En el marco de una elección que afianzó el giro derechista de todo el espectro político dominante, el FIT recibió un importante caudal de votos. Quedó ubicado entre las cinco listas que disputarán la elección presidencial y tiene posibilidades de ampliar su actual bancada en el Congreso.
Esta gravitación de un frente principalmente compuesto por tres fuerzas trotskistas sorprende a muchos analistas, pero tiene sólidas raíces en la historia contemporánea del país. Argentina presenta la especificidad del peronismo y del singular desencuentro de la izquierda tradicional con ese movimiento. Junto a otras vertientes radicalizadas, el trotskismo ocupó el vacío dejado por los comunistas y socialistas que optaron por la Unión Democrática.
Los herederos de Trotsky mantuvieron una gran presencia en los sindicatos durante la resistencia de los años 60 e incentivaron la proletarización de varias camadas de militantes. Postularon candidatos en los turbulentos comicios de esa época y ocuparon un significativo lugar en la batalla por los derechos humanos bajo la dictadura.
El trotskismo cobró nuevamente fuerza durante la crisis del alfonsinismo. En ese período concertó una inédita alianza con el PC (IU) y logró un gran impacto con la actuación de Zamora en el Congreso. Durante el colapso del 2001 lideró una nutrida vertiente del movimiento piquetero.
El trotskismo local superó a sus pares de Latinoamérica y generó varias figuras internacionales (Posadas, Nahuel Moreno). También gravitó intelectualmente sobre el nacionalismo revisionista (JA Ramos) e influyó sobre la principal guerrilla no peronista (ERP).
Simpatías y pilares
El crecimiento actual de esta tendencia obedece al desplome que afecta al progresismo anti-oficialista. El kirchnernismo lideró un gobierno de centro-izquierda que anuló a todos los rivales de ese espacio. Una significativa parte de los votantes de ese sector se ha inclinado por la izquierda radical. El reciente cuasi-empate del FIT con Stolbizer confirma ese curso.
El frente de izquierda no canaliza en la misma medida las frustraciones que se verifican con el progresismo oficialista. El peronismo afronta actualmente su típica crisis de fin de ciclo político. Ya ocurrió con Perón, con Cámpora, con el vandorismo, con el cafierismo y con el menemismo. Pero el nuevo empalme del Cristinismo con el aparato justicialista en torno a Scioli ha limitado esa convulsión. Este escenario atenuó la expectativa en un desemboque inmediato por la izquierda de la experiencia kirchnerista.
El FIT avanza por la importante participación de sus militantes en las luchas sociales. Esta presencia explica la subjetividad del votante de izquierda, que apoya a los candidatos dispuestos a poner el cuerpo en la calle. De esta forma se genera un mandato de resistencia para confrontar con el ajuste que se avecina.
El frente progresa en tres sectores. En el interior disputa con todos los oficialismos que perpetúan el caciquismo provincial. En la clase obrera batalla contra la burocracia mafiosa que apaña el Ministerio de Trabajo. En las universidades públicas sintoniza con el universo plebeyo de estudiantes afectados por la precarización laboral.
El FIT ha sido bien tratado por los medios de comunicación, ante la relativa ausencia de grandes piquetes. Pero la ira del establishment sólo está contenida y reaparecerá cuando recrudezcan los conflictos.
Internas y mutaciones
El frente ha logrado un acuerdo poco común entre los partidos que lo integran. También ha realizado la primera interna significativa desde la elección que opuso a Zamora con Néstor Vicente. Tal como ocurrió en esa oportunidad ha logrado desbordar el círculo habitual de la izquierda. Ha podido dirimir en las urnas la disputa por los cargos y si sobrevive después de octubre, habrá introducido un método para dilucidar divergencias sin romper lo convenido.
Las internas son habituales en otras organizaciones, pero no están incorporadas a la tradición de la izquierda. En este espacio ha predominado el uso del duro lenguaje leninista para obstruir la simple definición de candidaturas.
La gran sorpresa de la reciente elección fue el triunfo del nuevo dirigente del PTS (Del Caño) sobre el tradicional líder del PO (Altamira). Este resultado no obedece sólo al llamativo arraigo del ganador en su provincia de Mendoza. Fue determinante el mayor entusiasmo suscitado por un candidato joven, que transmite la sencilla imagen de luchador. Retomando un perfil que ya exhibió Zamora, asocia su figura al ciudadano común divorciado de la casta política.
Del Caño se comunica con más facilidad con un público distanciado del estilo y el lenguaje de la generación precedente. Recoge la nueva reivindicación del militante, sin cargar con los prejuicios que rodean a esa figura. Además, aparece exento de toda responsabilidad en los bajos resultados electorales que tuvo la izquierda, a lo largo de tres décadas de comicios presidenciales. Su irrupción ha corroborado que para atraer votos no alcanza con el respeto. Se necesita producir cierta identificación.
El triunfo de Del Caño corona un cambio sustancial en la práctica política de la izquierda. La vieja prédica dogmática ha desaparecido de los discursos, los afiches y los mensajes dirigidos al gran público. Este cambio es muy visible, observando los periódicos partidarios que mantienen el viejo estilo.
Durante la interna no hubo discusión política entre Altamira y Del Caño. Por eso se votó por figuras o trayectorias. Las divergencias fueron minimizadas en un marco de gran coincidencia ideológica.
Las tres organizaciones del FIT se auto-denominan trotskistas, pero el significado actual de ese término es poco claro. Ese concepto surgió en la batalla contra el stalinismo y perdió sentido luego de la desaparición de la Unión Soviética. En los hechos, forma parte de las distintas identidades que actualmente conforman la izquierda.
Tal como ocurrió con los partidos comunistas –que mantenían enormes distancias bajo una misma denominación– los distintos trotskismos guardan pocos parentescos entre sí.
En el caso argentino se ha producido un reordenamiento completo de sus vertientes. El MST se asemeja al morenismo en su continuada búsqueda de alianzas extendidas. El MAS se parece al viejo PO en sus críticas de izquierda a los frentes existentes. El PTS se ubica en un punto intermedio y exhibe una llamativa intención de incidir en el campo intelectual. Esta pretensión es totalmente ajena al legado cultural populista de Nahuel Moreno. Las mutaciones señaladas confirman la necesidad de observar sin anteojeras los recambios actuales en la izquierda.
Dilemas estratégicos
La orientación vencedora en la interna del FIT propicia el continuado encierro del frente en agrupamientos trotskistas, como si esa tradición monopolizara el universo de la izquierda. La corriente derrotada morigeró ese auto-cerco, sumando a su lista a Pueblo en Marcha y facilitando la aproximación del Perro Santillán. Pero no logró concretar acuerdos con los guevaristas de La Plata y los autonomistas de Rosario.
Con tres corrientes importantes –AyL, el MST y el MAS– no se llegó discutir nada. Persiste una cláusula dentro del FIT, que exige total unanimidad para incorporar a terceros. Con esas autolimitaciones no se vislumbra como podría consumarse el pasaje a un frente más abierto, popular e influyente.
Los líderes del FIT suponen erróneamente que en su configuración actual ese organismo puede convertirse en una opción de gobierno. Esa performance sólo permite consolidar ámbitos de resistencia, sin ofrecer alternativas de poder.
El FIT elude esclarecer cuál es su estrategia para alcanzar esa meta y por el momento, los medios de comunicación no le exigen ninguna clarificación. Los líderes del frente cuestionan todas las expresiones vigentes de transformación revolucionaria (Cuba) o progresista (Venezuela, Bolivia) en América Latina. Como su único referente es lo ocurrido entre 1917 y 1923 en la URSS, resulta difícil encarar algún debate concreto sobre su proyecto político.
Las vaguedades sobre el gobierno de trabajadores, los silencios sobre la dictadura del proletariado y las alusiones a las experiencias de gestión en Liverpool no resuelven esa carencia.
El principal debate soslayado es la estrategia para llegar al gobierno y acceder al poder, en un marco de afianzamiento institucional alejado de los viejos contextos dictatoriales.
El enigma es cómo alcanzar la presidencia y obtener mayorías parlamentarias, mientras se construye el poder popular requerido para conquistar el Estado y la hegemonía de la sociedad. Para dilucidar estos problemas no alcanzan las lecturas de Trostky. Se necesita revisar a Poulantzas y combinar a Lenin con Gramsci.
El FIT no sólo tiene por delante exigencias de lucha. También necesita encarar actualizaciones estratégicas y revisiones teóricas. Su aparición modificó el mosaico electoral, pero se requieren otros pilares para cambiar el escenario político.
Claudio Katz
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