domingo, 9 de abril de 2017

Después del #ParoNacional: Macri, la CGT y la sombra de la Panamericana



El Gobierno, la burocracia sindical y un diálogo con límites marcados. El ajuste, la fuerza del paro y el sindicalismo combativo y de izquierda.

El paro del 6 de abril fue una contundente demostración de fuerzas por parte de la clase obrera. La misma ocurrió a pesar de la furiosa campaña anti-sindical montada por el oficialismo y el gran empresariado, campaña que encontró su lugar en medios de comunicación y redes sociales. Pero el “país virtual” de Cambiemos se estrelló contra el país real, el que estaba paralizado por el poder social de la clase trabajadora.
La furia gorila del oficialismo registra un nivel de ascenso constante desde el inicio del conflicto docente. A medida que los y las trabajadoras de la educación rechazaban las misérrimas propuestas salariales de Vidal en la provincia de Buenos Aires, el encono se acrecentaba. Llegó a su nivel más alto cuando la gobernadora propuso canjear la salud de los docentes por su salario, pidiendo bajar el “ausentismo”.
La movilización del #1A no hizo más que radicalizar ese esquema discursivo del Gobierno. Las (pocas) decenas de miles de personas que marcharon el pasado sábado mostraron un marcado odio de clase, condenando a todo aquello que no fuera parte de la “Argentina blanca y pura”.
Ese espaldarazo -con el que el oficialismo no parecía contar- sirvió para profundizar el relato anti-obrero gubernamental. Aquella que reconoce de palabra el “derecho a manifestarse” pero lo estigmatiza en los hechos, al punto de llegar a la represión, como ocurrió en la mañana del jueves en la Panamericana.

Fantasmas de clase

Precisamente por eso, en la jornada de este jueves, la Panamericana fue uno de los escenarios donde se jugó parte capital de los resultados políticos del paro. A la jornada masiva pero “dominguera” convocada por la burocracia, se le sumaron los combates ocurridos en uno de los accesos más importantes a la capital del país.
La Panamericana ocupó el centro de la escena política por horas y terminó siendo un problema político para el Gobierno. De allí que el paro no haya sido solo de la CGT, sino que ésta tuvo que compartir –mal que le pese- el triunfo que el mismo significó.
Fernando Rosso en el recientemente publicado ¿Existe la clase obrera? (Capital Intelectual, 2017) señala que la Panamericana ha sido un verdadero “laboratorio” de la lucha de los sectores avanzados de la clase obrera. Allí, “todas estas manifestaciones con mayor o menor influencia, estuvieron ligadas a la izquierda política o sindical que le dio impulso, orientación o apoyo”.

Conservadores

“Sí, somos conservadores, queremos conservar los empleos, nuestros convenios colectivos”. La afirmación la hizo Juan Carlos Schmid. Antes había pedido (exigido) que “no los corran por izquierda”. Ocurrió durante la conferencia de prensa que tuvo lugar en el salón Felipe Vallese de la CGT.
La conducción de la CGT volvió a presentarse ante la llamada opinión pública como salvaguarda de la “paz social”. No lo hizo solo hacia el futuro, sino también rememorando lo actuado (o más bien lo no actuado) durante 2016. La palabra “prudencia” ocupó los discursos nuevamente.
La paralización del país es la moneda de cambio con la que una casta privilegiada de los sindicatos se propone seguir ocupando el lugar de consorte del poder político. El paro se ofrece así como la demostración de fuerzas que pretende obligar al Gobierno a modificar su agenda económica. Algo que, como se desprende del discurso oficial, no aparece en el horizonte.
Esto, de paso, desmiente el relato kirchnerista que –hasta ayer nomás- presentaba a los sindicatos “heredados” del ciclo político anterior como baluartes de defensa ante el ajuste del Gobierno.
Allí está el ejemplo de Gerardo Martínez (Uocra) aceptando el maltrato de Macri el pasado lunes, cuando se firmaba el Acuerdo Federal por la construcción. El oficialismo permanente del ex espía del Batallón 601 tiene sus raíces en el vínculo estructural que ata las organizaciones obreras al Estado capitalista, por múltiples vías.
En el libro El Gigante Fragmentado (Final Abierto, 2016) se señala precisamente –en debate con la corriente institucionalista- que “más sindicatos no es igual más derechos”. Allí se rememora que, en aras de conservar el llamado “poder asociacional”, en los años 90 la conducción de los gremios y la CGT permitió el avance de los despidos, la desocupación y la pobreza bajo el menemismo.
La conducción de la CGT apareció unida en la conferencia de prensa de este jueves. Pero, como se señalaba hace algunos días en el dossier especial publicado en La Izquierda Diario, esa imagen tiene una cierta impostación. Las tensiones y divisiones en la conducción cegetista tiene sus matices y diferencias. Fueron éstas las que empujaron a la eterna postergación del paro que tuvo lugar el pasado jueves.
En ese marco de divisiones, la reafirmación del rumbo económico por parte del Gobierno aparece como un límite para que la burocracia de la CGT pueda jugar un factor moderador, como garante de la "paz social".
Desde el otro lado (desde la izquierda para ser precisos) aparecen el sindicalismo combativo y la izquierda como actores de peso no menor en la escena social. Así las cosas, el fantasma de la Panamericana no acosa solo los pensamientos de Macri y Bullrich, sino también los de Daer, Schmid y sus colegas.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo

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