Este domingo por la noche el poder político del Estado pasó de manos de uno de los hijos políticos de la crisis de 2001 a otro de ellos. El país que moldeó el kirchnerismo le dio aire al país “macrista”.
Crisis y resurrecciones
La crisis del 2001 fungió como terreno fértil para el crecimiento de nuevas fuerzas políticas. Ese fue el sustrato a partir del que se edificó el kirchnerismo, la novedosa versión de un peronismo de centroizquierda que reapropiaba luchas dadas por las organizaciones sociales, populares y de DDHH así como por la izquierda, en los años anteriores, en función de convertirlos en un Relato de índole estatal.
La reconstrucción de esa autoridad y del prestigio de las instituciones, socavada por las jornadas de diciembre de 2001, fue la tarea estratégica que se dio el kirchnerismo. Las formas tácticas tuvieron que ver con la polarización discursiva, y múltiples pequeños golpes a “instituciones en retirada” como las definió alguna vez Marcos Novaro.
El PRO es, también, un producto de esa misma crisis de representación política. Es, en ese sentido, familia del kirchnerismo. Su hermano cheto de Recoleta.
En el libro “Hagamos equipo”, de reciente edición, Gabriel Vommaro y Sergio Morresi, hablando del 2001, señalan que “el impacto de la crisis de los partidos a nivel local ayuda a explicar porque PRO encontró cuadros políticos disponibles para ser reclutados en un emprendimiento nuevo y de futuro todavía incierto (…) además la crisis es el marco que le permitió a PRO optar por presentarse no solo como un nuevo partido, sino también como un “partido de lo nuevo””.
Esa crisis, que golpeó sobre todo al radicalismo, abrió una ventana de oportunidades para el crecimiento de una nueva fuerza política en la capital del país. Eso dio “disponibilidad de cuadros” de los viejos aparatos partidarios. El PRO, al presentarse como una fuerza que aportara “a la renovación de la política sin tener una doctrina sistemática como agenda (…) y una nueva forma de “hacer política” vinculada con la gestión y la administración” (40) logró amalgamarlos en su estructura, sobre la base de evitar cualquier límite ideológico que existiera entre quienes se acercaban desde distintas vertientes políticas.
El PRO eligió el camino de la construcción política centrada en la Ciudad de Buenos Aires, buscando centrarse en las clases medias, elemento de enorme peso social en el distrito. Esas franjas de clase, cuando el PRO ingresó al circuito formal de la política para competir en las elecciones del 2003, estaban en pleno trance de superar lo peor de la crisis de 2001. La consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola” tenía ya una connotación más simbólica que real.
En ese marco, el PRO construyó su propio “relato” basado en la gestión y la eficiencia, buscando establecer un diálogo temprano con los sectores que rechazaban las formas y los modos del kirchnerismo, pero aprobaban el crecimiento económico en curso.
Sobre esa base se edificó originalmente su construcción, que se coronaría con su llegada al poder en 2007, en el marco de un país ya “normalizado” por la política kirchnerista en el período anterior. Las clases medias porteñas elevaron al PRO al control del Estado de la Ciudad de Buenos Aires, otorgándole nuevos recursos para convertirse en fuerza nacional.
Herencia(s)
El PRO pudo, aprovechando la enorme importancia política de la Ciudad de Buenos Aires, empezar a proyectar una fuerza de tipo nacional. Esto solo lo lograría una vez que hubiera pactado con el radicalismo, hecho que aconteció a inicios de 2015 y se selló en la ciudad entrerriana de Gualeguaychú.
Pero si ese destino pudo ser factible, fue porque el PRO, y Macri en particular, pudieron convertirse en una alternativa política para los intereses de la clase capitalista. El gran capital encontró en Macri un buen contrapeso para presionar sobre el kirchnerismo y, eventualmente, convertirse en gestor del Estado, actuando sin ambages a su servicio. Esto es lo que ocurría en la Ciudad de Buenos Aires y podía, eventualmente, proyectarse a nivel nacional.
No fue solo el gran capital. Lo que genéricamente el kirchnerismo englobó bajo el concepto de “Corporaciones” se sostuvo y consolidó durante esta década. Aquellos actores sociales que fueron puestos en el centro de sus ataques por el oficialismo, a pesar de los mismos, sostienen un enorme poder. La oligarquía terrateniente, la casta judicial, los monopolios mediáticos, por solo nombrar a quienes ocuparon un lugar emblemático.
Sobre esa base conservadora de castas y fracciones de la clase capitalista, que no fueron afectados por ninguna medida seria del gobierno, es que pudo proyectarse y sostenerse una candidatura nacional de Macri.
La actual derechización política y la votación hacia Macri no nace de la nada, sino que es el resultado de una década de moderación política que terminó tomando cuerpo, al interior del FpV, en la candidatura de Scioli. Esa misma elección ya daba cuenta de que para el oficialismo la única forma de tornarse “competitivo” era elegir a su figura más noventista.
El PRO y Cambiemos heredan así el país moldeado por el kirchnerismo, donde el conjunto del andamiaje político-social que salió golpeado de la crisis del 2001 sigue intacto. Con ese andamiaje Macri intentará ahora avanzar en un ajuste sobre las condiciones de vida del pueblo trabajador.
Los “enemigos” del “proyecto” disfrutan de buena salud. El macrismo hereda, casi naturalmente, el país moldeado por el kirchnerismo. Está en su derecho, porque es un producto legítimo de la moderación creada en estos años.
Pero el voto a Macri no es, ni por asomo, un voto a favor de una política de ajuste. Muy por el contrario, la demagogia desplegada por el candidato de Cambiemos engendra, desde el inicio mismo de su mandato, una contradicción entre las aspiraciones de amplios sectores de la población y la política que el nuevo presidente deberá implementar. La resistencia y la lucha son datos objetivos del próximo período. La izquierda trotskista, como ocurrió en estos años de kirchnerismo, estará en las calles resistiendo.
Eduardo Castilla
@castillaeduardo
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