sábado, 7 de noviembre de 2015

La izquierda y la “independencia” frente al balotaje



Abrimos las puertas al debate sobre las posturas ante el balotaje del próximo 22 de noviembre. Desde el periodismo, organizaciones políticas y sociales argumentan y expresan sus opiniones y posturas.

Las elecciones del domingo 25 de octubre provocaron un terremoto político general con epicentro en el planeta oficialista.
El Frente para la Victoria ganó en la aritmética del resultado y perdió en balance de la jornada política.
El oficialismo estaba confiado por la presunta indiferencia de un conservadurismo que parecía teñir la escena de la transición y por la relativa “tranquilidad” económica. Finalmente, se les vino la noche más oscura de la “primavera kirchnerista”. Un corolario que no estaba en los cálculos de nadie y menos en el de los protagonistas más castigados. Daniel Scioli pasó de ser el candidato natural a ocupar el sillón de Rivadavia, al incómodo lugar de tener que transitar un camino cuesta arriba hacia un balotaje incierto.
Para comenzar, hay que afirmar que el avance del PRO-Cambiemos es una consecuencia del fracaso estrepitoso de la famosa “batalla cultural” y de la larga derechización del kirchnerismo. Un desplazamiento que lo llevó a encumbrar a un menemista como Daniel Scioli como el candidato a la sucesión. Mimetizado con la derecha fue a darle “pelea” en su terreno y hasta se apropió de su personal político. Copió sus gestos, sus formas, su contenido y gran parte de su programa.
El kirchnerismo perdió alrededor del 40% de los votos desde la elección presidencial del 2011. Lejos de haber perdido apoyo solamente en la clase media “lanatista”, buena parte de la fuga de votos fueron de la clase trabajadora y del pueblo pobre. Esto se fue cocinando, entre otras cosas, por sostener el impuesto al salario (y la acusación de privilegiados hacia los que sufren descuentos), atacar sistemáticamente a los docentes, por la precarización laboral y el deterioro de la situación económica en general. Los paros generales fueron expresando y, al mismo tiempo, incentivando ese proceso.
La candidatura de Martín Insaurralde, con la que –encima– el peronismo perdió en 2013 en la provincia de Buenos Aires, fue una transición hacia la sciolización completa. El “baño de humildad” en el que Cristina sumergió forzosamente a Florencio Randazzo fue el otro gran hito en ese transitar.
El tridente ofensivo del gabinete que adelantó Scioli: Sergio Berni, Ricardo Casal y Alejandro Granados, son la avanzada “armada” de un equipo que puede ser la envidia de Mauricio Macri. Los agentes del trabajo sucio de la crónica de un ajuste anunciado. Mario Blejer, Miguel Bein, Oscar Cuartango, Juan Manuel Urtubuey, son algunos de los representantes técnicos o políticos encargados de planificar la hoja de ruta sciolista. Los ajustadores de “guante blanco”, por un lado, y los garantizadores verde oliva del orden, por el otro.

Balotaje: al fondo a la derecha

Por todo lo que representa Mauricio Macri como ideario derechista, frente al balotaje, el Frente para la Victoria pretende instalar una polarización con el objetivo de embellecer a Scioli y diferenciarlo de la “dictadura” que presuntamente restaurará el macrismo. Pero así es difícil.
“Macri es la dictadura”, sentencian los kirchneristas y repiten sus flamantes y deshonrosos satélites que orbitan por izquierda. No les importa que el propio exmotonauta haya declarado en plena década de 1990, en la “combativa” revista Playboy, que Videla se animó a hacer lo que nadie quería. Scioli reivindicó la lucha contra la subversión, es decir, la dictadura. Parece que en la religión que encarna el Mal Menor, este pecado no está entre los siete capitales.
Pero si la dictadura amarilla ocupa hace ocho años la Ciudad de Buenos Aires, encontró “colaboradores fieles” y a medida en el kirchnerismo. Todas y cada una de las principales medidas del gobierno porteño fueron aprobadas con los votos del kirchnerismo: la creación de la Policía Metropolitana, la expansión de la burbuja inmobiliaria y los negociados de la construcción. En cada una de las resoluciones centrales del gobierno del PRO, hubo votos no sólo kirchneristas sino especialmente camporistas. Parafraseando a Sartre, los “nacionales y populares” pueden afirmar: “Nunca fuimos tan libres como durante la ocupación macrista”. Libres de principios y de escrúpulos. Si Macri es la dictadura, el kirchnerismo le garantizó su “régimen de Vichy” en la capital del país. ¿#SiGanaMacri se nacionaliza tremenda experiencia de co-gestión?
La izquierda conoce bien lo que es Mauricio Macri, porque estuvo en el Parque Indoamericano cuando el “estado mayor conjunto” de las fuerzas de seguridad de la Ciudad y la Nación reprimió y asesinó a los que reclamaban el sacrilegio de tener una casa. Macri fue la represión a los enfermeros del Borda o el ataque a los docentes, y la izquierda estaba del lado correcto de la barricada. No tienen que contarle sobre los talleres clandestinos ni sobre la vida en las villas, porque sus militantes, muchos de ellos inmigrantes, sufren y combaten esa realidad diariamente.
Es el kirchnerismo el que tiene que explicar porqué cogobernó todo este tiempo con Macri, con la derecha, con la dictadura, que repentinamente amenaza al “país normal”.

La incomodidad de ser de izquierda

Pero lo llamativo no es la nueva fase del relato kirchnerista, una reedición empeorada de otros discursos falsamente épicos (la lucha contra Clarín, que está más vivo que nunca; la batalla contra la Oligarquía, que sigue abultando sus ganancias).
Lo verdaderamente sorprendente es la justificación por parte de cierta izquierda que alguna vez, allá lejos y hace tiempo, se autodefinió como “independiente”, de la más grande y grotesca mentira de la “década fingida”. La quimera que dice que Scioli es esencialmente distinto a Macri. Este ha sido el verdadero Rubicón para esta izquierda.
Es tan gigante el invento “Scioli progresista”, que no lograron convencer ni al inefable Florencio Randazzo. Eso sí, con memes, relatos apócrifos de votantes del FIT presuntamente asustados con Macri, afiches seudo espontáneos, y más recursos, vienen a la caza del cerca de millón de votos que obtuvo el Frente de Izquierda y de los Trabajadores.
Que el kirchnerismo se rinda ante un menemista es explicable y hasta justificado desde su perspectiva política y moral, y desde su génesis e historia; pero que una autodenominada izquierda “independiente” capitule a los pies de la ola naranja, es un fenómeno aberrante verdaderamente inédito. Y un salto mortal en calidad desde el slogan acuñado de “apoyar lo bueno y criticar lo malo”.
Y los fundamentos son realmente estrafalarios. La capitulación gratuita al sciolismo se justifica con ataques al FIT por “sectario” o por sostener una posición “cómoda”.

Como el apoyo a la Rural, pero al revés

Quienes, efectivamente, consumen lo que anuncian quedarán marcados con un sello indeleble, como aquella otra izquierda que se sumó impunemente al movimiento conducido por la “Sociedad Rural”. Scioli es la “Sociedad Rural” del universo “nac&pop” y una parte de la izquierda independiente camina con Scioli hasta el cuarto más oscuro de todos. No solo acompaña al kirchnerismo en su fase más derechista hasta la puerta del cementerio, sino que entra y cava la fosa común y se echa tierra encima. Todo en nombre de un supuesto realismo.
Un curioso realismo que hasta ahora los ha mantenido marginales frente a los grandes problemas de la vida nacional. El FIT logró emerger como un actor con peso (diputados nacionales y legisladores provinciales, protagonismo en los combates políticos y de la lucha de clases más destacados) en cada una de las discusiones nacionales. La fortaleza del FIT, justamente, se sostiene sobre la base de haber mantenido una posición independiente y de lucha, justamente, la “incómoda” posición de una izquierda combativa.
El cotejo de los candidatos a “los votantes de Del Caño” confirma que el FIT ha logrado ubicar a la izquierda como minoría gravitante de la política nacional.
Julio López, Luciano Arruga, Mariano Ferreyra, la masacre Qom, conflictos obreros como el Casino, Mafissa, Lear, Kraft, Liliana de Rosario, las huelgas docentes, el conflicto agrario; fueron algunas de las batallas en las que la izquierda (consecuente) demostró que a la izquierda del kirchnerismo no había un muro, sino una tendencia política con la fortaleza de enfrentar al gobierno y su cúmulo de mentiras ideológicas. Fue una orientación alternativa a la de buscar con lupa los aspectos progresivos de un gobierno que asesina pueblos originarios y regala las riquezas de nuestro suelo a la Chevrón. No hay forma de explicar la performance electoral del Frente de Izquierda sin esas luchas previas y simultáneas. Los atajos no valen por principio, pero tampoco brindan resultados en el desarrollo político.

La independencia en cuestión

Hace algunos años, en medio del vendaval reaccionario neoliberal e individualista, cuando la política partidaria era un “cuco” extemporáneo, llamarse “independiente” otorgaba prestigio, pedigree. Casi que la “independencia” se medía en relación, justamente, a los partidos de la izquierda, que para entonces eran pequeñas capillas de resistencia. La emergencia del kirchnerismo, y de sus oposiciones polares, dio al término “independencia” otros contornos.
Es independiente la izquierda que defiende los intereses de los trabajadores y de los oprimidos en general, frente a un Estado y un Gobierno post 2001 que malversó demandas populares para reconstruir la autoridad estatal. Pensándolo desde hoy, casi en soledad la izquierda trotskista mantuvo esa posición independiente en la década kirchnerista. Muchos de los “independientes” fueron transitando la diáspora de la subordinación a la “historia oficial”. La estación Scioli es la última parada, la más burda y dramática también, de un recorrido que lamentablemente no fue sorprendente. El argumento de que con el exmotonauta estamos mejor para frenar el avance de la derecha en Nuestra América no compite: no se frena a la derecha con más derecha. Ni acá, ni en Venezuela ni en la China.
Si existe un consenso generalizado en medio de las polémicas, está basado en el hecho innegable de que con cualquiera que gane el 22 de noviembre, se va camino a un ajuste. Los asesores económicos anuncian los programas de ajuste en los banquetes del establishment y los candidatos tratan de esconderlos para la tribuna. La izquierda pasará a posición defensiva para organizar la resistencia. El voto en blanco o nulo es el primer acto de esa resistencia. El apoyo político al “mal menor” es un respaldo al enemigo y una capitulación por adelantado.
Es difícil que la historia absuelva a quienes transiten este recorrido. Una izquierda que quiera medirse ante la Historia, es decir, ser una referencia organizativa y política anticapitalista, antiimperialista y socialista de los trabajadores, y no liquidarse en el intento, no puede convalidar este fraude.
El Frente de Izquierda y de los Trabajadores, así como otras organizaciones de izquierda como el Frente Popular Darío Santillán-Corriente Nacional, o referentes históricos como Guillermo Almeyra, decidieron no cruzar ese Rubicón.
Quizá algunos los que sí estén sumergidos en ese río pantanoso estén a tiempo de volver a la orilla y salvarse.

Fernando Rosso
@RossoFer
Octavio Crivaro

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