martes, 26 de julio de 2016

Cuando el estalinismo votó la política del frente popular



El ascenso del fascismo en Europa encontró a la Internacional Comunista aprobando en su VII congreso (1935) la política de los “Frentes Populares”: llevar a la clase obrera detrás de la supuesta burguesía “democrática” para luchar contra el fascismo.

Ya en 1928 León Trotsky se anticipaba teóricamente a las oscilaciones de la IC y redactaba una profunda crítica a la misma:“Stalin el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin”. De esa manera, intentaba armar con la estrategia revolucionaria a la IC partiendo de esta definición: “la táctica se limita a un sistema de medidas relativas a un problema particular de actualidad o a un terreno separado de la lucha de clases. La estrategia revolucionaria cubre todo un sistema combinado que tanto en su relación y sucesión como en su desarrollo deben llevar al proletariado a la conquista del poder” [1]. Pero desde entonces, tal crítica no sólo fue silenciada, prohibida y sus compañeros fueron a dar con sus huesos en los fríos campos de concentración. Esa sería, al decir del historiador Pierre Broué; “la universidad del bolchevismo”, bajo las condiciones mas duras de persecución, calumnias y muerte. Empezaba un camino irreversible de colaboración de clases con la burguesía.
El ascenso de los nazis en la Alemania, por la negativa al combate del PCA y el “frente único” junto a la socialdemocracia para impedirlo había significado la muerte de la IC como partido internacional de la revolución; los acontecimientos de Francia y España serían la firma, sangrienta, de tal defunción.
En Francia, a inicios de 1934, los fascistas protagonizan manifestaciones contra el parlamento por escándalos de corrupción e intentan tomarlo. Fracasan pero cae el gobierno y se forma uno nuevo bajo la consigna de “unidad nacional”, del que pasaría a formar parte el grupo derechista Alianza Democrática. El movimiento obrero, impregnado de las mejores tradiciones revolucionarias, responde con huelgas y manifestaciones exigiendo al gobierno que disuelva las bandas fascistas. Estas acciones tuvieron su punto más alto el 12 de febrero cuando estalla la huelga general. Sin embargo, esa gran energía para luchar contra el fascismo será desviada por el Partido Socialista (SFIO) y del Partido Comunista (PCF). Trotsky propone el frente único obrero para enfrentar los planes de la burguesía y sostiene un que es necesario un programa de conjunto para oponerlo al de los fascistas y así conquistar a las “clases medias” para una alianza revolucionaria dirigida por la clase obrera. Pero ese programa había que ponerlo en marcha mediante los comités de acción, electos por las masas, con la perspectiva de que se transformasen en órganos de poder obrero y campesino, semejantes a los soviet (consejos) rusos. Y como al fascismo no se le discute, sino que se lo combate; Trotsky alertaba que esas bandas eran armadas directamente por el capital, por lo tanto los trabajadores tienen su legítimo derecho a organizar su propia autodefensa armada, aspirando a la construcción de milicias obreras organizadas según el lugar de trabajo.
Pero en 1935, los que ayer eran “socialfascistas” como gustaba acusar el estalinismo a los partidos socialistas (para negarse al frente único de “golpear juntos, marchar separados”), hoy eran “aliados democráticos” y serían llamados a la unidad “antifascista” junto a representantes de sectores del imperialismo “democrático”. Esa unidad, no era para la lucha sino para desactivar la misma. Así, en 1935 el PCF forma el “Frente Popular” con la socialdemocracia y una fracción del Partido Radical.
Lo criminal de esta política comenzaba a vislumbrarse; cuando el estalinismo presentaba esta orientación como forma de ganarse a las clases medias, cuando estas rompían cada vez más con tales aparatos y ataba de pies y manos a los trabajadores para entregar sus intereses a la burguesía francesa. Trotsky sostenía que: “el Frente Popular, en su forma actual, no es otra cosa que la organización de la colaboración de clases entre los explotadores políticos del proletariado –reformistas y estalinistas– y los explotadores de la pequeñoburguesía, los radicales. Verdaderas elecciones de masas a favor de los comités de acción expulsarían automáticamente a los negociantes burgueses del Frente Popular y, así, harían saltar por los aires la política criminal dictada por Moscú (...) las huelgas, las manifestaciones, las escaramuzas callejeras, los alzamientos directos, son totalmente inevitables en la situación actual. La tarea del partido proletario consiste, no en frenar y paralizar esos movimientos, sino en unificarlos y darles una fuerza mayor” (¿Adónde va Francia?). Y en agrega que: “los comités de acción tomarán sus decisiones por mayoría, existiendo una total libertad de agruparse para los partidos y fracciones. En relación con los partidos, los comités de acción pueden considerarse parlamentos revolucionarios: los partidos no son excluidos, por el contrario, se los supone necesarios. Pero al mismo tiempo, son controlados en la acción y las masas aprenden a liberarse de los partidos putrefactos”.
El punto agudo será en 1936, cuando se desencadena el movimiento de huelgas con ocupación de fábricas. Pero una vez mas el movimiento será desviado a cambio de algunas concesiones y el estalinismo logró frenar el ascenso revolucionario.
Mientras se desmoronaban las aspiraciones del movimiento obrero francés, en febrero del mismo año triunfaba el gobierno del Frente Popular en España, compuesto por los grandes partidos reformistas como los socialistas, el PCE, el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y al que más tarde aportarán sus ministros nada más ni nada menos que los anarquistas de la CNT-FAI (Confederación Nacional del Trabajo-Federación Anarquista Ibérica), traicionando sus propios principios sobre todo tipo de “Estado”.
En mayo de ese año Franco lanza la ofensiva para acabar con todo el movimiento revolucionario que se había iniciado en 1931 con la caída de la monarquía, proceso revolucionario al que Trotsky caracterizaría como de “ritmos largos” (diferenciándolo de la Revolución Rusa de 1917, pero que a la vez notaba que el punto de partida era mucho más avanzado que aquella). Así, los obreros se lanzan a saquear las armerías, a tomar las fábricas, establecer el control obrero y los campesinos toman las tierras y las casas de los grandes terratenientes, se saquean e incendian las iglesias, el símbolo de la opresión oscurantista de siglos y al que se identificaba claramente con el franquismo. La revolución estaba en marcha, pero el mismo obstáculo se imponía en el camino al triunfo: el Frente Popular. Mientras Franco recibía armamento de Hitler y Mussolini, el Frente Popular con la engañosa consigna de “primero ganar la guerra, luego las reformas sociales”; se encargaba de desarmar al movimiento revolucionario. De esa manera, hacían pasar por “unidad antifascista” lo que en verdad era la colaboración de clases la burguesía, para no “asustar” a sus aliados siendo que éstos se habían pasado ya al bando del fascismo. Allí reside el problema clave, si con cada centímetro de tierra que se arrebata a los terratenientes no se la repartían entre los campesinos pobres ¿porque éstos defenderían al bando republicano del Frente Popular? Si cada fábrica que es ocupada no es puesta bajo control obrero para satisfacer las necesidades más urgentes del frente de batalla y las masas urbanas ¿por qué los obreros deben entregar sus armas y someterse a los dictados del Frente Popular? Trotsky sostenía que “el fascismo es la reacción, no feudal, sino burguesa y contra esta reacción no se puede luchar con éxito mas que con la fuerza y con los métodos de la revolución proletaria” (“La victoria era posible”). Jean Rous, uno de los compañeros de Trotsky presente en la revolución relata que: “cualquiera –como le ocurrió al autor de este folleto- que se encontrara en ésa época en Barcelona, podía convencerse, por los resultados más tangibles y más cotidianos en las fábricas, en los transportes, en los negocios, de la superioridad aplastante de los métodos de la gestión socialista de la economía, sobre el método capitalista. A partir de ese momento, el obrero trabajaba para él, al mismo tiempo que para todos, y adquiría por ello una iniciativa, un sentido de responsabilidad, una actividad completamente bajo la esclavitud capitalista (…) cada obrero constataba, en la práctica, cara a cara con la realidad, que le era imposible vencer al fascismo, cumplir las tareas democráticas, de otro modo que no sea mediante los métodos de la revolución socialista, expropiando al expropiador y construyendo el aparato del Estado obrero” [2]. Semejante revolución, llena de entusiasmo de los de abajo, llena de vigor y fuerza es la que sería liquidada desde adentro por la labor contrarrevolucionaria del Frente Popular.
En 1937, estallan las “Jornadas de Mayo” y los obreros de Barcelona vuelven a dar una gran muestra de heroísmo, enfrentando las provocaciones del estalinismo y toman la central de telefónica en unidad de lucha de contra el POUM. Pero, una vez más la negativa de tomar el poder por parte del anarcosindicalismo, lo lleva a la deriva pagando el más alto precio su colaboración con la colaboración con la burguesía (en este documental, se puede ver a sus dirigentes reconociendo –a su manera- tal traición).
Trotsky haciendo un duro balance sostenía que: “no faltó ni el heroísmo de las masas ni el coraje de revolucionarios aislados. Pero las masas fueron abandonadas a su suerte y los revolucionarios fueron apartados de ellas sin programa, sin plan de acción (...) los soldados perdieron la confianza en sus mandos, las masas en su gobierno, los campesinos se situaron al margen, los obreros se cansaron, las derrotas se sucedían, la desmoralización crecía. No era difícil prever todo esto desde el comienzo de la guerra civil. El Frente Popular, estaba abocado a la derrota militar, ya que tenía como meta la salvaguarda del régimen capitalista. Colocado el bolchevismo patas arriba, Stalin cumplió con éxito el papel principal de sepulturero de la revolución” [3].
Finalmente, estableciendo una relación dialéctica en su escrito que lleva el nombre “Clase, partido y dirección” sostenía que: “en los momentos cruciales de los giros históricos, la dirección política puede convertirse en un factor tan decisivo como el de un comandante en jefe en los momentos críticos de la guerra. La historia no es un proceso automático. Si no ¿para qué los dirigentes?, ¿para qué los partidos?, ¿para qué los programas?, ¿para qué las luchas teóricas?” [4]
Este fue alto precio pagado por la colaboración de clases con la burguesía, la política aprobada el 27 de julio de 1935 en su VII Congreso. Y con la revolución, también moría la Internacional Comunista, estrangulada por su principal sepulturero: Stalin, quién acabaría por disolverla años mas tarde. Pero a la vez, nacía un nuevo reagrupamiento, sobre la base de esas trágicas lecciones, y sobre la base de las mejores tradiciones revolucionarias de las tres internacionales anteriores: la Cuarta Internacional, encabezada por León Trotsky.
Porque la nuestra es una época preparatoria, estas cuestiones tienen relevancia clave, estratégica, ya que es ahora donde hay que formar militantes y cuadros obreros, jóvenes y mujeres que estén a la altura de librar las batallas por la independencia de clase, para que la victoria sea posible, y lo posible se torne real: una sociedad sin explotados ni explotadores.

Daniel Lencina

1 León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas. La III Internacional después de Lenin, ed. CEIP-LT (2012), p. 131.
2 Jean Rous, A 70 años de la guerra civil española. La victoria era posible, ed. IPS “Karl Marx” (2006), pp. 24-25.
3 León Trotsky, La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española (1930-1940), ed. CEIP-LT (2014), pp. 388-389.
4 Ibídem, p. 434.

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