domingo, 24 de julio de 2016
Carlos Nine, un genio irreverente
Que ganó el mayor premio a los historietistas en Francia y el de ilustradores en su Argentina natal. Que hizo dibujos para la afamada revista The New Yorker, para el Le Monde y para Clarín. Que sacó muchos libros, no solo de historias en viñetas. Que ilustró desde Dolina hasta Shakespeare. Que fue también director teatral, escultor y realizador de cine de animación. Todo eso ya ha colmado las necrológicas de Carlos Nine, fallecido este 16 de julio.
Nine, como caricaturista, era un poeta. Sabía plasmar con la pluma y la acuarela una mirada sagaz del mundo, ácida por momentos y por momentos empática. Se describía como un cínico, pero más valdría decir que era un brillante ironista. Estas dotes se ven desde sus primeros trabajos hasta el “Informe visual de Buenos Aires y sus alrededores”, que había presentado en abril de este año.
En varios aspectos, la figura de Nine recuerda a la de Homero Manzi. Tenía, en primer lugar, esa misma obsesión por los personajes del entorno porteño: “Mi trabajo disfruta y padece de la misma singularidad que mi tierra. No nací de un repollo, soy el resultado de esta cultura particular. Soy tan original o detestable como mi país, y me hago cargo de esa amorosa responsabilidad.” , apreció el dibujante en alguna ocasión. Nine contaba también con una nostalgia tanguera, a la que sumaba la influencia de los surrealistas, de los grandes de la caricatura como Daumier y de Goya, creador de demonios, para parir criaturas tan fantásticas como verosímiles: “Cuando uno dobla la esquina y se topa con un unicornio, no hay nada que se pueda hacer, es un unicornio.”
Sobre todo, evoca a Manzi porque, contando con el más excelso dominio de su arte, aspiraba a una llegada popular: así como el poeta lo hizo escribiendo letras de tango, el sueño de Nine “no era exponer en una galería sino en el kiosco”. Así lo hizo desde la mítica revista Fierro, y también desde las tapas de Humor, que volcó irreverentes parodias del poder ya desde la dictadura. Sin embargo, tenía claro que pasear sus obras era un resultado, no un fin: “Hay gente que está más obsesionada por publicar que por dibujar; esos no son dibujantes, son publicantes”.
De origen obrero, hijo de un zapatero y sobrino de ferroviarios, Nine se reivindicó siempre como un militante. Prefería decirse “trabajador” antes que “artista”. Activó de joven en la JP, y el golpe de Estado casi lo lleva al exilio. “Si yo dibujo es porque me falló la revolución”, dijo una vez. En su obra no dejó de atacar al poder; en un audaz artículo de 2014, le pareció ver a Quino entrampado en uno de sus propias críticas gráficas a los poderosos, al recibir una distinción de la monarquía española, con “decenios entre putas, negociados y cadáveres de elefantes”.
Mostró su compromiso con las luchas populares aportando a la causa por Mariano Ferreyra, con una caricatura que mostraba a Pedraza como un pirata triste; en el texto que lo acompañaba lo señaló como “Traidor a los intereses de su gremio, traidor a su clase social originaria, traidor al patrimonio de estado y a los intereses de la nación”.
Vale destinarle a Nine lo que él dijo de los artistas gráficos, sus primeros referentes: “Les agradezco que se hayan dirigido a la masa, al pueblo común del cual yo formaba parte, y no a un público especializado que concurre a las galerías de arte”.
Tomás Eps
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