domingo, 23 de agosto de 2015

Droga, Estado y globalización

Un nuevo escándalo, vinculado a los negocios de la droga, sacude a la opinión pública en Argentina. Para los lectores del exterior, sintetizo los datos más relevantes. Aníbal Fernández, jefe de Gabinete, ha sido vinculado con el tráfico de efedrina que se utiliza para la fabricación de drogas sintéticas, y con un triple crimen. Dos testimonios lo vinculan con el asesinato de Sebastián Forza, Leopoldo Bina y Damián Ferrón, cuyos cuerpos aparecieron, el 7 de agosto de 2008, acribillados en las afueras de Buenos Aires. Los tres estaban en el negocio de la efedrina.
También se ha vinculado a Fernández con el financista Esteban Pérez Corradi, quien se encuentra prófugo y es considerado por la Justicia como el autor intelectual del crimen. José Luis Salerno, ex socio de Ferrón y ex policía, afirmó que Aníbal Fernández comandaba la banda que operaba con la efedrina. Martín Lanatta, condenado a cadena perpetua por habérselo encontrado culpable de los asesinatos, junto a su hermano y los hermanos Schilaci, es la otra fuente que acusa a Fernández. Este niega, con vehemencia e indignación, que tenga algo que ver, y dice que se trata de una operación de prensa, montada por el grupo Clarín, el periodista Jorge Lanata y sus rivales en la interna del partido gobernante, el Frente para la Victoria.

Necesaria intervención del Estado…

No tenemos elementos para decidir si las cosas son como dice el jefe de Gabinete, o sus acusadores. Pero sí hay suficiente evidencia como para afirmar que, necesariamente, sectores muy importantes del Estado participan y colaboran con el narco-capital. La razón es simple: es imposible que un negocio que mueve miles de millones de dólares pueda desenvolverse sin el consentimiento y amparo de instancias estatales. El asunto de la efedrina es ilustrativo. La importación de efedrina en Argentina aumentó dramáticamente a partir del momento en que México, en 2005, prohibió su entrada. Entonces el negocio para los narcos fue traer la efedrina a Argentina, donde no existían restricciones legales a su importación, para reenviarla a México, donde se usa para la fabricación de drogas. Se calcula que entre 2005 y 2008 unas 40 toneladas de efedrina ingresadas al país se desviaron por esta causa. Como dato de comparación, en 1999 se importaron 1190 kilos; en 2007 fueron 20.450 kilos. Según la jueza Servini de Cubría, que interviene en el caso, entre 1999 y 2010 se importaron 55.900 kilos de efedrina.
Es evidente que organismos del Estado “miraron para otro lado”, para decir lo menos. El Sedronar (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y Lucha contra el Narcotráfico) es el organismo que estaba encargado de autorizar las importaciones y hacer el seguimiento de su utilización. Sus funcionarios no pueden decir que estaban distraídos; su ex titular, Ramón Granero, está involucrado en la causa por la importación de efedrina. Pero otras instancias estatales también estarían involucradas. Por ejemplo, los hermanos Zacarías, también acusados de importar efedrina, ocupaban altos cargos en el Estado: Rubén Zacarías fue jefe de Protocolo y Ceremonial de la Casa de Gobierno hasta 2013; Miguel Zacarías era el secretario privado de Granero; Luis Zacarías fue empleado del Ministerio de Planificación. Tanto los Zacarías como Granero eran muy allegados a los Kirchner. Durante el juicio por el triple asesinato se afirmó que jefes de la Policía Federal recibieron dinero por su colaboración para dejar circular la efedrina. Cuando Lanatta se escapó a Paraguay, volvió al país en un auto de los servicios de inteligencia. Cuando una senadora peronista, Sonia Escudero, presentó un proyecto para prohibir la importación de efedrina, Aníbal Fernández dijo que semejante medida afectaría los derechos humanos de los enfermos. Laboratorios vinculados a la importación de efedrina aportaron importantes fondos para la campaña presidencial de 2007 de Cristina Kirchner. Todo apunta a que existen fuertes relaciones entre altos funcionarios, altos mandos de las fuerzas de seguridad (policía, servicios de inteligencia), jueces y fiscales, y las bandas de narcotraficantes. Aunque las cosas se tapan, la mayor parte de las veces.
Lo importante es entender que el Estado en todo esto no es neutro. Una vez más, el accionar de las instituciones estatales responde a lógicas de clase, mal que les pese a los adoradores del estatismo. De hecho, es una palanca de acumulación para el narco capital, y para altos funcionarios que son partícipes imprescindibles del negocio. Y es una palanca para insertarse en los circuitos globalizados del capital sostenido en dineros “negros” (se amplía más abajo). Por eso, en este, como en otros ámbitos, no hay incompatibilidad entre Estado y negocios privados.

… y del capital financiero internacional

Por otra parte, es imposible que el narco-capital, y el narco-capital-estatal funcionen sin la participación de las redes financieras internacionales. Las ganancias extraordinarias que se obtienen de estos negocios necesariamente deben insertarse en los circuitos financieros.
Para darnos una idea de la magnitud del negocio, digamos que, según Global Financial Integrity (organismo con sede en Washington), en casi un cuarto de 82 países que se pusieron bajo estudio, la razón de flujos financieros ilícitos con relación al PBI fue, entre 2008 y 2012, del 10% o mayor. Por flujos financieros ilícitos se entiende movimientos de capital de un país a otro. El 40% de esos países estudiados tenían flujos ilícitos que eran al menos el 10% del total del valor comercializado. Como dato ilustrativo, GFI estima, siendo conservador, que en 2012 unos 991.200 millones de dólares salieron de países atrasados, siendo fondos ilegales. Este dinero termina en bancos de países desarrollados (un 55%), o en paraísos financieros (45%). Recordemos que los paraísos fiscales aceptan dinero de cualquier lado sin informar a las autoridades del país en que se originó, o del que proviene (son ejemplos Andorra, Bahamas, Luxemburgo, Islas Vírgenes, Seychelles, Islas Caimán). Del total de los flujos, la mayor parte corresponde a las drogas ilegales; en 2011 el contrabando de droga habría movido 320.000 millones de dólares; 250.000 millones por falsificación de marcas y 31.000 millones por tráfico humano.
Mover esos montos exige una gigantesca, e internacionalizada, ingeniería financiera. Uno de los métodos privilegiados para trasladar estas sumas es con subfacturación o sobrefacturación de importaciones y exportaciones. A su vez, para lavar el dinero (esto es, ocultar su procedencia ilegal e integrarlo al sistema legal) es necesario el sistema bancario; la forma básica del lavado consiste en pasar el dinero por diversas cuentas de bancos, para que se pierda su rastro. Una vez legalizado, es difícil distinguirlo del que proviene de fuentes legales. En este proceso intervienen también empresas fantasmas, cuya propiedad está disimulada, que abren cuentas bancarias y giran dinero como cualquier otra empresa. Para dar un ejemplo de cómo se disimulan empresas: una empresa se crea en las islas Seychelles, que es controlada por otra en Barbados; que a su vez es controlada por otra en Panamá. De esta manera es imposible seguir el rastro. Decenas de miles de empresas se registran por año en diferentes paraísos.
Por eso se imbrican en los negocios sectores de la alta burocracia estatal (el lumpen burgués estatista en su máxima expresión), capitales privados locales y amplias porciones del capital bancario y financiero internacional. Este es el contexto que da verosimilitud a los relatos que se filtran de entre la maraña de inmundicia, mafias, servicios de inteligencia y altos financistas que rodea al asunto. Este también es el contexto en el cual hay que explicar hechos que de otra forma parecen inexplicables, como, para poner un ejemplo, el viaje por pocas horas de una presidenta, en avión privado, a las islas Seychelles, sin agenda oficial que lo justifique. Solo gente cegada por el fanatismo puede creer que estas excursiones las realiza un gobierno “nacional y popular para luchar contra los buitres y financieros internacionales”.

Mercancía, valor de uso y valor en la droga

Tenemos que partir del hecho que la droga es una mercancía. Es decir, es un producto que va al mercado y como tal tiene valor de uso y posee, además, un valor que se manifiesta en los precios. Amplío un poco la cuestión del valor del uso, porque es importante para el análisis que vamos a hacer. Cuando Marx se refiere al valor de uso, no está significando que el valor de uso deba tener utilidad desde el punto de vista social general o que todo el mundo deba considerar a determinada mercancía útil desde el punto social. Para que haya valor de uso sólo es necesario que una parte de la sociedad considere que determinado bien posee utilidad. Una bomba tiene valor de uso, aunque muchos de nosotros, seguramente la mayoría, pensemos que sería mejor que no hubiese bombas. Una mercancía tiene valor de uso en tanto satisfaga cualquier tipo de necesidad humana, que sea sentida como tal. Precisemos también que las necesidades humanas no se limitan a las fisiológicas. Por el contrario, la inmensa mayoría de las necesidades son “humanas” en el sentido que son social e históricamente determinadas. En síntesis, lo que importa para la existencia del valor de uso es que la sociedad en su conjunto, o una parte de ella, piensen o sientan que determinada mercancía satisface una necesidad. Si esto se cumple, la mercancía tiene valor de uso.
El valor de uso es la base material para la existencia de la mercancía. Una mercancía sin valor de uso no tiene valor, y todo aquello que contribuya a acrecentar el valor de uso acrecienta el valor de la mercancía. Desde este punto de vista es trabajo productivo –en el sentido que agrega valor a la mercancía, y en la sociedad capitalista genera plusvalor- todo trabajo relacionado con la producción y el transporte de la mercancía.
Sobre esta base material, el valor de uso, Marx plantea que la mercancía a su vez tiene una propiedad que es social, tiene valor. (…) El valor está dado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producir la mercancía. Siguiendo a Marx, el concepto de “socialmente necesario” debemos entenderlo desde dos puntos de vista. Por un lado, desde la tecnología aplicada a la producción de la mercancía, y la intensidad del trabajo. Por ejemplo, si soy productor de la mercancía A, debería producirla, por lo menos, con la tecnología media imperante en el mercado, y a igual ritmo de trabajo que el resto de la competencia.
Por otro lado, el tiempo empleado en producir la mercancía A debe ser socialmente necesario desde el punto de vista de la demanda. Este aspecto del concepto “socialmente necesario” se refiere entonces al tiempo de trabajo que la sociedad, o una parte de ella, está dispuesta a entregar a cambio de la mercancía. Si los productores de mercancías A han empleado la tecnología modal (o promedio), pero sin embargo han producido demasiadas mercancías para lo que el mercado puede absorber, entonces una parte de su tiempo de trabajo no será validado en el mercado como generador de valor. Si la oferta supera a la demanda, los precios caen, los valores no se realizan, y los capitales se desvalorizan.
Por lo tanto el valor surge de una articulación compleja de producción y mercado. El valor no es solamente un fenómeno de la producción. Esta es una diferencia entre la teoría del valor de Marx y la de Ricardo, que muchas veces se pasa de alto (para una discusión más completa, aquí). Pero es clave para entender algunas particularidades de la droga y el narco-capital.
Por último, señalamos que hay una condición para el funcionamiento de la ley del valor trabajo, y es que la mercancía debe ser reproducible, y reproducible libremente. Así, nadie puede pretender que Los Girasoles de Van Gogh, por ejemplo, sean valuados por el tiempo de trabajo que empleó Van Gogh en producirlos; se trata de un bien no reproducible, y por lo tanto su precio no puede explicarse por la ley del valor trabajo. Esta ley no tiene aplicación universal, reconoce límites.

El caso de la droga

Apliquemos ahora los anteriores conceptos al análisis de la droga. Se trata, en primer lugar, de una mercancía que tiene valor de uso y valor, y es reproducible, pero no libremente. Veamos las consecuencias de esto último.
Supongamos que la demanda de la mercancía A de nuestro ejemplo anterior supera a la oferta. En este caso el precio de A se va a elevar, lo que está indicando que en esa rama de producción es necesario invertir más tiempo de trabajo (y por lo tanto más capital) para aumentar la oferta. Es decir, hay una demanda por parte de la sociedad de transferencia de tiempo de trabajo social hacia ese sector, demanda que se expresa a través del lenguaje de los precios. Sin embargo, si por algún motivo esa transferencia no puede operarse libremente, pueden suscitarse dos escenarios: o bien baja la demanda (la sociedad, o una parte de ella puede prescindir de la mercancía), o bien desde el conjunto de la sociedad (o una parte de ella) se transfiere el valor correspondiente, a través de la suba de los precios, hacia el sector productor de A.
Subrayamos que en este último caso la sociedad (o una parte de ella) transfiere, a través del acto de compra de la mercancía, más tiempo de trabajo que el que estaría determinado por las meras condiciones tecnológicas de producción. En cambio, si hubiera libre flujo de capitales hacia el sector que produce la mercancía A, aumentaría la oferta de A hasta que su precio se alineara con los tiempos de trabajo socialmente necesarios. Si esto no ocurre, y la demanda se mantiene, se establece de manera permanente un valor, es decir, una validación de tiempos de trabajo en el mercado, superior al que existiría si hubiese libertad de transferir tiempo de trabajo hacia el sector productivo en el cual la demanda supera a la oferta.
Esta es la base para que los capitales invertidos en ese sector puedan gozar de plusvalías extraordinarias de manera más o menos permanente, y por lo tanto de ganancias extraordinarias. Y esto es lo que sucede con la droga. Este producto, al generar hábitos de consumo compulsivos, genera una demanda extremadamente inelástica –la persona adicta busca droga a cualquier costo- lo que garantiza que una parte de la sociedad esté dispuesta a continuar “validando” en el mercado un valor muy superior al que correspondería si la droga se produjera y comercializara en condiciones de libertad de competencia. El que existan impedimentos para que la producción aumente libremente, genera entonces la posibilidad de que haya plusvalías extraordinarias más o menos constantes”.

Narco-capital

Lo anterior permite comprender algunas características del negocio del narco-capital. No hablo de narcotráfico, sino de narco-capital, porque incluye el capital dedicado a la producción, transporte y comercialización, y el involucrado en los mecanismos financieros. Se trata de un circuito global, aunque puede dividirse en subcircuitos relativamente autónomos. En muchas de las fases que recorre este capital en proceso se invierte más del tiempo de trabajo del que sería necesario en condiciones de libre producción y circulación. Así, por ejemplo, en condiciones de libre circulación el costo de transporte de la droga se abarataría si la droga se pudiera transportar en containers. En cambio, si hay que transportarla con "mulas", se exige una gran inversión en capital y en fuerza de trabajo por unidad de producto. Pero en tanto exista una demanda suficiente, en el mercado se valida socialmente esa mayor cantidad de trabajo y capital necesarios para colocar a la droga en el lugar de venta. Remarcamos también que el transporte –la fase específica del narcotráfico- genera valor de uso, y por lo tanto valor.
Pero además, en todo este proceso es imprescindible la intervención de trabajo improductivo. Hablamos de trabajo improductivo para referirnos al trabajo que no atañe estrictamente a la generación de valores de uso y valor, pero es necesario para el funcionamiento del circuito capitalista. Por ejemplo, la persona encargada del acto de la venta –lo que Marx llama la metamorfosis de la mercancía en dinero- no genera valor; si la venta se prolonga, el vendedor no agrega un átomo de valor a la mercancía, aunque trabaje más. Su trabajo es improductivo, pero necesario para la obtención de plusvalor. Otro ejemplo puede ser el del vigilador de una empresa: su trabajo, consistente en defender la propiedad privada, no agrega valor a los productos, aunque sea necesario para el funcionamiento del sistema capitalista.
Con respecto al narco-capital, y debido a las características propias de ilegalidad en que se mueven estos circuitos capitalistas, la actividad insume una enorme masa de trabajo improductivo. Esto es, trabajo que no genera valor, pero es necesario para el funcionamiento del narco-capital. Un ejemplo de este gasto improductivo es la operación del lavado del dinero en los circuitos financieros. Los trabajos de transferencia, transporte de dinero, disimulación, etcétera, no agregan valor a la droga, pero insumen enorme cantidad de trabajo.
A esto se suman los gastos improductivos que suponen los sobornos y “arreglos” de jueces, policía, instituciones, políticos y demás instancias institucionales y legales. Todas ellas se nutren de la transferencia de valor y plusvalía que se realiza desde otros sectores de la sociedad. Esto es importante porque aquí no está funcionando una relación capitalista en sentido puro; es una relación capitalista atravesada por relaciones políticas, jurídicas e institucionales, sin las cuales no puede funcionar el narco capital. La transferencia de valor desde otros sectores de la sociedad implica entonces una validación en el mercado de estos gastos improductivos, destinados a salvar los obstáculos legales y represivos que afectan al negocio. De todas maneras, la sostenida demanda de droga y el vuelco de recursos –capital y productores- estarían en el origen de la caída tendencial del precio de la droga en los mercados de los países desarrollados. Se ha calculado, por caso, que el precio de la cocaína puesta en Nueva York habría bajado a la quinta parte en los últimos veinte años.

El circuito capitalista de la droga

A partir de lo anterior se puede encarar el análisis del circuito capitalista de la droga. El circuito capitalista, en su sentido más general, es el circuito del dinero que compra fuerza de trabajo y medios de producción, produce una mercancía que está valorizada, es decir, contiene plusvalor, y se cierra cuando esa mercancía se vende por dinero (= capital adelantado + plusvalía). Luego el dinero obtenido vuelve a entrar al circuito. Es decir, el capital es valor en proceso de valorización, dinero que da dinero a través de una relación de explotación del trabajo asalariado.
Utilizamos ahora esta categoría de capital para analizar el negocio del narco-capital dividido en las fases de producción, de transporte y comercialización, y financiera; esta última implica el reciclado de parte de la plusvalía generada en el negocio del narco-capital “a la superficie”, para actuar ahora como capital, blanqueado y legalizado. La magnitud en cifras del capital involucrado en esto es difícil de calcular, entre otras cosas debido a la propia naturaleza del fenómeno. Pero según datos del FMI (de 2002) el negocio global ilegal en el mundo movería un valor equivalente a entre el 3 y el 5 % del producto bruto interno mundial. Esto sin contar con lo que ya está legalizado. Se puede considerar con seguridad que una parte importante de esta suma está vinculada al narco capital (otros negocios son el tráfico de armas, de seres humanos, la prostitución, contrabando, lavado de dinero por ilícitos de todo tipo).
El narco capital entonces comprende varios circuitos que, como dijimos antes, pueden ser relativamente autónomos: narco-producción, narco-tráfico, y la parte narco-financiera o narco-dineraria. Todas son diferentes formas de existencias del capital en reproducción. Estos circuitos se desarrollan en el marco de la globalización. No solo la producción se realiza en una parte del planeta y la venta en otra, sino que muchas veces la misma producción está internacionalizada; por ejemplo, el cultivo se realiza en un país, pero la preparación de la droga para el consumo puede terminarse en otro país. Y la fase del lavado está también internacionalizada.
En lo que respecta a la producción, sin embargo, se plantea la posibilidad de que haya dos modos de producción. Es que cuando se trata del productor campesino -el productor simple de mercancía (droga)- no estamos ante un capitalista. El campesino que no emplea mano de obra asalariada no es un empresario capitalista, aunque esté ligado al circuito capitalista de la droga, al narco-capital. Además si al campesino se le paga sólo el equivalente a la reproducción de su fuerza de trabajo, es explotado por el circuito capitalista que lo enlaza, en tanto productor mercantil, con el mercado mundial. Se trata de un modo de producción no-capitalista, subordinado al circuito capitalista globalizado. La competencia y la presión bajista de los precios en los mercados mundiales de muchos productos agrícolas obligan a los campesinos de países subdesarrollados a dedicarse a la producción de la materia prima para la droga, para sobrevivir. Su inserción en los mercados mundiales está mediada por el narco-capital, y por los obstáculos legales e institucionales, todo lo cual debilita su fuerza negociadora en tanto productor mercantil.
El capital, en cambio, por lo general domina directamente la segunda fase de la producción, en donde se emplean laboratorios, productos químicos, mano de obra más o menos especializada; y, como ya dijimos, las otras fases del circuito. También puede dominar la primera fase de la producción si, por ejemplo, establece plantaciones en las que emplea trabajo asalariado. En muchas fases el capital incorpora mano de obra asalariada no especializada y descalificada (tal vez una diferencia con el trabajo del “mafioso” tradicional, que empleaba personal especializado), que realiza trabajos segmentados. Es el caso de las "mulas", en donde en apariencia el capital paga una remuneración superior al valor de la fuerza de trabajo; pero dadas las características de trabajo altamente peligroso (para la salud y por la represión), en promedio estos asalariados o asalariadas no salen de la pobreza. Se reproducen en cuanto fuerza de trabajo explotada por el narco-capital, y descalificada. También en la fase de la distribución, que debe llegar capilarmente a todos los rincones, se emplea mano de obra fraccionada y descalificada, altamente explotada, que asume buena parte del riesgo del negocio. Una situación social de pobreza y desocupación estructural constituye una fuente de aprovisionamiento inagotable de esta fuerza de trabajo, dispuesta a arriesgar su libertad e incluso su vida, para sobrevivir trabajando en una relación de dependencia y extrema alienación.

Algunas implicancias para el análisis político

Todo lo anterior tiene implicancias políticas, dado que no se puede entender el narco capital si no es con la participación de instancias institucionales en el negocio. Esto deriva en que se instala, en muchos países, una lógica de lucha por el control de los aparatos estatales que supera en intensidad y profundidad lo que ha sido la lucha “tradicional” por el poder. Tradicionalmente las fracciones del capital podían luchar (y lo siguen haciendo) por tener representación e influencia en el plano gubernamental y estatal; pero esta pelea no era necesariamente determinante para su supervivencia. En el narco-capital, en cambio, el acceso al control de palancas estatales es vital para el mantenimiento del circuito y para insertarse en los circuitos globalizados. Existe entonces una base material para explicar lo agudo de determinados enfrentamientos políticos por el poder.
Además, es de señalar que la participación en el narco-capital, como en otros circuitos ilegalizados, ha posibilitado que fracciones de las burguesías de países atrasados pudieran insertarse en los circuitos globalizados. Se trata en este respecto de una respuesta defensiva de estas fracciones del capital frente a la globalización. Este fenómeno no es sólo argentino. Arraiga en la necesidad de inserción de la superestructura político legal en la relación económica que está generando la narco-plusvalía y el narco-capital.
Brevemente aludiré a otras cuestiones. En primer lugar, que no se puede entender el circuito del narco-capital sin la participación de grandes instituciones financieras a nivel internacional. No hay manera de reciclar, transferir, manipular, reinsertar en los circuitos “de superficie” esas enormes sumas de dinero, si no es con la participación de bancos, fondos de inversión, y grandes instituciones financieras transnacionales. En esta fase del proceso, además, tienen mucho que ver las tecnologías informáticas, la mundialización de las redes financieras y la aparición de instrumentos financieros altamente sofisticados y complejos, que permiten disimular y borrar las huellas de los movimientos del dinero. Con el agregado de una masa de capital que ya se ha blanqueado, y se reproduce bajo condiciones de normalidad capitalista. Lo que genera, a su vez, plusvalor que puede ser reinvertido en el negocio del narco-capital y viceversa.
Por otra parte, y desde el punto de vista de la reproducción del capital de conjunto, hay que distinguir el interés del capital en general, del interés del capital ligado al circuito del narco-capital. Sus intereses no coinciden necesariamente. Podemos señalar algunos elementos que hacen a esta tensión: para el capital de conjunto, (el capital en general), el negocio de la droga representa una deducción importante de trabajo productivo social, un desvío de la plusvalía de la acumulación. En segundo término, la droga amenaza a largo plazo la reproducción de la fuerza de trabajo, dada su incidencia en la salud. E incluso genera problemas para la propia clase dominante en tanto muchos sectores están afectados por el consumo.
Por último, la participación sistémica de las instancias legales y políticas en la plusvalía que proviene del negocio de la droga genera un problema en lo que hace a la exigencia del capital de conjunto de que el Estado garantice a todos “iguales derechos” en la lucha competitiva en los mercados. Existen por lo tanto dos lógicas que pueden colisionar y que colisionan en efecto muchas veces; aunque por momentos encuentran formas de convivencia. Esta tensión entre conflicto y convivencia puede ser fuente también de impulsos que se reflejan o expresan en movimientos políticos".

Rolando Astarita, profesor de ciencia económica en la Universidad de Buenos Aires

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