miércoles, 25 de noviembre de 2015
Macri y sus fantasmas
Las primeras horas luego del balotaje comienzan a desnudar las tensiones que recorrerán al nuevo gobierno. Debilidad política y necesidad de ajustar en el centro de la agenda.
Macri llega a la Casa Rosada después de un balotaje en el que se impuso por escaso margen. Tanto lo acotado del resultado como el carácter del mecanismo electoral, imponen condiciones a su futura gobernabilidad. Condiciones que no son, precisamente, prometedoras. Los problemas no se ubican sólo en el terreno de la política sino, ante todo, en los marcos del agotamiento del “modelo” económico.
Números que engañan
Los resultados de octubre de 2011 crearon la falsa ilusión de una hegemonía casi ilimitada del kirchnerismo. El recordado 54% fue blandido como una espada filosa contra propios y extraños. Pero ese porcentaje se sostenía, esencialmente, en la mejora relativa de los indicadores económicos. Era un número que dibujaba un pasado en retirada, no un futuro de hegemonía política completa. Aquella elección fue el inicio del lento y oscilante declive del kirchnerismo.
También el 52% de Macri tiene mucho de ilusión óptica. La dinámica política electoral lo evidencia. En las PASO, el candidato del PRO concentró el 24,5% de votos. En octubre reunió poco más del 34%, apropiándose del conjunto de los sufragios de la coalición Cambiemos y sumando algunos puntos más, expresando la tendencia a la polarización. Esa suma pegó un salto hace 48hs, creciendo 17 puntos y más de 4 millones de sufragios.
La lógica del balotaje impone el voto por el candidato “menos malo”. Un porcentaje no menor de esos sufragios no constituye un aval explícito a Macri sino un rechazo abierto al kirchnerismo. Esto implica, desde el inicio de su mandato, un apoyo condicionado. Para que devenga “poder propio” deberá mediar la política, la negociación constante y, esencialmente, resultados de gestión que impliquen algún nivel de mejoras parciales para sectores amplios de masas.
En 2003 Néstor Kirchner logró convertir un 22% en un apoyo importante en un lapso breve de tiempo. Pero las condiciones en las que Macri llega al poder difieren radicalmente. Los vientos de la economía internacional, lejos de ser favorables, soplan en contra; el súper-ciclo de las comoditties se halla en retirada; los problemas estructurales que nacen del carácter dependiente del capitalismo argentino pesan como una espada de Damocles sobre el país. Son esas condiciones las que imponen a Macri una agenda de ajuste, más allá de su propia ideología (neo)liberal. Un triunfo de Scioli hubiera inaugurado el mismo camino. Como afirmó Miguel Bein el triunfo de Macri “no cambia la agenda económica”.
Allí, en esos límites que impone el agotamiento del “modelo”, radican las principales contradicciones que deberá sortear el macrismo, en pos de estabilizarse como gobierno. El PRO-Cambiemos en el poder deberá avanzar con ataques sobre sectores del pueblo trabajador en pos de recomponer las condiciones de rentabilidad del gran capital. Lo hará partiendo de las debilidades que señalamos.
Con toda seguridad, la lucha de clases volverá a escena en el marco de la tarea por lograr un “país normal” desde el punto de vista del capital.
Cortocircuitos en la política
Si los problemas de la economía y su propia génesis electoral le confieren un marco de debilidad relativa a Macri, el andamiaje político-institucional nacido de las elecciones de octubre, constituye un corsé para sus posibilidades de acción. No insuperable, pero corsé al fin.
Como se señaló ayer, el nuevo gobierno no tendrá mayoría en ninguna de las cámaras legislativas. Por otro lado, una porción no menor de los gobernadores reviste en las filas del peronismo y otras fuerzas locales. Eso, en el sistema político nacional, les confiere un relativo poder de veto y obligará a Macri a la negociación constante. Las tensiones, fricciones y posibles rupturas serán un elemento que tenderá a emerger en esas “roscas”.
Pero además, el macrismo tendrá que entrar en negociaciones con la burocracia sindical peronista, representación distorsionada del enorme poder social de la clase trabajadora. La alianza construida con Hugo Moyano funcionará como una suerte de reaseguro pero será parcial. Aun la enorme mayoría de la casta que regentea las organizaciones gremiales tiene oficinas en el interior del movimiento político fundado por Perón.
Cualquier negociación que encare Macri estará mediada por los ataques que tenga que emprender contra sectores de la clase trabajadora. La capacidad de control social de la burocracia está lejos de ser ilimitada. A su izquierda, en franjas centrales del proletariado argentino, habita la izquierda clasista y antiburocrática que ha protagonizado grandes peleas de clase como la lucha de Lear en 2014.
Mirando hacia Cambiemos
Un tercer elemento que deberá sopesar el macrismo en el poder es la solidez de la coalición que lo llevó allí.
Cambiemos es, esencialmente, una unidad inestable entre el PRO y la UCR. Por un lado un líder con proyección nacional y estructuración local, aunque aunque como fuerza acaba de conquistar la provincia de Buenos Aires. Por el otro, una estructura territorial extendida en todo el país, pero sin una cabeza con capacidad de atracción.
La UCR fue a Gualeguaychú con un programa “mínimo” que buscaba recobrar poder territorial en gobernaciones e intendencias. Esa estrategia pareció fracasar durante casi todo el año y, minutos antes del final de juego, se encuentra a las puertas del poder estatal nacional. Pero el portero se llama Mauricio Macri.
El líder del PRO se rasga las vestiduras por estas horas por el rechazo de Ernesto Sanz al ministerio de Justicia. Pero las “razones personales” que aduce el radical buscan ocultar las tensiones que todo el mundillo de la política conoce. El radicalismo aspira a más que convertirse en la banqueta sobre la que se apoyó el “creído de Barrio Norte” para llegar al Ejecutivo. Su centenaria historia y se extensión territorial así lo dictan. Lejos estamos de haber terminado los capítulos de esta novela.
La vacuidad discursiva, la política real y la lucha
La consigna de “cambio” le permitió al macrismo camuflar su verdadero programa económico, reduciendo lo esencial a un cambio de las formas políticas. Tuvo, es cierto, que esconder a sus economistas de cabecera para construir algo creíble.
Pero la vacuidad del discurso de campaña deberá, cada día más, ceder frente a la agenda de gobierno. Cada paso hacia el 10 de diciembre lo obligará a definir más claramente su agenda de gobierno. El “desastre” que dejó el kirchnerismo se convertirá en el leit motiv favorito para perfilar las medidas de ajuste a aplicar.
Pero las mismas chocaran contra la resistencia de sectores del pueblo trabajador que, difícilmente, otorguen una luna de miel duradera a quien votaron escuchando promesas demagógicas. Los meses por venir anuncian un escenario poco calmo. ¿Se tratará de aquello conocido como "verano caliente"? Aún está por verse.
Eduardo Castilla
@castillaeduardo
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