La celebración por la realización del debate del domingo, calificado de “histórico”, es más que un acto de hipocresía política. El despliegue de falacias, omisiones y engaños por parte de los dos representantes de los intereses dominantes que ocuparon el atril, no puede ser festejado como “un progreso de la democracia”; la democracia es la voz de los que no tienen voz -de ningún modo la reafirmación del monopolio de la palabra por quienes ejercen el monopolio social y político. Que un Macri diga con impunidad que viene a abolir la pobreza sin hacer referencia a la elevada precarización laboral y prometiendo una megadevaluación, un ajuste fiscal y un aumento aún mayor de las tasas de interés, es una exhibición obscena de fraude conceptual.
Que un Scioli despotrique contra los fondos buitre y haga alarde de una inversión futura de 20 mil millones de dólares que está condicionada a un arreglo con ellos (como sus propios asesores lo admiten), es otra operación fraudulenta. Los asesores del candidato K han repetido hasta el cansancio que para re-endeudar a Argentina hay que llegar, precisamente, a un acuerdo con los buitres a partir de la sentencia de Griesa. Por otro lado, defender la “estatización” de YPF en la misma semana en que el oficialismo declaró que era una empresa privada, para desmentir una sentencia de la Corte, es hacer gala de un cinismo que debería reservarse para el horario vedado a los menores. El choque entre el ‘modelo’ Chevron y el ‘modelo’ Shell no establece principios sociales opuestos y asegura, además, alguna forma de acuerdo entre ambos en el futuro. El acuerdo secreto con Chevron establece a Nueva York como la jurisdicción de eventuales litigios.
La ventaja del método
La celebración política del debate expresa otra cosa: el derrumbe del bonapartismo tardío que estableció el kirchnerismo a partir de 2011 -o sea, de un régimen de poder personal y gobierno de camarilla con su proliferación de decretos de necesidad y urgencia, superpoderes, arbitrariedades y cadenas nacionales. El oficialismo llegó derrotado al debate por su sola realización, lo que explica el faltazo al debate presidencial anterior. Scioli imploró incluso que Macri discutiera con él y no con el gobierno que se va. Obviamente, el derrumbe del bonapartismo declinante obedece al desplome de la economía, la cual se manifiesta en la crisis industrial y el vaciamiento financiero en que se encuentra Argentina, al borde de una cesación de pagos y, alternativamente, de una corrida contra el peso y la hiperinflación. La transición hacia otro régimen político deja planteada una pelea por desalojar a los resabios del aparato bonapartista de las palancas del Estado, como ocurre con la Procuración de Gils Carbó o el Banco Central de Vanoli. Dicho de otra manera, en cualquiera de las variantes, la transición implica el desarrollo de una aguda crisis política.
La divergencia entre nuestra posición por el voto en blanco y las tendencias sociales y políticas que la cuestionan, obedece a una cuestión de método.
Para caracterizar a las fuerzas en presencia es necesario partir del agotamiento o bancarrota del bonapartismo tardío y de su régimen económico, y de ningún modo de los prejuicios o chicanas acerca de uno y otro de los candidatos. Una salida capitalista a esta bancarrota significa un rescate financiero piloteado por el capital internacional; por eso, uno y otro prometen traer “dólares”, cuidándose de disimular el costo social de este rescate y quiénes son los actores internacionales con los que negocian. El conjunto de la clase capitalista está alineada con este planteo (más que eso, es un reclamo), desde que salió a apoyar a Massa, en 2013, para frustrar la posibilidad de una nueva reelección presidencial. Los bancos locales han acumulado un activo enorme de títulos públicos en dólares para beneficiarse del rescate internacional, que irá acompañado inevitablemente de una megadevaluación -sea macrista o sciolista; nadie aporta divisas a diez pesos el dólar. El precio de las acciones de las empresas de servicios sube sin pausa, precisamente porque el capital da por descontada la eliminación programada de los subsidios.
Para que Scioli sea la oposición al ajuste, como se empecinan en sostener algunos izquierdistas “nacionales”, debería tener un programa anticapitalista; ningún representante del capital, sin embargo, podría oponerse a ajustes y rescates internacionales cuando tiene la caja vacía, una crisis industrial, un derrumbe de los precios de exportación y una fuga de capitales. En toda caracterización, el método es el antídoto del macaneo.
Scioli defiende el rescate internacional que dice mentirosamente abominar para financiar “obras de infraestructura”, olvidando que eso ya ocurre con Chevron, que para eso goza de una eximición del cepo cambiario y que también necesita el rescate para girar utilidades a su casa matriz.
El hombre propone...
Es claro que, a partir de esta caracterización, el voto en blanco no se reduce a un rechazo completamente correcto a dos candidatos de los explotadores de la clase obrera o que exprese una oposición que no registra la diversidad de opciones entre el propio capital: el voto en blanco es, por sobre todo, la expresión de una estrategia de lucha contra el rescate capitalista, que pagarán los trabajadores, y contra el rescate político del Estado en crisis por el agotamiento del bonapartismo y el gobierno camarillesco, mediante un realineamiento entre las fuerzas patronales.
El entrevero del domingo 15, con todo, aportó una particularidad, que no por esperada es menos significativa. Scioli se desbordó con críticas al ajuste, que parecían un ‘copy and paste’ de la campaña del Partido Obrero y del Frente de Izquierda. Macri se convirtió, por una hora, diez minutos y treinta segundos, en un buen samaritano y, por sobre todo, se ‘olvidó’ de insistir con que levantaría el cepo, eventualmente, el 11 de diciembre. Quedó en evidencia que los rescates que pergeñan uno y otro se han convertido en más complicados de lo que venían diciendo, como consecuencia de una crisis muy superior, en términos financieros, a la reconocida. La prensa financiera destaca que el Estado no podría pagar en efectivo las diferencias que se registrarán en el mercado de cambio en perjuicio del Banco Central a partir de febrero -arriba de los 60 mil millones de pesos- y advierte que el futuro gobierno podría pagar la cuenta con un bono. Ambito Financiero (13/11) presume que “caerá muy mal en los mercados”. La cuenta, sin embargo, podría ser mayor, porque el Banco Central tampoco podría cancelar los Lebac -la deuda que ha contraído con los bancos locales por 400 mil millones de pesos- ni tampoco los intereses, del orden del 30% anual. Por eso, en los mentideros financieros ha comenzado a circular la versión de un Plan Bonex, el que aplicó Cavallo con Menem mucho antes del corralito, cuando convirtió en ese bono a los depósitos en los bancos. Incluso Kicillof sufrió un ataque de alarmismo cuando asustó a los vecinos en el barrio Agronomía, contándoles lo que podría producir una suba de la tasa de interés del Banco Central de Estados Unidos. Un diario financiero resumió el pánico con una vieja metáfora: que el próximo presidente le hable a los mercado con el corazón y éstos le respondan con el bolsillo.
Voto en blanco
¿Qué pueden ofrecer Macri o Scioli en el otro aspecto -el derrumbe del régimen político? Algunos ya especulan con un posible gobierno de coalición en el gabinete o en el Congreso, pero el primer punto de la agenda será la pelea por desalojar a los camporistas que se quieran blindar en el aparato estatal. Será una etapa de guerras y de compromisos. Los K le han dejado al próximo Ejecutivo el régimen de superpoderes, además del sistema constitucional de decretos de necesidad. La crisis deberá afectar la situación de la burocracia sindical, que ofrecerá el apoyo al que gane a cambio de su propia caja. La derrota de los barones del conurbano y de los ‘movimientos sociales’ K en las elecciones generales, ya han mostrado una ola popular que no dejará de manifestarse en los propios sindicatos, donde esta ola se manifestó, por otra parte, antes que en ningún otro lugar. En oposición a la colaboración de clases de la burocracia sindical con el nuevo gobierno, y a cualquier recambio de fachada en los sindicatos, el voto en blanco expresa la lucha por la independencia y democracia del movimiento obrero, solamente posible con direcciones clasistas y revolucionarias.
El voto en blanco no es, entonces, sólo una definición electoral de segunda vuelta: expresa una estrategia política. Hay que delimitarlo con esta estrategia y no en una función estrechamente electoral. Existe aún la posibilidad de que se manifieste con un peso mayor del que le atribuyen las encuestas, en cuyo caso estaría reflejando una conciencia popular mayor acerca de los alcances del ajuste -sea naranja o amarillo. Llamamos a ganar el debate verdadero en los lugares de trabajo, estudio y en las calles -con un planteo obrero y socialista.
Jorge Altamira
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