Una de las perversiones más recurrentes en las mentalidades burocráticas es su placer por dejar sin empleo a los trabajadores. Ese placer crece como la espuma si se trata de trabajadores docentes. Hay burócratas, del “sector privado” o del “sector público”, dispuestos a pisotear la obra y el prestigio de un docente para exhibir destrezas autoritarias en el arte de recortar presupuestos con las navajas de “austeridad” que tanto encantan a los verdugos neoliberales. Los daños revisten gravedades muy diversas.
A menos que se demuestre incompetencia flagrante, aberraciones éticas o conductas delincuenciales… la mayoría de los despidos a docentes proviene de persecución ideológica, patrañas de sectas, odios de egos, celos vulgares o simple maldad psicótica hija de patologías psicosociales burguesas muy costosas, diversas y mezcladas. El daño es terrible.
Aquel que decide el despido de un docente (por iniciativa personal o de cúpula) sin argumentos pruebas suficientes y racionales, con trampas y contra el derecho a la legítima defensa… comete una serie de delitos cuya magnitud toca lo histórico-político tanto como lo emocional-subjetivo del docente, de su familia y seres cercanos tanto como de la realidad histórica que vivimos. No hay modo de valorar el costo del saber desarrollado por un docente.
Contar con docentes calificados y reconocidos (en sus países tanto como en otros) en un mundo donde la necesidad de docentes crece y se hace más exigente, debería considerarse un patrimonio cultural intocable. Hay docentes que, en todos los niveles, no sólo han desarrollado conocimientos valiosos sino que ha desarrollado medíos y modos para la distribución, asimilación y aplicación social del conocimiento. Cambian la vida de muchos estudiantes y atentar contra eso debería ser sancionado de las maneras legales, éticas y morales más severas. No obstante, reina la impunidad y la impudicia entre las burocracias despedidoras. Los conocemos con nombres y apellidos.
Es un dolor inmenso la catarata de canalladas perpetradas contra docentes honestos y destacados que son victimados por las hienas de las burocracias en todos los niveles. Antología de la estulticia que se apodera de cargos y poderes para infestarles mediocridad rellena con odio de miserables. El daño social es inmenso, hay que gritarlo.
No falta, a los lebreles de la injusticia laboral contra los docentes, arsenales de canalladas en laberintos judiciales y administrativos para engordar expedientes de ignominia y presentarlos como “cosa justa”. No les faltan leguleyos ni cómplices dispuestos a mentir -con toda frescura- si los intereses y los dineros llenan las alforjas de su podredumbre. Es una humillación terrible contra la humanidad.
Hay establecimientos de educación de todos los niveles donde se han perpetrado crímenes de lesa humanidad laboral y se los sepulta con el silencio de los cómplices, los timoratos, los amenazados y todos sus adláteres. Y luego lo presumen como “eficiencia administrativa”. Como “destreza judicial”, como “logro moral” de los mediocres trepadores de poder espurio. Se exhiben sin pudor como verdugos de lo bueno para que reine lo podrido. Es un daño inconmensurable a las naciones. Es un daño fenomenal a la educación, a la Historia de la educación y al futuro inmediato.
La defensa laboral de los docentes sólo puede asegurarse con la participación social activa. La suma de docentes despedidos injustamente de sus fuentes de trabajo, es un expediente mundial horroroso y hacer justicia contra tal latrocinio no puede estar ni en manos de burócratas ni en manos de buitres empresarios. Ni unos ni otros entienden la dimensión de la educación ni el valor, los valores, de semejante trabajo. Para ellos se trata de “poder” o de comercio.
Es verdad que hay docentes reaccionarios o conservadores que abandonaron la razón suprema de la Educación como herramienta emancipadora… es verdad que hay docentes que olvidaron que la Educación es un derecho y se han prestado a reducirla a mercancía que traiciona a toda la humanidad en su reducción capitalista. Olvidaron que se es docente porque se es humanista en el sentido menos filantrópico burgués. Lo mejor que podemos hacer es no mitificar el trabajo docente. Es mejor que sea terreno, humano y material sin dejar de valorar todo lo que tiene de “espíritu” y de anímico. Es más humano defenderlo como compromiso Humano y como defensa de lo humano armada con conocimientos y métodos de enseñanza para la transformación del mundo.
Por lo pronto, hace falta la fuerza de todos aquellos que tengan un micrófono, una cámara, una pluma o una palestra digital para denunciar -con toda precisión, con nombre y apellido- aquel burócrata verdugo que atenta contra el trabajo de un docente. Denunciarlo hasta derrotar toda excusa de “austeridad”, toda maledicencia de secta, toda idiotez de bravucones, con que se víctima un trabajo valioso que no se repara con improvisación. Ni con saliva de burocracias. Se llamen como se llamen.
Más que nunca urge la unidad de los trabajadores de la educación, y de la sociedad toda, contra esa burocracia que traiciona el poder emancipador del saber que es social por necesidad y por definición. No importa la saliva reformista ni los argumentos economicistas del servilismo. Haremos todas las denuncias de la justicia social, del derecho a la Educación y los derechos de los educadores… que crezca el grito del malestar social en las luchas necesarias para poner a salvo a la Educación y a los docentes que, por formación y por convicción, son capaces capacitadores indispensables en el desarrollo de conocimientos, valores y praxis hacia la emancipación humana… también por las vías de la Educación. Y no estamos solos.
Fernando Buen Abad Domínguez
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