miércoles, 30 de marzo de 2016
La Biblioteca Nacional hoy
Ha dejado de ser lo que había sido hasta fines de noviembre del año pasado. Sin ideas, lo único que se le ocurre a la nueva dirección es eliminar lo que le daba carácter y fuerza y echar gente.
Silvio Astier, el personaje de El juguete rabioso, de Roberto Arlt, es un lector que no cuenta, al comienzo, con los libros que le importan: lo tendrá más adelante, cuando sea ayudante del viejo librero italiano que lo explota; codicia esos libros lejanos de modo que cuando, con otros cómplices, entra a una biblioteca pública, de noche, y roba algunos volúmenes, satisface una necesidad latente e imperiosa, se siente justificado por un acto que al mismo tiempo considera reprobable.
El episodio es significativo y ha dado lugar a algunas interpretaciones, menos de orden ético –robar lo que sea es un acto asocial y condenable, un delito- que político, la posibilidad de entender ese tipo de robo como expropiación. Correlativamente, y en esa dirección, la biblioteca aparece como un símil de la acumulación capitalista, sólo que lo es del sentido, que no es un valor de cambio; aunque los libros cuesten y valgan su verdadero valor no pasa por ahí, ya se sabe: la acumulación en la biblioteca es del sentido, no de la mercancía ni del dinero, no es un banco que para alguien como Brecht era expropiable.
Desde luego, hay varias maneras de robar una biblioteca; la más elemental es llevarse a casa algunos libros en un caso para tenerlos y leerlos porque se los ama, en otro para venderlos; una más sofisticada, pero no por eso menos agresiva y brutal es la que estamos presenciando en este comienzo de era que algunos designan como macrismo y que vaya uno a saber cuánto va a durar y qué ruinas dejará cuando concluya. Lo que está robando es nada menos que el alma de la biblioteca, esa relación que se había creado entre el ámbito y quienes podían acceder a él.
Con el argumento que formuló, cuando se le ocurrió que debía decir algo, un director a quien le están haciendo el favor de evitarle decisiones antagónicas con lo que él pretende ser, acerca de la “rentabilidad”, no sólo se niega una obra sino que se “destituye” casi todo o todo lo que la biblioteca había abierto y se despide, se echa, se saca de sus empleos a quienes habían sido sus ejecutores. Se acaban las publicaciones, se acaba la tradicional revista, se eliminan los talleres, no sé cuántas cosas más desaparecen “porque no son rentables” y, sobre todo, se regresa a un momento cavernario, la biblioteca como convocatoria de sombras y no de personas, la biblioteca como depósito de dudosas glorias y no de recuperaciones y debates.
No puedo decir sólo que es una lástima que eso suceda o bien, más fuertemente, que es una grosera iniquidad que tiene como telón de fondo cientos de trabajadores a quienes les roban todo, lo que hicieron, lo que podrían seguir haciendo y, no poca cosa, el salario. Y no lo puedo decir porque hay una congruencia entre lo que acaban de hacer ahí con lo que están destruyendo en otras partes; esa política en marcha, con entreguismo y todo, había sido anunciada pero evidentemente una considerable porción de eso que no se equivoca nunca lo desoyó, no lo midió y ahora, como el resto del país, sufre las consecuencias.
La Biblioteca ha dejado de ser lo que había sido hasta fines de noviembre del año pasado; sin ideas lo único que se le ocurre a la nueva dirección que balbucea algunas consignas reaccionarias es eliminar lo que le daba carácter y fuerza y echar gente. Su mayor, y triste éxito, sería que algunos solitarios lectores se refugiaran en el silencio de las salas para huir del ruido de las calles, del tedio de sus casas, del miedo a la vejez y, sobre todo, del desafío de saber y de pensar.
Noé Jitrik
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