viernes, 6 de noviembre de 2015
Sobre devaluaciones “exitosas” y recesiones
Tres movimientos y una idea fija. El salario real en la mira. Sobre recesiones, “pactos sociales” y relaciones de fuerza. El ejemplo del año 2002.
Las ventajas de la devaluación que favorecen fundamentalmente a las patronales exportadoras y a los sectores que producen bienes transables para el mercado interno, envuelven en realidad una trama compleja. En general y considerado abstractamente, el mecanismo busca mejorar en términos de moneda extranjera (dólares) los precios nacionales. Es decir que los productos que se fabrican en territorio nacional, al devaluarse la moneda en la que sus precios se expresan, valen menos en términos de moneda extranjera (dólares) cuestión que los vuelve más baratos para ser vendidos en el mercado exterior o por comparación con bienes iguales importados y por la misma causa, más competitivos. Es decir que en términos generales los propietarios del capital que los producen pueden, sin perder cuota de ganancia, vender más en el mercado externo que sus competidores o mejorar su posición en el mercado interno, realizando por tanto una masa mayor de ganancias.
Trilogía
Sin embargo el asunto tiene una serie de complicaciones. Los productos nacionales –en particular en países como la Argentina- incluyen un alto componente importado bajo la forma de insumos, partes, maquinaria, etc. Entonces, los precios de los bienes producidos nacionalmente tras la devaluación sufren en realidad un movimiento, si se quiere, triple. La parte de esos bienes que está compuesta por productos y servicios nacionales, se mantiene en principio constante en términos de moneda nacional y por lo tanto se abarata en términos de moneda internacional (en dólares). La parte de esos bienes que está compuesta por productos importados, se encarece, naturalmente. Por último la parte que se compone de trabajo humano pago es decir, los salarios –que desde la óptica de los empresarios y de las teorías económicas afines, representa un costo-, se mantiene constante en principio y por lo tanto se abarata en términos de dólares. Este abaratamiento es lo que se denomina contracción de los salarios en dólares que hasta aquí sólo implica una reducción en términos reales, es decir de su poder de compra, en la medida en que disminuye naturalmente su capacidad para adquirir bienes importados. Por lo tanto y necesariamente, de los tres factores observados es la “estabilidad” de los salarios y los precios internos lo que garantiza que ante la devaluación, el precio de los bienes producidos nacionalmente se vuelva más barato o más competitivo.
Apunten contra al salario real
Pero la cuestión es aún más enrevesada porque los dueños del capital buscan, como es lógico, que la parte de bienes importados necesaria para la elaboración de sus productos que -como dijimos- se encarece, no licue la ventaja que obtienen a través del abaratamiento de los otros dos factores. La inflación de precios internos es entonces el mecanismo por excelencia al que echan mano para mantener esta ventaja. Y es aquí donde nace el núcleo del asunto. En términos abstractos resultaría lógico que los salarios se incrementaran en igual proporción que los precios internos, sólo en ese caso mantendrían su poder de compra (excepto en lo referente a la adquisición de bienes importados). Pero si esto sucede -y como todo valor nuevo creado exclusivamente por los trabajadores, se divide en salario y ganancia-, el beneficio de los dueños del capital disminuye en la misma proporción que aumentan los bienes importados. En este caso, los dueños del capital vuelven a aumentar los precios porque a decir verdad, lo que busca la devaluación es bajar los precios de los productos elaborados internamente para aumentar su competitividad tanto externa como interna, manteniendo la ganancia de los dueños del capital a costa de una reducción de los salarios reales. Y si los precios continúan aumentando expresando la voracidad de los dueños del capital por no perder de ganar ni un centavo, el alza termina repercutiendo también en los precios internos que no son salarios. Con lo cual, la traducción de este proceso en los precios finales de los productos que se busca hacer más competitivos en términos de moneda extranjera (dólares), vuelve a acercarse al origen licuándose así la ventaja de la devaluación. De modo tal que la única forma de que la devaluación funcione para sostener la ganancia de los dueños del capital es que los salarios aumenten en una proporción sensiblemente menor de lo que aumenta la inflación o, dicho de otro modo, que caigan en términos reales. Así las cosas y dicho en términos marxistas, el éxito de una devaluación depende en última instancia de la posibilidad de los dueños del capital de apropiarse una tajada mayor de plusvalor. Para pensarlo por el lado del absurdo basta tener en cuenta que, como es obvio, a ningún gobierno burgués se le ocurre, por ejemplo, aplicar una devaluación que abarate los productos elaborados nacionalmente pero a costa de una reducción de la ganancia del capital.
Relación de fuerzas y recesión
El problema es que, como es sabido -y sentido-, no es tan sencillo reducir los salarios reales. Por supuesto no se trata de un problema “técnico” sino que penetramos acá el campo de la relación de fuerzas entre las clases. Los llamados “pactos sociales” que a decir verdad deberían denominarse “traiciones sociales”, están invariablemente destinados a establecer un nuevo “piso” –siempre con la estrecha colaboración de las burocracias sindicales- con incrementos de precios contundentemente superiores a los de los salarios. El problema es que aún cuando esos pactos son de por sí recesivos, pueden fallar…Por eso, a decir verdad, el escenario ideal que garantiza las “ventajas” de una devaluación, son las propias recesiones. Y para ello tenemos un excelente ejemplo: Argentina 2002.
El ejemplo de la megadevaluación
El año 2002 constituye en realidad un año bisagra que tuvo como una de sus características fundamentales desatar tras la devaluación un shock recesivo extraordinario que actuó como “golpe de gracia” y factor de disciplinamiento fundamental destinado a consolidar la “efectividad” de la devaluación. No sólo se acumulaba al inicio de aquel año la contracción iniciada en 1998 que terminó en la catástrofe de 2001 (ver para más detalle Mercatante, Esteban, La economía argentina en su laberinto) sino que la propia devaluación de enero de 2002, aportaba un violento shock recesivo complementario.
Como señala uno de sus mentores y arquitectos, Remes Lenicov, “Nosotros aplicamos una política de shock, liberando el tipo de cambio con una política monetaria muy prudente y restricción fiscal para reducir el déficit. El acuerdo político con empresarios y sindicatos para que no se acelerara la suba de sueldos y de precios fue la clave para que llegáramos a fin de ese año con crecimiento, superávit y bajísima inflación” (El Cronista, 7-2-14).
Según un documento del gobierno, tras la devaluación “La actividad económica en el año 2002 sufrió una de las mayores caídas de la historia argentina. El PBI a precios constantes se derrumbó 10,9% (caída similar a la registrada en 1914 y superior a la de los años 1931 y 1932). El desempleo alcanzó en mayo de 2002 una tasa del 21,5% para el total de aglomerados urbanos y la proporción de la población por debajo de la línea de pobreza e indigencia superó incluso los niveles de la hiperinflación de principios de los años ’90. La caída del PBI a precios constantes estuvo acompañada por un desmoronamiento aún mayor del consumo total (-12,9%), particularmente del consumo privado (-14,9%). La inversión y las importaciones tuvieron caídas aún mayores, -36,1% y -49,7%, respectivamente. Solamente las exportaciones mostraron una modesta suba de 3,2% a valores constantes. Cabe aclarar que las mencionadas son variaciones entre promedios trimestrales de los años 2002 y 2001.”
Del mismo modo y según un documento de FIDE referido al año 2002 “Ciertamente, el primer semestre del año implicó un deterioro en todos los indicadores de la economía argentina, convirtiéndose (…) en el peor medio año de nuestra historia. Un derrumbe semejante sólo podía compararse a los efectos devastadores de una guerra, pero rara vez se había dado en periodo de paz como resultado de una destrucción sistemática y prolongada del aparato productivo. La reactivación de la economía parecía encontrarse lejos, cuando en el primer trimestre del año el consumo se redujo en un 18,7% respecto de igual período del año anterior. A su vez, la tasa de inversión se ubicó en el orden del 10% del PIB, cuando al inicio de la crisis, en 1998, se había situado en el 21%.” FIDE indica que “En el fondo –y en la superficie, agregamos-, se esperaba que una transformación en la estructura de precios relativos motorizara el potencial exportador, a costa de la caída de los costos salariales y de los servicios.” Y efectivamente, es lo que sucedió…
Hechos
Mientras durante el año 2002, el tipo de cambio se había incrementado en más del 200% (superando los $3 por dólar), la inflación promedio fue de alrededor del 40% (incluyendo un aumento del precio de los alimentos cercana al 75%) y los salarios se incrementaron en promedio apenas alrededor de un 15%. De este modo, los salarios reales cayeron alrededor de un 28% (ver para más detalle Mercatante, Esteban, La economía argentina en su laberinto). Lo que demuestra que la gran recesión acumulada hasta el momento, combinada con la depresión provocada tras la devaluación, la gran desocupación y la enorme capacidad instalada ociosa, actuaban como factores de disciplinamiento no sólo de los precios en general sino de los salarios en particular. Como señala el ya mencionado documento de FIDE, “De esta manera, la crítica situación de la economía ponía un freno a la propagación hacia los precios de la devaluación (el llamado pass through)”. La distancia que se estableció entonces entre precios y salarios es lo que le dio a la devaluación su carácter “exitoso”. Luego de haber perdido los trabajadores cerca de un tercio de su poder de compra real, esa distancia y el incremento extraordinario del precio de las materias primas en una situación de recuperación económica mundial, es lo que le permitió al kirchnerismo presentarse como los salvadores de los trabajadores argentinos. Y esto, cuando en realidad, en lo mejor del ciclo económico, el salario promedio demoró más de cinco años para apenas recuperar los lamentables valores del 2001.
Sea entonces con terapia de shock o gradualismo y más aún en una situación declinante de la economía mundial en la que los precios de las materias primas invirtieron su tendencia, “sincerar” el dólar de manera “exitosa” dependerá de la posibilidad de atacar el salario real cuestión que, no obstante, deberá enfrentar –por suerte- una relación de fuerzas infinitamente superior a aquella de 2002.
Paula Bach
La Izquierda Diario
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