viernes, 8 de julio de 2016
A 40 años de la masacre de Palomitas
La conmemoración de los cuarenta años del golpe de estado del 24 de marzo fue el punto de partida para poner al 2016 de cara a los diversos acontecimientos a recordar en el contexto de la represión militar establecida por la dictadura cívico militar. Queda claro que los hechos recordados son todos luctuosos y tienen el estigma del dolor y la memoria sentada sobre el martirologio de miles de militantes populares asesinados o secuestrados y desaparecidos. Así entonces es que este 6 de julio se conmemora en la ciudad de Salta el cuadragésimo aniversario de la “masacre de Palomitas”.
El 6 de julio de 1976 son sacados de la Cárcel de Villa Las Rosas en horas de la madrugada 11 presos políticos, trasladados en vehículos militares son obligados a descender en el paraje Palomitas a 30 km. de Salta y acribillados por fuerzas militares: Celia Raquel Leonard de Ávila (PRT), Evangelina Botta de Nicolai (PRT), María Amaru Luque (Montoneros), María del Carmen Alonso de Fernández (PRT), Georgina Graciela Droz (Montoneros), Benjamín Leonardo Ávila (PRT), Pablo Outes Saravia (FRP), José Ricardo Povolo (PRT), Roberto Luis Oglietti (Montoneros), Rodolfo Pedro Usinger (Montoneros), y Alberto Savransky (Montoneros).
Vale recordar, ese año 1976 fue el año de la gran masacre, a partir del inicio de la dictadura se puso en práctica lo diseñado y establecido en la planificación de las acciones de represión, persecución y aniquilación de las organizaciones sociales y políticas revolucionarias populares, de sus militantes, dirigentes, de intelectuales, periodistas y todo aquel que hubiese cuestionado o cuestionase el orden establecido. De a decenas, centenares y miles cayeron ese año; una verdadera cacería organizada sobre la base de un eficaz trabajo de inteligencia que cuyo eje principal fue la tortura sistemática aplicada sobre los detenidos, el secuestro en operaciones clandestinas nocturnas, la inmovilización social a partir del terror según permanentes acciones y medidas tendientes a generarlo, la delación y la infiltración. Y todo esto en el contexto de un conflicto político social donde las clases dominantes echaron mano a todo recurso disponible para frenar el ímpetu de cambio de la sociedad argentina que había ido creciendo desde los años sesenta. Para ese fatídico año las organizaciones revolucionarias, el movimiento popular, la clase obrera por un lado había alcanzado un alto grado de madurez política pero contradictoriamente fueron cayendo en un paulatino aislamiento que facilitó a las fuerzas represivas su accionar.
Julio no es un mes cualquiera, si alguno lo fue en 1976, las fechas, los nombres, los lugares, los acontecimientos marcan el sino trágico de aquellos tiempos: la masacre de San Patricio, Palomitas, el apagón en Libertador General San Martín, el combate de Villa Martelli, el asesinato de los sacerdotes Carlos de Dios Murias y Gabriel Longueville en La Rioja (preludio del asesinato el Obispo Enrique Angelelli), entre tantos otros operativos diarios que fueron desmantelando la resistencia popular.
SIEMPRE EL ESPANTO
Palomitas se enlaza con el otro hecho nombrado: el combate de Villa Martelli, o para más precisión, las muertes de la cúpula del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) el 19 de julio. Caen en un tiroteo: su máximo líder Mario Roberto Santucho, su compañera Liliana Delfino, Benito Urteaga y Ana María Lanzilloto y en otro lugar Domingo Menna ¿Cuál es la relación?
Los presos fusilados en Palomitas pertenecían a Montoneros (peronistas) y al PRT – ERP (guevaristas); todos habían sido detenidos en Salta en el año 1975 en operativos desarrollados durante la intervención federal que había depuesto al gobernador Miguel Ragone. El interventor era un cordobés (Alejandro Mosquera) ligado a la extrema derecha que había derrocado mediante un golpe policial al gobernador de esa provincia Ricardo Obregón Cano (este y Ragone eran vinculados a la tendencia revolucionaria peronista). Mosquera asume en Salta trayendo a varios personajes ligados a la represión de esos tiempos.
Montoneros y el PRT tenían profundas divergencias en relación a la etapa política que se había abierto en 1973 con el retorno democrático y del peronismo al poder. Mientras los primeros apoyan tanto a Cámpora como al mismo Perón después, el PRT no renuncia a la lucha armada a través de su organización militar, el ERP, y producirá resonantes casos de acciones, como así también el lanzamiento de su columna militar rural en Tucumán. Algunas acciones de estos tendrán como efecto (buscado) el endurecimiento de leyes y políticas por parte del gobierno peronista, asimismo Montoneros y la izquierda peronista irán tensando las relaciones con Perón. Tras la muerte de este, el proceso político argentino fue en permanente deterioro por la ineptitud de la presidente, viuda del general, sus colaboradores como José López Rega mentor de la macabra Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) fuerza parapolicial dedicada a asesinar militantes populares, la crisis económica que llevó al fracaso al Pacto Social y agudizó la lucha de clases (rodrigazo), la violencia política en aumento, etc.
El golpe de estado los encontró en una etapa de reflujo político y separados del conjunto de las luchas y el movimiento popular. Ambos sabían de lo inminente del golpe y lo esperaron con la expectativa de que la sociedad reaccionaría “agudizando las contradicciones” y llevando al país a un estado prerrevolucionario. Nada de esto ocurrió.
Así entonces, frente a la despiadada represión militar y el plan económico de Martínez de Hoz, las dirigencias de Montoneros y el PRT se dieron a la tarea de mantener diálogo y contacto para construir la unidad entre estos como forma de unificar la resistencia política y militar. En este camino estaban cuando un día antes de la partida de Santucho al exilio y ya se convenido el nombre de la futura organización, cae en un tiroteo con el ejército. Trece días antes militantes de ambos sectores en una metáfora siniestra, unidos en la desgracia de la cárcel eran empujados todos a la muerte sin perjuicio de sus otrora diferencias.
LECCIONES
Parece ser un leitmotiv del campo popular la división. Tiene sus causas, no son despreciables, pero hay una tendencia a la reiteración de momentos y prácticas que tienden más a profundizarlas que a buscar los también existentes puntos de acuerdo. Y con estos sí hay una cultura de subestimación.
A cuarenta años del golpe que echó bases de un modelo de sociedad y que la democracia puso en debate sin revertirlo totalmente, el campo popular sigue huérfano de identidad y horizontes, tanto que hoy nos gobierna un proyecto que en 1976 se quiso implementar por la fuerza y la violencia, en 1991 desde el engaño y la traición a las propuestas y a la identidad política por parte de los ejecutores y hoy llegan al poder por el voto mayoritario aceptando sus propuestas de ajuste y desigualdad.
El movimiento popular argentino fue desandando el duro camino de la derrota en estas cuatro décadas y logró en el año 2001 poner freno al neoliberalismo salvaje que asoló nuestro país por una década. Pero no supo construir ni una fuerza política hegemónica ni proponer un modelo alternativo. En tanto un sector mayoritario adhirió a las políticas progresistas del kirchnerismo pero sin cuestionar la estructura económica que lo sostenía, por otra parte la izquierda clásica, ya con total predominio trotskista, apuntó a una cerrada crítica del gobierno sin dejar espacio a posibles acuerdos.
La década anterior fue una nueva oportunidad para rearmar las organizaciones populares dado el contexto de recuperación económica y descenso de los niveles de pobreza, desigualdad, desocupación si bien nunca lo suficiente, pero primó la carencia de marcos ideológicos y la falta de voluntad para construir acuerdos. Con la derecha en pleno gobernando, o sea, con las clases dominantes otra vez en el manejo del poder político sus medidas golpean con una violencia inusitada a los sectores populares. Azorados y sin más referencia que el de resistir, otra vez los diversos componentes del campo popular comienzan a mirarse no sin recelos, otra vez el poder nos empuja a amontonarnos, reducidos a esa situación esencial de la resistencia luego de la batalla perdida.
No sirven los actos, recordatorios, conmemoraciones y gestos que mueren las palabras histriónicas sino se pone a la Historia a la par del presente y si este no es cotejado como parte indisoluble de los procesos históricos y las experiencias de las luchas populares. Este 2016 nos llega con terribles paradojas que muestran la circularidad de la historia y sus procesos y como tal sigue siendo una excepcional escuela de aprendizaje y de oportunidades para revertir un estado de cosas, un orden social que no deja de proponer horizontes certeros repetidos para las mayorías, un lugar común.
Daniel Escotorin
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