domingo, 15 de noviembre de 2015

El debate por el voto en blanco y una deriva peligrosa



Los resultados electorales del 25 de octubre pasado desataron una saludable politización que ha invadido todos los ámbitos de la vida cotidiana. Parte de ese debate es el que se desenvuelve en la izquierda acerca del voto en blanco. Un grupo de reconocidos y destacados intelectuales del ámbito académico-político ha hecho sustanciales aportes. No es mi intención intervenir en este espacio que no transito, pero en los últimos días está circulando un texto que equipara al voto en blanco con un voto por el imperialismo. Puede que para los jóvenes esta afirmación no tenga demasiada significación, pero para quienes hemos vivido épocas no tan amables y sufrido ataques de este tipo y sus consecuencias, no nos da lo mismo.
El principal objetivo de estas notas no es otro que alertar sobre los peligros que encierra semejante acusación política.

El debate por el voto en blanco y una deriva peligrosa

El resultado de la primera vuelta electoral provocó una verdadera tormenta en el FpV y el peronismo todo, sus aliados y compañeros de ruta. El derrotismo y el pesimismo campea en las filas kirchneristas. A tal punto que el aire del tiempo es que el macrismo ganó las elecciones, cuando en realidad las ganó el FpV, eso sí por una muy pobre diferencia.
Pasada la desorientación inicial han lanzado una campaña de recuperación del voto, más que nada basada en la demonización del macrismo que si bien acertada en muchos aspectos, es tan burda y carente de solidez argumental que es bastante ineficiente. Si además esto va acompañado por la desesperación por ubicar gente adicta en el aparato del Estado, el combo es perfecto.
El kirchnerismo “puro” se siente derrotado, ese sentimiento sobrevivirá aún cuando Scioli resultara el ganador de la segunda vuelta –algo que no debe descartarse a priori- porque saben mejor que nadie que el sciolismo no es la continuidad del cristinismo y que los votos que estarían consiguiendo son votos desesperanzados, votos del mal menor, mas por rechazo que por convicción. Saben que la estrategia de cercarlo para condicionar su gobierno fracasó luego de la debacle en Prov. de Bs. As., que la representación parlamentaria propia es menor a la esperada y que frente a un liderazgo débil como el que presumiblemente encarnaría Scioli los que mandaran a futuro no son otros que la Liga de Gobernadores y la estructura del PJ.
En este marco han comenzado a buscar culpables. No se trata del clásico pase de facturas en su interior, esto forma parte ya del folklore del peronismo, aunque muchas veces en estos enfrentamientos los muertos los ponen otros. Sino que buscan culpables afuera y la izquierda real –la que está en todos los conflictos sociales y que ha logrado una representación institucional histórica- aparece como la figura ideal. Lo que por otra parte se inscribe en la tradición anti izquierdista del peronismo tradicional.
El kirchnerismo puro, como también sus aliados del desvencijado y descompuesto Partido Comunista, del nacionalismo de izquierda e intelectuales marxistas “independientes”, no han vacilado en señalar al FIT y otras fuerzas que llaman a votar en blanco, como carentes de estrategia, sin perspectivas histórica, como simplemente testimonial que apenas logran superar el 3% de los votos, y que además lo festejan con entusiasmo. Sin embargo esta izquierda sería ahora la responsable de la derrota.

Una notable paradoja.

Ocultan que el FIT en la categoría Diputados, con el apoyo de otros partidos y grupos de izquierda que aún no lo integran y que debieran integrarse –lo que es un verdadero déficit a superar- ha logrado el 5%, que en algunas capitales (Mendoza, Salta, Córdoba) promedió el 10% y que en algunos cordones industriales obtuvo guarismos superiores.
A ninguno de esos sectores se les ocurre hacer un balance real de estos años y del porqué de la derrota. A ninguno se le ocurre preguntarse porque este tipo de gobiernos, como también lo fue el alfonsinismo, que se asumen como la dirección política de una burguesía nacional inexistente, terminan siempre pavimentándole el camino a la derecha. Porque coincidimos en que el macrismo es la derecha más recalcitrante y el enemigo principal, pero el sciolismo no le va en saga y junto con el massimo son la encarnadura del actual giro conservador.
Tampoco está en sus planes hacer un análisis histórico y preguntarse porque desde los años ’50 del siglo pasado todo ciclo expansivo de la economía nacional termina en ajuste cambiario y fiscal. O reconocer que es la lógica del capital que, ante la falta de transformaciones estructurales reales, impone el ajuste –más o menos gradual o de shock, según en qué tiempo consigan el financiamiento que buscan los dos candidatos- que solo puede ser frenado por la resistencia de los ajustados.
En este ejercicio de buscar culpables se declama que un triunfo del macrismo sería una punta de lanza contra los procesos populares abiertos en América latina. Sería casi el inicio de su retroceso. Es seguro que reorientarían la política exterior hacia la alianza del pacífico, Pero podrían preguntarse sobre qué bases y por cuánto tiempo un gobierno del sciolismo sería diferente. Un triunfo del macrismo podría verse también como un resultado de ese retroceso, que ya inició en muchos países de la región hace rato, incluso hace más de dos años se viene discutiendo en las izquierdas latinoamericanas sobre la reversibilidad de estos procesos. El propio Lula acaba de decir en la Asamblea General de CLACSO que “…hay cierto olor a retroceso” en la región.
Se completa la argumentación afirmando que “El voto en blanco es un voto por el imperialismo”. Es innegable que el kirchnerismo ha latino-americanizado la política exterior y ha establecido relaciones privilegiadas con una serie de países de la región que se diferencian claramente de los que integran la pro-imperialista Alianza del Pacífico. Este no es un tema menor como tampoco lo es que el FIT no solo no lo ve sino que tampoco lo considera. Pero de esta constatación no puede deducirse a la ligera que votar en blanco es un voto por el imperialismo. Una mirada de este tipo rememora a los viejos PC y su relación de sometimiento, cuando subordinaban la lucha de clases en cada país a las necesidades geopolíticas de la URSS, aquella traicionera política “del socialismo en un solo país”.
Queda la sensación de que el debate por el balotaje y el voto en blanco, es en este caso solo una excusa para preparar el terreno para acusar a la izquierda y así eludir la responsabilidad del propio kirchnerismo y sus aliados en los resultados electorales.
Quienes así piensan recuperan viejos métodos estalinistas propios de la época del los ’60 del siglo pasado, para acusar a los que en esta coyuntura sostenemos el voto en blanco, particularmente al trotskismo. Tal vez no son conscientes de los demonios que pueden desatar. Ellos que acusan de falta de responsabilidad a la izquierda son verdaderos irresponsables. Porque ¿cuánto faltará para que nos acusen de agentes de la CIA? Es lo que lógicamente se desprende cuando se dice “votan por el imperialismo”. Es más podrían habilitar el regreso de “ni yanquis ni marxistas”.
Hay posiblemente otra cuestión más pedestre: no soportan que la izquierda anticapitalista real que hoy encarna el FIT, aunque en realidad es más amplia que este, tenga una recepción social que es más que proporcional a la representación institucional alcanzada.
Finalmente, que representa hoy el voto en blanco. Es un voto de rechazo a la encerrona derechista en que han colocado al país. Un rechazo que prepara las condiciones para resistir el ajuste que se viene. Pero encierra también una posibilidad que va más allá del próximo 22N, la de constituir un polo anticapitalista amplio, que lidere las luchas contra el ajuste, que promueva la independencia política de los trabajadores y las clases subalternas y ponga en debate las transformaciones necesarias para que el país no recaiga una y otra vez en las crisis y encerronas a las que por suerte los anticapitalistas no nos acostumbramos.
Los tiempos por venir echaran luz sobre estas cuestiones.

Eduardo Lucita
Buenos Aires, noviembre 12 de 2015.

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