lunes, 21 de marzo de 2016
Indonesia: 50 años después
Confirmado, el gobierno yanqui organizó la masacre
Documentos hasta ahora secretos dados a conocer por la CIA revelan la magnitud de la injerencia norteamericana en una de las mayores y más ignoradas masacres obreras de la historia, la producida en 1965 en Indonesia (exploradas, por otra parte, en dos películas recientes: El acto de matar, 2012, y La mirada del silencio, 2014).
En 2001, el Departamento de Estado había hecho conocer, en el compendio Relaciones Exteriores de los Estados Unidos 1964/68, el papel de funcionarios norteamericanos organizando el aniquilamiento del Partido Comunista Indonesio (PKI), proveyendo asistencia militar a las fuerzas armadas y alentando a éstas a ir a fondo en esa masacre.
Lo que los nuevos documentos aportan es que esta acción fue seguida día a día por el presidente Lyndon Johnson, considerándola la acción estratégica más importante del imperialismo yanqui en un período en el que, supuestamente, al tope de la agenda, estaba nada menos que la ofensiva militar sobre Vietnam.
Un fallo de la Corte llevó a desclasificar los informes diarios de la CIA al ejecutivo -Daily Briefs- lo que se considera la información de inteligencia más celosamente guardada. Desde octubre a noviembre, el presidente norteamericano monitoreó y orientó el golpe de Estado y una de las mayores masacres de siglo pasado.
Los reportes se interrumpen hacia fin de 1965 y reaparecen en marzo 1966. En este momento, quien escribe el informe se congratula: “Queda aún por verse si las fuerzas armadas se pueden mover rápidamente a una consolidación de su posición. Los primeros signos aparecen promisorios: el Partido Comunista ha sido finalmente prohibido”. No sólo “prohibido”, sino víctima de una masacre, que investigaciones actuales hacen oscilar entre quinientos mil o un millón, aunque “nadie sabe a ciencia cierta”(1). Para establecer una relación, en aquel momento Indonesia tenía cien millones de habitantes.
Es, aún así, una versión edulcorada. Los documentos publicados están fuertemente censurados por razones de seguridad interna y conveniencia política. En tanto, Suharto, la cabeza del golpe en 1965, cayó en 1998 y el régimen que le sucedió, encabezado por militares y magnates del petróleo y carbón -se ha montado sobre la impunidad del ejército de Indonesia. Ni éste ni los civiles jamás han tenido que responder por aquella masacre.
Asia, 1965
Asia era, en ese entonces, el escenario mayor de la revolución mundial. El imperialismo norteamericano había volcado todo su enorme poderío militar para contener el curso ascendente de la revolución colonial.
Indonesia era una pieza clave. La crisis del sistema imperialista armado tras la Segunda Guerra Mundial y la rebelión de las masas había dado al PKI una fuerza extraordinaria, con dos millones de afiliados -el más importante de todo el mundo capitalista- y el dominio casi absoluto del movimiento sindical. En 1955 se produjeron las primeras elecciones con sufragio universal, en las que triunfó el Partido Nacional Indonesio, con Sukarno a la cabeza, una variante del nacionalismo pequeño burgués, bonapartista, que obtuvo 8,4 millones de votos. La gran sorpresa fue, sin embargo, la votación del PKI, casi 6 millones.
Sukarno debió canalizar el reclamo y la movilización antiimperialista del pueblo indonesio, a través de medidas como la nacionalización de todas las empresas de propiedad holandesa, el repudio a la deuda con ese país (Holanda había sido el país opresor hasta 1945) y el retiro de la ONU. El gobierno nacionalista asumió estas decisiones, sin embargo, como capítulos de una política de rescate y reconstrucción de la burguesía nativa a partir del Estado. Sukarno no se planteó liquidar al imperialismo y en un país en el que la esencia de la opresión se concentraba en la cuestión campesina, lo que planteaba la expropiación de los terratenientes y capitalistas para proceder a su explotación colectiva, no dio un paso en esta dirección.
“Armas y hombres a Vietnam”
¿Cuál es la peculiaridad de Indonesia en ese período?
El archipiélago está en el sudeste asiático, donde se libra la batalla crucial de Vietnam, frente a la embestida militar del imperialismo yanqui. Las burocracias china y soviética se niegan a encabezar un frente único mundial antiimperialista para derrotar la invasión, expresado en la consigna “armas y hombres a Vietnam”, planteada por la Revolución Cubana. Pero, además, el gobierno nacionalista burgués de Indonesia tiene frente a sí un poderoso Partido Comunista girando en la órbita de la burocracia del Estado obrero chino.
Indonesia es, por todas estas razones, un laboratorio esencial de la lucha de clases mundial. En los primeros días de octubre del ‘65 se inicia un golpe de Estado preventivo, dirigido por militares de izquierda, contra un golpe inspirado por la derecha financiada por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. La derrota de este golpe es el pretexto que utilizan los sectores más reaccionarios del ejército para iniciar una etapa ferozmente represiva, centrada en el PKI.
Durante años, los comunistas indonesios habían sostenido el planteo de la revolución por etapas y defendido el Frente de Unidad Nacional con el general Sukarno, a quien saludaron hasta el último minuto como el “héroe nacional y revolucionario” de Indonesia. Ni en el momento de mayor terror anticomunista en el país el PKI dejó de apelar a la protección de Sukarno. Su líder explicaría esta política: “en su etapa actual, la revolución indonesia es una revolución democrática burguesa por su naturaleza y no una revolución socialista... no elimina la propiedad privada de los medios de producción... estimula el desarrollo de la burguesía nacional”(2). Reproduce la concepción estalinista sobre el carácter de la revolución, que va a hundir políticamente a la III Internacional desde 1924 y va a ser determinante en el suicidio al que se condenó a la vanguardia china en 1927. Justamente, en toda la historia de la clase obrera mundial se pueden citar dos derrotas comparables: la que sufrió el Partido Comunista Chino en ese año a manos del nacionalismo dirigido por Chiang Kai-shek y la que infligió Hitler al Partido Comunista alemán en 1933.
Para el imperialismo yanqui, el baño de sangre fue una victoria trascendental, ya que cambió el equilibrio de poder en el sudeste asiático y jugó un papel determinante en el aislamiento de las revoluciones china y vietnamita.
En una izquierda argentina conmovida por la Revolución Cubana y la disgregación de la monolítica burocracia del Kremlin, la experiencia de Indonesia fue un mazazo para los jóvenes que habían puesto sus expectativas revolucionarias en el maoísmo y un golpe imposible de absorber para las corrientes de ese signo (Vanguardia Comunista, Partido del Trabajo).
En una jovencísima Política Obrera, explicamos el nuevo fracaso de la revolución por etapas y denunciamos que: “la ceguera y la incapacidad del PKI han facilitado el vuelco hacia la derecha del curso de la situación, mientras Sukarno... se ha volcado también a la represión, afirmando, respecto a los comunistas, que son ratas que han comido un trozo del gran queso y trataron de roer el pilar de nuestra casa. Demos caza ahora a esas ratas...”(3).
Christian Rath
1. The New York Review of Books, www.nybooks.com
2. D.N. Aidit: La Revolución Indonesia..., Ediciones Pekín, 1964.
3. Política Obrera: Indonesia..., Suplemento periódico N° 5 (enero febrero 1966).
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