Nudos
La praxis transformadora se enfrenta inevitablemente una serie de nudos muy difíciles de resolver. Dicho de otro modo, sólo quienes resuelven esos nudos concretan transformaciones históricas tan hondas como se pueda imaginar. Probablemente quien primero resolvió la tensión entre consigna (los famosos slogans de campaña), táctica, estrategia, y horizonte político fue Lenin cuando con la consigna “paz, pan y tierra” logró movilizar a millones de trabajadores y campesinos.
El nudo está. Uno parte de una situación realmente existente que quiere transformar. Luego analiza a dónde quiere ir. Entonces viene el trabajo político de construir un camino entre ambos puntos. Una política idealista anuncia y se autoafirma en el horizonte, pero es estéril. En cambio, una política transformadora necesariamente debe convivir en la contradicción entre lo viejo que no termina de morir (o todavía está demasiado vivo) y lo nuevo que no termina de nacer.
“Paz, pan y tierra”, en sí misma es una consigna vacía que podría enarbolar cualquier clase de movimiento. Su virtud fue conectar realidad con sueño. Se le podría haber reclamado a priori que no era una consigna socialista, pero a la luz de los hechos sí lo fue. Cuando Gramsci nos plantea “Pesimismo de la razón, oprimismo de la voluntad” nos formula el mismo planteo: hacer política es vivir en la incomodidad permanente.
Pero es necesario distinguir entre habitar la contradicción y lo que desde arriba nos quieren hacer jugar: la llamada real politik. Si están quienes se autoafirman pintando carteles cada vez más grandes con sus consignas, pensando que ese hecho va a conmover alguna conciencia (puro “optimismo de la voluntad”), del otro lado se encuentran quienes tienen los pies completamente en la tierra, tanto que no pueden despegarse del “pesismismo de la razón” llevando al pragmatismo, que es otro nombre para la resignación.
La real politik es un juego atractivo que catapulta al centro del poder dominante. Estar ahí da la sensación de estar en la cocina del asunto. Y en la cocina te exigen ensuciarte. Ahí se reparten cargos, dinero, territorios, se construyen –las siempre tentadoras en el capitalismo- trayectorias personales. Pero también se construye una razón de aparato, donde la maquinaria de la organización debe seguir funcionando. La política y el horizonte estratégico quedan en segundo plano mientras se vocifera que se sigue en la lucha. Pero en el centro del poder dominante hay reproducción “de más de lo mismo”. No se entiende dónde, cómo ni por qué habría un salto cualitativo hacia otro horizonte social.
Bifurcaciones
En todo proceso de transformación social radical, luego de una acumulación política de años, existe el momento del salto cualitativo. El momento donde sí nace lo nuevo. Detectar ese momento probablemente sea el punto más crítico. Es un salto mortal. Bien detectado lleva a la liquidación del statu quo. Mal detectado lleva a la liquidación del movimiento histórico.
Probablemente esto explique muchas políticas conservadoras o el pedido de calma de dirigentes de tradición de izquierdas que conducen movimientos de masas realmente existentes. Pero también es cierto que no se puede esperar indefinidamente por la sencilla razón de que las clases dominantes también juegan y donde no se avanza, se retrocede. Luego del punto máximo de la acumulación se produce una bifurcación: el salto cualitativo se da o no se da. Pero no hay terceras vías. Un bebé no puede permanecer por tiempo indeterminado en el vientre de su madre.
Quizás el caso más doloroso sea el Chile de Allende. “La vía democrática”, como se la llamó en aquel entonces como alternativa a la opción cubana, representaba un duro camino que parecía prosperar. Pero la reacción de los empresarios –y también algunos sindicatos- vía desabastecimiento, inflación y violencia en las calles, pusieron a Allende en la bifurcación. Su decisión –frente a otras alternativas planteadas- fue la cautela, contener a los sectores disidentes: incorporar a Pinochet a su gobierno. Diecinueve días más tarde se produjo el golpe de Estado.
En la América Latina de hoy –y en otras partes del mundo-, el proceso chileno es fundamental si asumimos que la principal hipótesis de transformación social viene de la mano de la contienda electoral y si tenemos en cuenta los propios límites de la democracia burguesa.
El caso de Brasil es muy claro. Luego de tres mandatos del Partido de los Trabajadores donde no se produjeron cambios sustanciales en materia económica, social ni en la estructura de la tierra, el apoyo de los movimientos sociales y la CUT permanece como un tibio acompañamiento frente a un mal mayor. El avance de la derecha y sus candidatos también pusieron al PT en la bifurcación. Creyendo en la posibilidad de contener la situación, Dilma adoptó los planes del FMI, debate tratados de libre comercio con la Unión Europea, y desde su nuevo mandato, nombró a Levy –miembro del establishment- como ministro de economía. La disciplina fiscal y monetaria no es otra cosa que disciplinar a los trabajadores y los sectores populares. Pero el efecto nuevamente es paradójico. Dilma se enfrenta a grandes movilizaciones de derecha que piden su destitución.
Syriza también se encontró frente a la bifurcación, y luego de ganar un histórico referéndum contra el ajuste, Tsipras descartó de su gabinete a quienes tenían ideas más firmes contra la Troika… y firmó un brutal ajuste. El movimiento se partió y con él la esperanza que abría aquella oportunidad.
Por último, en Venezuela se concentra hoy el mayor campo de batalla entre un proyecto definidamente socialista y la continuidad del capitalismo dependiente. Las profundas transformaciones que se vivieron en el país también llevaron a la bifurcación. Chávez planteó como horizonte el Socialismo del Siglo XXI y más transformaciones de fondo (como la ley laboral, que de aplicarse completamente rompe la ley del valor). Pero su muerte deja en manos de Maduro el “salto cualitativo”. Hoy se paraleliza el viejo Estado con la construcción de un Estado Comunal, basado en una ingeniería articulada desde el territorio auto-organizado hacia las altas esferas de Estado, como son los Consejos Presidenciales. Mientras, la derecha da golpes económicos que requieren medidas urgentes como la nacionalización total de las importaciones, única política que puede terminar con el contrabando organizado y las corridas especulativas contra la moneda. Pero las elecciones legislativas de este año parecen haber predispuesto a esperar. Lo que no se sabe es si el deterioro económico puede deteriorar la base social del movimiento y que el resultado de la espera termine siendo contraproducente. El final permanece abierto.
Condensación
El resultado de las elecciones presidenciales del pasado domingo 25 de octubre en Argentina, deben leerse como la condensación de un proceso muy largo y complejo cuya dinámica (no así su resultado) se comenzó a configurar con la propia forma que adoptó la salida de la crisis del 2001. El segundo hito importante en la configuración del proceso fue el llamado Conflicto del Campo en 2008.
Desde 2010, comenzó a forjarse más nítidamente lo que hoy conocemos como kirchnerismo en tanto movimiento que trasciende al Partido Justicialista (PJ), aunque lo incluye muy fuertemente. Antes de la muerte de Néstor Kirchner era difícil encontrar jóvenes que adherían abiertamente al “proyecto”. Tanto es así que en esa época todavía le decían simplemente “modelo” cuya descripción no rebasaba por mucho de las políticas cambiarias y redistributivas.
Desde el 2011, Cristina Fernández de Kirchner se propuso la construcción de una identidad kirchnerista y para eso eligió como alterego al entonces reelecto intendente de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri. En la polarización el kirchnerismo siempre salió airoso. Durante cuatro años pensó y construyó la figura de Macri (jugando abiertamente contra Massa, por ejemplo). Adicionalmente, en la Ciudad de Buenos Aires fue un laissez faire: no se avanzó en el juicio por escuchas que lo tenía procesado, se aprobó todos los años su presupuesto, se le cedieron tierras para un mega proyecto inmobiliario y el kirchnerismo nunca presentó un candidato verdaderamente competitivo a las elecciones municipales.
En 2013, al igual que en 2009, las elecciones las ganó la derecha. Pero esta vez Cristina no optó por una salida similar. Lejos de implementar medidas como la estatización de las AFJP, la AUH o la estatización (parcial) de YPF, la derrota de las últimas elecciones legislativas llevó a planificar un “pacto de gobernabilidad”. Pago de deudas con el CIADI y el Club de París, blanqueo de capitales y una devaluación del 18% que redujo el salario real en un contexto de 35% de inflación. Pero los movimientos kirchneristas-no-PJ1 que hasta hacía dos años apostaban a “profundizar el modelo”, profundizaron el silencio. Entendieron la real politik.
El fallo de Griesa a favor de los fondos buitres tiró abajo toda una estrategia para conseguir financiamiento vía deuda, válvula de escape que hubiera permitido dilatar las contradicciones intrínsecas del capitalismo argentino y llegar sin sobresaltos a la elección. Descartada la vía de la negociación con la derecha local, se reactivó la estrategia de polarización donde el gobierno nacional siempre se sintió más cómodo.
Pero incluso en este contexto nunca se apostó a una movilización popular. Los grandes actos fueron movilizaciones de estructuras (en general a estadios de fútbol) o convocatorias culturales con importantes artistas (en general a Plaza de Mayo), no de adherentes a un proyecto que se movilizan callejeramente tras una consigna política o por un horizonte estratégico.
Adicionalmente estuvo ausente una convocatoria a la participación popular en la construcción del poder. El kirchnerismo nunca cuestionó la vigencia de la Constitución forjada en 1994 al calor del neoliberalisimo que pregona que el pueblo sólo gobierna y delibera a través de sus representantes.
El 2015 estuvo marcado por la disputa por la sucesión de CFK al interior del kirhcnerismo. De los múltiples posibles candidatos presidenciables, la propia presidenta decantó en dos. Y una vez que todos estaban alineados en una de las alternativas (Daniel Scioli o Florencio Randazzo), optó por uno de ellos y encolumnó al resto. Los kirchneristas-no-PJ pasaron de denostar al “candidato de las corporaciones” a negociar ministerios, vicegobernaciones, candidaturas para el Parlasur, diputaciones, intendencias, pase a planta permanente en la burocracia estatal. Todo en base a una real politik que los kirchneristas debían comprender/aprender (“tragar sapos”, expresión que se utiliza popularmente en el país para aceptar lo desagradable y que sonaba mucho por aquellos días) en función de una maduración que, comparativamente, los no-kirchneristas-por-izquierda no tendrían y que los dejaría fuera del tren de la historia.
La Cámpora2 aceptó hacer campaña por un candidato que denostaba porque garantizaba la victoria para luego seguir discutiendo quién conduce el movimiento. Mariotto y Baradel3, los principales opositores a Scioli en la provincia durante su gestión se terminaron subordinando a su política. Los intelectuales que acompañaron al kirchnerismo pusieron “caras largas” y se “desgarraron”, pero no se propusieron articular ninguna contraposición seria por abajo a una trayectoria definida desde arriba.
En 1963 la Juventud Peronista, que aún era un embrión, desobedeció explícitamente las órdenes de Perón -que se encontraba en el exilio- y bajo la conducción de Cacho el Kadri explotó bustos de Sarmiento por todo el país. Luego, con la vuelta del General a la Presidencia en 1973, Montoneros criticó la orientación derechista que tomaba el gobierno y se retiró de la Plaza de Mayo. Esos “estúpidos imberbes” -como los calificó Perón mientras los echaba- no dejaron de reivindicar al Movimiento Peronista, pero radicalizaron su posición y abrieron diálogo con otras expresiones de izquierda que –haciendo un recorrido inverso- se predisponían para articular con los sectores de izquierda del peronismo.
Pero esta vez la razón de aparato y la férrea disciplina no permitieron “matar al padre”, sino que subordinaron al movimiento. El resultado electoral deja a los sectores kirchneristas-no-PJ sin política. Por un lado, para explicar el resultado, admiten que Scioli y Aníbal Fernández4 no expresan el proyecto que ellos pretenderían construir, pero por el otro lado afirman que “no es momento para tibios”, eufemismo para promover el apoyo a Scioli de cara al Balotage que en la campaña deberá buscar los votos de Massa que están a su derecha.
La no-derrota (porque si bien Scioli ganó, el desempeño fue pobrísimo) puso en máxima tensión la relación entre slogan, táctica, estrategia y horizonte político. Es que Real politik no es táctica. Ensuciarse difiere mucho de habitar la contradicción que –ineludiblemente- la transformación política exige. Creyeron que cediendo por derecha ampliaban su base, que callando las críticas fortalecían al movimiento, que negociando cargos en las listas abrían las puertas de la disputa… pero una vez más, las concesiones a la derecha sólo le dieron aire a la derecha.
Igal Kejsefman
Notas:
1 El espacio “kirchnerista puro”, aquel que rechaza y está por fuera de la estructura del Partido Justicialista.
2 Agrupación juvenil kirchnerista ligada a los altos mandos del Estado (uno de sus dirigentes el el hijo de la Presidenta).
3 Vicegobernador de Scioli y dirigente sindical de la CTA de los Trabajadores (alineada con el kirchnerismo), respectivamente.
4 Candidato del Frente para la Victoria a gobernador de la provincia de Buenos Aires que fue derrotado por el PRO, partido de Mauricio Macri.
Igal Kejsefman. Economista, investigador en UBA/CONICET y miembro del Centro de Estudios para el Cambio Social (www.cecsargentina.org).
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