sus ideas y propósitos. Proclaman abiertamente que sus objetivos sólo pueden ser alcanzados derrocando por la violencia todo el orden social existente. Que las clases dominantes tiemblen ante una Revolución comunista. Los proletarios no tienen nada que perder en ella más que sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo que ganar" – Carlos Marx, Federico Engels, “Actitud de los comunistas ante los partidos de oposición”, Capítulo IV del Manifiesto Comunista
“las ideas dominantes en cualquier época siempre fueron las ideas de la clase dominante” – Carlos Marx, Federico Engels, “Proletarios y Comunistas”, Capítulo II del Manifiesto Comunista
Es de Perogrullo decir que las cosas “son como son”, y “no pueden ser de otra manera”, como resultante de una confluencia de factores que ya han ocurrido. Nuestro presente es eso. Sin embargo, la historia está ahí para enseñarnos que la realidad puede cambiarse si varían los factores que la moldean.
A lo largo de los siglos, las clases han luchado entre sí: los explotadores para seguir siéndolo, los explotados para dejar de serlo. Pero esa lucha no siempre tiene la misma intensidad, ni las mismas formas, ni los triunfos son permanentes y las derrotas tampoco: lo que se verifica sí, es una evolución de la consciencia de las sociedades, al compás de esas batallas y con el paso de las eras. Así como las formas de explotación han mutado y evolucionado, también lo han hecho las formas de luchar para terminar con ella.
Hoy vivimos una época donde la burguesía imperialista ha logrado modelar el mundo tal cual como lo ha querido. El capitalismo se enseñorea en todo el orbe. Su modo de producción y su sistema financiero condiciona la vida de todos los habitantes del planeta. Sin embargo, lo que no ha podido hacer desaparecer (aunque por ahora sí controlar dentro de sus límites) es el malhumor social ante la injusticia y la desigualdad que genera su sistema político-económico-cultural y social.
El descontento de hoy, el de millones de seres humanos explotados y marginados de los placeres y privilegios al que sólo tiene acceso la ínfima minoría explotadora, no se diferencia mucho de aquél que hizo desarrollar las luchas revolucionarias de décadas atrás: la desigualdad es atroz. Baste citar esa estadística que señala que alrededor de 100 personas reúnen la riqueza de la mitad de la población mundial (3750 millones), mientras casi 1000 millones de seres humanos pasan hambre en la Tierra.
Pues bien, si las condiciones de explotación, marginación, desigualdad, injusticia y concentración de la riqueza se mantienen o aún peor, se acentúan: ¿por qué, a pesar de la agitación constante de las masas, parece haber un retroceso en las pretensiones de los trabajadores respecto a modelar una sociedad completamente distinta a la que hoy vivimos? Sin dudas, la respuesta es que hay una crisis de dirección en el movimiento revolucionario a nivel mundial. Está claro que la burguesía ha logrado imponer sus condiciones a las vanguardias que fueron herederas de la que surgió del proceso que desembocó en la Revolución Rusa en 1917, que abrió todo un capítulo de luchas revolucionarias en el planeta. Esa vanguardia que supo vencer a las burguesías nacionales y trabarse en lucha con la imperialista, degeneró en sus sucesores a través de los años en burocrática y conservadora, y no barrió al sistema burgués desde sus cimientos, ni económicos ni culturales. Terminó siendo cómplice de la restauración capitalista a nivel planetario. La caída de la Unión Soviética puede tomarse como parámetro e hito de un desbarranque que venía desde antes, en un “paraíso de los trabajadores” donde el socialismo nunca existió: más bien fue un capitalismo de Estado regenteado por una burocracia que hoy es la nueva burguesía de lo que alguna vez se llamó el “campo del socialismo real” ¿Puede esperarse otra cosa entonces, de la China hoy potencia mundial capitalista e imperialista manejada por “comunistas”? ¿qué queda para los demás, como Vietnam o la propia Cuba?
En ese marco, surgieron vanguardias que ya no se planteaban la revolución, sino “humanizar” al capitalismo. Eso fueron y son los que algunos autoproclamados “marxistas” fomentaron y apoyaron. Se escudan en la derrota, y van por “lo posible”. Claro, lo posible dentro del sistema de explotación burgués.
La desaparición de los paradigmas revolucionarios ha generado estas visiones pusilánimes, oportunistas y vergonzantes en las nuevas direcciones o vanguardias de la clase trabajadora. En nuestro país, la derrota, que viene desde antes de la caída del bloque soviético, produjo una izquierda que, en lugar de plantear la destrucción del sistema capitalista, se acomoda en él con un discurso en apariencia encendido, pero que no plantea la rebelión social para transformarla en revolución, sino el voto para la lucha parlamentaria en los términos que tolera la burguesía. Es una izquierda que, para colmo de males, no se plantea el parlamentarismo en términos leninistas, es decir, para que sirva de tribuna para la denuncia de las atrocidades del sistema y por su superación, sino para redactar, desde el cretinismo parlamentario, leyes que traten de humanizarlo.
En una clase obrera cooptada por la impronta peronista de la “conciliación de clases” y el “fifty-fifty” como ideal social para lograr la mejor vida para los trabajadores; donde la izquierda emergente es la que se presenta a elecciones para proponer “cobrarle más impuestos a las grandes fortunas” en lugar de confiscarlas, la rebelión de los explotados y marginados queda encorsetada por visiones mezquinas y contrarrevolucionarias.
La burguesía está encantada con semejantes “enemigos”. El peronismo siempre fue el salvavidas del sistema en épocas en las que el malhumor popular ponía en jaque la institucionalidad burguesa: así fue en el 45, así fue en el 73 y así fue en el 2001 y 2003. La izquierda que plantea la lucha en los términos y límites del sistema es la que necesitan los explotadores para legitimarlo y legitimarse. Es por eso que, por más incómodos que les resulten sus planteos, los eligen como sus adversarios, les dan lugar en sus instituciones y en sus medios de comunicación, porque, en la más grave de las posibilidades, sus privilegios, sus propiedades, no serán tocados.
En Argentina hoy somos testigos de ello. En medio del tremendo ajuste que está llevando a cabo el gobierno, con el humor popular a punto para estallar, son las direcciones de los partidos políticos del sistema los que cacarean para la tribuna pero garantizan la “gobernabilidad” del macrismo hambreador, el kirchnerismo incluído y las izquierdas electoraleras también: cuando más hay que convocar a las masas a expresar la bronca en las calles y en las plazas, ellos las contienen y las enfocan en las elecciones. Algo parecido ocurre en el ámbito sindical: de direcciones corruptas, burocráticas, entregadoras y transeras como la cgtista de Perón nada puede esperarse más que la traición; de las reformistas y posibilistas como las de las CTA, nada más que la retórica tibia y ninguna acción; y de la izquierda que ha logrado mayoritariamente tener representación gremial, sólo la mezquindad de intentar dirigir el malhumor de la clase hacia las urnas, mientras se pelean de manera vergonzosa entre las diferentes corrientes para ver quién encabeza las listas o quién saca más votos. Las pruebas están a la vista: la tremenda realidad de carencia, explotación, empobrecimiento y saqueo que hoy viven las masas asalariadas en el país ameritan largamente un plan de lucha que brilla por su ausencia, consecuencia del accionar de las tres corrientes mencionadas. Según el Indec, el salario promedio es de $11.000, mientras la línea de pobreza es de $14.500. Sin embargo, desde las enormes movilizaciones de marzo y abril por reivindicaciones laborales y salariales, una calma chicha se impuesto en la lucha de clases a causa de la inacción de las centrales sindicales.
Capitalistas, empresarios, financistas, banqueros, ostentan su impunidad y la obscenidad de sus riquezas sin apremios, al igual que sus lacayos, los funcionarios del sistema burgués, gobernantes, legisladores y jueces, quienes tienen en sus manos y juegan con las vidas de las masas a su antojo, mientras los trabajadores son sometidos a las angustias, las carencias, las privaciones, penan en su mayoría con salarios de miseria o directamente sufren el escarnio del desempleo.
Queda más que claro entonces que hay que reconstruir la consciencia revolucionaria en estas tierras y en el mundo también. Para ello, los que pretendemos cambiar la sociedad de raíz, destruyendo el sistema capitalista sin caer en el ridículo y utópico anhelo de transformarlo desde sus instituciones, debemos dejar atrás todas las rencillas, ser tolerantes ante los matices y hasta con las diferencias y encarar la imprescindible tarea de la hora: construir la herramienta de la clase para la Revolución. Esa que siente las bases del Estado Proletario que debe erigirse, con sus propios atributos e instituciones que destruyan y reemplacen a las actuales de la burguesía.
Todo lo demás es y será funcional a los intereses de los que gozan de sus vidas a costa del sudor ajeno.
“No se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de crear una nueva” – Carlos Marx, Federico Engels, “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas”
Gustavo Robles
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