lunes, 9 de noviembre de 2015
Entre el “amor” macrista y el “terrorismo” sciolista
Campaña PRO de “buena onda” para tapar la devaluación. El progresismo y el miedo en Página12. Herencia y desolación en las plumas kirchneristas. El voto en blanco para empezar a enfrentar el ajuste que todos admiten.
Apenas dos semanas para el balotaje. Los editoriales de este domingo abarcan los problemas de la campaña en curso, pero también dan cuenta, en parte, del panorama por venir.
Paz, amor y… devaluación
Si el PRO hizo de la “buena onda” una suerte de marca de agua de su política –expresada en globos, música y malos pasos de baile de Mauricio Macri- eso parece convertirse en eje de campaña hacia el domingo 22 de noviembre. “Una campaña hecha con amor” podría decirse parafraseando el viejo slogan del programa de Silvio Soldán.
Julio Blanck en Clarín, titula “Macri avanza entre ondas de amor y paz”. Luego el periodista señala que quizá el macrismo haya “comprobado (…) que en cada franja de la sociedad hay muchísimos que tienen sus propias y buenas razones para sentirse agredidos por las políticas, por las formas o por el estilo belicoso y abrumador del kirchnerismo (…) lo que demanda ser restaurado no radica sólo en lo institucional, lo político o lo económico, sino que abarca más que eso, en el amplio territorio de la cultura social y la convivencia”.
En esa tónica se inscriben los spots que Cambiemos ya prepara, donde se muestra a un Mauricio más “humano”. Blanck, en un rapto de sinceridad extrema, admite que “es propaganda. No tiene por qué ser 100% verdadero”.
No lo es. Mientras Macri se “emociona”, sus asesores económicos hacen las frías cuentas que el gran capital extranjero y nacional le piden en pos de recuperar rentabilidad. Las declaraciones de Prat Gay anuncian una agenda de ajuste sobre el salario obrero en pos de mejorar la misma.
“Terrorismo” progresista
En las usinas ideológicas del oficialismo juegan la carta del miedo. Aunque la presidenta lo presente como “generar conciencia”, el mecanismo tiene mucho de extorsivo.
Página12, desde el arranque, va en esa dirección. Alfredo Zaiat, hablando de la propuesta de devaluación de Cambiemos,afirma que “no hay antecedentes desde la recuperación de la democracia de una propuesta de campaña para la elección de presidente (…) con un impacto tan regresivo sobre los grupos sociales vulnerables (clases medias, trabajadores, jubilados, comerciantes y pymes). Esos porcentajes de variación del precio del dólar los ubicaría entre la devaluación diaria más fuerte de la historia económica argentina (…) significaría un impactante shock inflacionario con el consiguiente derrumbe del poder adquisitivo de los trabajadores y jubilados”.
Los contratiempos del Relato obligan a callar ciertas cosas. Como por ejemplo, la devaluación del peso ocurrida en enero de 2014, ejecutada por este mismo gobierno. Zaiat, como si hablara de otro país, menciona “los antecedentes históricos y el más reciente de enero de 2014 revelan que la abrupta suba del tipo de cambio provoca un shock inflacionario”.
En su lugar, nos cuenta que Daniel Scioli promete “una política gradualista sobre la paridad cambiaria, descartando movimientos bruscos. No es lo mismo shock que gradualismo en relación al impacto sobre el bienestar general. Elevar 10 por ciento el tipo de cambio y luego continuar con ajustes periódicos en línea con la evolución de la inflación es un camino que se enfrentará con tensiones, pero la administración de la política cambiaria seguirá en manos del Banco Central”.
Esto no parece llevar el nombre de devaluación ni parece afectar el salario obrero. Simplemente genera “tensiones”. ¿De qué tipo? No se sabe ¿a quiénes perjudicará? Tampoco. Lo que se dice información confiable. Otra forma de ocultar el verdadero plan de gobierno que vendrá con Scioli.
Sigue las piñas
La campaña no logra terminar de cerrar la crisis interna que la victoria pírrica desató en el kirchnerismo. Esto lo ilustra con vehemencia la oposición, pero también puede leerse en Boletín/12.
En La Nación Joaquín Morales Solá escribe que “Cristina no repara (¿o sí?) en que la peor campaña contra Scioli surgió del despacho presidencial. Si se analiza bien lo que hizo la Presidenta en días recientes, puede concluirse que ella tiene tres certezas. La primera: Scioli no ganará y el cristinismo debe pertrecharse en el Estado antes de perderlo todo. La segunda: el peronismo no es confiable; sólo los jóvenes de La Cámpora merecen la confianza de Cristina. La última: el único tema que importa es la futura conformación de la Justicia, no la victoria del candidato oficialista”.
En Clarín,Eduardo Van der Kooy, dando cuenta de las mismas tensiones, señala que “otro síntoma oculto tras la ofensiva presidencial sería la profundidad de la crisis peronista. El pejotismo, ya enfrentado con La Cámpora. Varios diputados de provincias de Cuyo, NEA y NOA, discutieron con sus gobernadores la conveniencia de votar o no las designaciones de Alvarez y Forlón (...) Se inclinaron ante la orden presidencial, aún en su crepúsculo (...) sucede que aquel pejotismo es, a la vez, el principal sostén con que cuenta Scioli para disputarle el balotaje a Macri. ¿Le está haciendo Cristina con esas actitudes algún favor al candidato? ¿Lo ayuda también el pejotismo respondiendo disciplinadamente a las directivas de la dama?”.
Por su parte Horacio Verbitsky, en Página12 es parte de la reyerta, y vuelve a poner sobre el tapete la crítica a la propuesta de hacer intervenir a las FF.AA. en la lucha contra el narcotráfico. Afirma que “en vistas al balotaje, también los finalistas coquetean con ese discurso, que incluye la ilógica participación de las Fuerzas Armadas en las tareas policiales para las que no están capacitadas y que conduce sin escalas a su corrupción (como ya se ha visto con las policías de Córdoba, Santa Fe y Buenos Aires)”. Entre los “finalistas” está su propio candidato presidencial, al que llama a votar con “cara larga”.
Una Corpo que nunca se fue
En diciembre de 2001 decenas de miles de personas protestaban furiosamente contra el conjunto de las instituciones, entre ellas la Justicia y la Corte Suprema de la Nación. A su llegada a la Casa Rosada Néstor Kirchner impulsó la renovación de ésta en pos de recuperar prestigio para las instituciones. Doce años después, esa casta judicial no se diferencia demasiado de aquella que era criticada en el caluroso verano de hace 14 años y sigue estando enfrentada al kirchnerismo.
Eduardo Van der Kooy relata los cruces de esta semana: “La Corte Suprema terminó haciendo lo que se había propuesto no hacer. Le propinó un mazazo en medio de la campaña electoral al intento kirchnerista de colonización del Poder Judicial. Abolió la ley de subrogancias y también el modo de elección de esos magistrados. Desbarató, de esa manera, la red de resguardo que Cristina Fernández había tejido para cubrir su retirada (…) Cambiaron de rumbo por una provocación de Cristina. ¿Cuál? El abrupto apartamiento de Juan Carlos Gemignani de la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal”.
Desde el interior de la coalición oficial, Horacio Verbitsky señala que “mientras la Corte Suprema de Justicia convocaba a una Comisión Judicial para la Lucha contra el Narcotráfico, la Policía de Seguridad Aeroportuaria allanaba el juzgado federal de San Ramón de la Nueva Orán y secuestraba expedientes que probarían la existencia de una asociación ilícita que tarifaba la protección a narcotraficantes (…) Fueron detenidos media docena de abogados a quienes se considera intermediarios para el pago de sobornos al juez, quien goza de inmunidad contra arresto mientras el Consejo de la Magistratura no lo suspenda (…) El episodio pone de relieve un punto central de la problemática desdeñado por la Corte y por los dirigentes políticos que recurren a la demagogia punitiva como argumento proselitista: las redes policiales y judiciales de ilegalidad sin las cuales las organizaciones criminales no podrían prosperar. La inclusión de las Fuerzas Armadas en la tarea, como se propuso durante la campaña electoral, sólo extendería esa descomposición al instrumento elegido de la Defensa Nacional y elevaría los niveles de violencia y el costo humano, tal como ocurrió en México y Colombia”.
El “episodio” pone de manifiesto la impunidad de una casta judicial rodeada de privilegios a la que el “que se vayan todos” nunca le llegó.
Herencia y crisis
La inclinación política hacia la derecha de amplias capas preocupa a las plumas progresistas. Intentando explicaciones, en Página12 Mario Wainfeld afirma que “las presidencias de Néstor y Cristina Kirchner produjeron una reactivación del aparato productivo, generaron millones de puestos de trabajo, bajaron el desempleo y el trabajo informal. Fueron agregando una trama extendida de protección social para desocupados, familias con bajos ingresos (con o sin laburo), jóvenes y colectivos de trabajadores más explotados que la media (…) Hace más de diez años que la amenaza del despido no es una espada de Damocles para muchos argentinos. Una nueva camada de trabajadores, pongamos los que tienen menos de 30 años, no la han vivido. El temor es un disciplinador social muy poderoso. La impresión del cronista es que no cunde en la clase trabajadora hoy día”.
La impresión del cronista es, por lo menos, sesgada. Para una franja enorme de la juventud, el trabajo precario es la norma. La estadística del mismo INDEC pone en evidencia que en ese rubro se encuentra cerca de la tercera parte de la fuerza laboral y que, en sectores juveniles, trepa a porcentajes aún mayores.
Allí el riesgo a perder el empleo es una constante. Allí los dirigentes burocráticos de los sindicatos –afines en muchísimos casos al oficialismo nacional- garantizan esa precariedad laboral y la ausencia de toda posibilidad de oposición por parte de los trabajadores. La dictadura patronal se complementa con la traición de la dirección sindical.
El periodista, intentando desentrañar las vueltas de la votación pasada, continua: “El colega Néstor Restivo contó en la Radio Pública la sorpresa de dirigentes avezados de la CTA cuando hablaron con sus compañeros en una fábrica cuyo personal tiene 25 años de edad promedio. Perciben más de 25.000 pesos por mes, cuyo principal incentivo para votar fue “el impuesto al trabajo”. Creen que se los despoja de su plata y que un cambio político les conservará el conchabo logrado en esta década y su valor adquisitivo. No los arredra, porque no lo suponen, un escenario de cierre de fábricas ante el aluvión de importaciones. O una pérdida de salarios merced a una elevación súbita de la canasta familiar. Ya ocurrió, hay una experiencia colectiva, no es la suya o no parece serla”.
Pero la “experiencia colectiva” es más compleja. Como bien señala Fernando Rosso “en el discurso general, el kirchnerismo hablaba sobre la “solidaridad” y el impulso a “la acción colectiva” y en la política efectiva aportó e incentivó a la separación entre trabajadores sindicalizados y trabajadores precarios o pobres. Mientras no tocaba los intereses esenciales de las grandes empresas o la oligarquía, mantuvo el impuesto al salario con el fundamento de que era necesario “para ayudar a los que menos tienen”. En paralelo, predicaba contra las medidas de lucha de los sindicatos y acusaba a los trabajadores de angurrientos y privilegiados (…) esa confusa ideología convertida en sentido común que emerge en quienes lograron ciertas conquistas (…) que se sienten de clase media y que expresa un rechazo “a los que viven de los planes”, es también el producto de una orientación política consciente y perversa”.
La ceguera progresista y la izquierda como opción
Mario Wainfeld termina su columna señalando que “las reformas deben apuntalar la gobernabilidad que dista de ser irreversible. Sus límites están demarcados por la realidad, la tensión de intereses sectoriales contrapuestos. Y la aprobación social masiva, que puede hacerse oposición en las calles si se toca lo adquirido, que con buena fe se considera ganado (…) El contrato electoral de los candidatos no incluye ajuste, flexibilización, debilitamiento de derechos. Se articulará con una sociedad avispada, demandante, jacobina, que sabe construir poder en calles, rutas y plazas (...) Sostener el consenso social, estar atento a la eventual protesta, respetarla y “escucharla”, no reprimirla con brutalidad son mandatos evidentes que gobiernos anteriores desacataron en contra de su propia subsistencia”.
El periodista “advierte” al gobierno que venga que no debe ajustar. Pero estas advertencias suenan a canción repetida. Las mismas plumas progresistas son las que recitaron los mandatos de la renovación de la política, de una industrialización seria, de terminar con las prebendas de las distintas “corporaciones”.
Todo desoído desde el peronismo de centroizquierda que vino a constituir el kirchnerismo. ¿Por qué Macri o Scioli, menemistas de la primera hora y amigos del gran empresariado, escucharían?
Salta a la vista la impotencia política de un progresismo que confió las transformaciones que anhelaba al Estado dirigido por el viejo aparato peronista. El apoyo al “mal menor” sciolista es el último eslabón de ese devenir impotente.
La alternativa a la triste resignación es la pelea contra esos “hijos políticos del menemismo". En ese marco, la campaña desarrollada por el FIT y el llamado de Nicolás del Caño a votar en blanco aparecen como los primeros actos de esta resistencia al ajuste que vendrá, gane quien gane.
Como señalamos en la revista Ideas de Izquierda “la fuerte campaña desarrollada y el inmediato posicionamiento ante el balotaje en favor del voto en blanco o nulo, deja al FIT y a sus figuras como las caras del rechazo a los “hijos de Menem” que se enfrentarán el 22N (…) La política del mal menor es un engaño contra los trabajadores y las mayorías populares (…) Mientras más fuerte asuma el próximo gobierno, más respaldo contará para aplicar los planes de ajuste (…) El voto en blanco es la única forma de no hacerle el juego a la derecha.
Eduardo Castilla
@castillaeduardo
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