domingo, 23 de agosto de 2015

Capusotto - Saborido: ¿los Midachi del progresismo?



Algunas líneas de análisis sobre “El pelotero de trotskistas de Sor Teresa de la UTA”.

El presente artículo propone desplegar algunas reflexiones sobre el Sketch de “Sor teresa de la UTA”, apuntando en particular al chiste sobre el corte de calle y “el pelotero de troskistas” incluido en la escena de “Peter Capussoto y sus vídeos” del lunes 10 de agosto pasado, a la luz del conflicto reciente entre la empresa Monsa y los trabajadores de la línea 60. El objetivo: pensar la función de la parodia y el humor como elemento de disrupción en el actual panorama hegemónico de sentido común progresista.
Antes de iniciar el análisis, es indispensable una mínima contextualización. El sketch a analizar sobre los colectiveros salió al aire, desafortunadamente (¿desafortunadamente?), dos semanas después de la terrible represión propinada por la Gendarmería Nacional a los trabajadores de la línea 60, quienes estaban reclamando en Panamericana la reincorporación de 53 compañeros despedidos, con el único apoyo político de partidos y agrupaciones de izquierda (el “pelotero de troskistas” que el sketch menciona) y la oposición de su sindicato. Recordemos que estos despidos fueron efectuados por la empresa en respuesta a una medida de fuerza llevada a cabo por los trabajadores, en la cual denunciaban sobreprecios de subsidios otorgados, con la complicidad de la UTA, por el estado a la empresa. Ver esta humorada en este contexto en la TV pública amerita, al menos, unas líneas de reflexión.
¿Habrán conocido los autores el trasfondo de este conflicto? ¿Fue grabado antes o después de la mencionada represión? ¿Es una mera coincidencia o es la explicitación de un posicionamiento político ante un conflicto determinado?
En este artículo, ciertas preguntas no interesan demasiado. No interesa achacar culpas ni pretender hacer denuncias simplonas que pretendan relacionar mecánicamente un chiste masomenos desafortunado o logrado, la postura política de su autor y el desarrollo de una lucha particular. Una obra no es una prueba incriminatoria. Una obra es, en última instancia, síntoma de procesos históricos, políticos, culturales mucho más profundos (de los cuales sus autores no son ajenos). El análisis, entonces, pasará por otro lado.
El sketch de Sor Teresa se propone parodiar, por un lado, la imagen de la burocracia sindical como paladín del movimiento obrero y, por el otro, el rol de la izquierda en el desarrollo de sus acciones políticas. Partiendo de un esquema repetido de juego de palabras (La Uta / Calcuta), el sketch desplega un interesante desarrollo cómico (a nivel corporal) que enfatiza la contraposición entre la mesura religiosa esperada en el cuerpo de una monja y la desmesura del dirigente peronista, apelando a la fusión de estereotipos sociales (aparentemente) contrapuestos, tan frecuente en el humor de Capussoto / Saborido. La izquierda troskista es representada en la figura de un tonto distraído de barba que corre detrás de una pelota lanzada por la Sor, cortando la calle más próxima sin sufrir ninguna represalia.
Luego, trabajadores de la UTA tiran piedras a gastronómicos y preparan un enfrentamiento con la UOCRA. Aquí, la referencia al accionar de patotas es sutil, imperceptible. No aparece en escena ninguna alusión a algún tipo de entramado mafioso de mercenarios a sueldo, sindicatos, patronales y funcionarios del estado. Esta ausencia iguala a todo posible activismo sindical de base con las patotas representadas. En este panorama, la burocracia de la UTA pareciera salir de la humorada bastante bien parada, con una dignidad nostalgiosa que apela a cierto romanticismo peronista. Los dardos más punzantes son lanzados a la izquierda, apelando al estereotipo más elemental del “psicobolche”. No hay rostro humano ni nostalgia posible en ese personaje. El “reirse con él” solo es posible con la Sor Teresa de la UTA. Tampoco hay rastro alguno de represión en la escena. No hay causas ni consecuencias en los actos representados. Un humor ácido, irónico, negro y sarcástico como el del mejor Capussoto se atrevería a reirse de la violencia irracional, de las tranzas y de las redes de corrupción subyacentes de un modo visceral. Se reiría (en los marcos de la hipótesis planteada) de ese troskista al “que le gusta que le peguen”, forzando hasta el límite su propia postura. Pero aquí nada de eso ocurre. Los estereotipos danzan y se mueven sin demasiado conflicto, se reafirman sin demasiados cuestionamientos.
El humor es un arma potencial de ruptura con el sentido común. La tragedia, entre las ruinas de la destrucción, saca a la luz valores éticos profundos. La comedia, la risa, en cambio, en la apertura de pequeñas grietas dentro de lo establecido, muestra la fragilidad del sentido común, instala un vacío estructural en la construcción de significado.
En este caso, el sentido común al que parecieran pretender derribar Capussoto y Saborido en su parodia es al de la referencia de la izquierda con respecto al movimiento obrero y al de las luchas por conquistas parciales de los trabajadores (“paritaria libre, aguinaldo y retroactivo”) como desarrollo de procesos histórico – políticos concretos. La fisura instalada para que el chiste funcione es la de esa izquierda tonta manejada por la UTA (mencionando directamente al troskismo) y el corte de calle irracional, tonto, inconsciente, corriendo detrás de alguna pelota oportunista lanzada por “la derecha”. No hay rastros de represión ni de conflictividad social: esa ausencia, ese ocultamiento (de acontecimientos reales y concretos ocurridos recientemente), deja entreabierta una burla a las denuncias permanentes de casos de represión del aparato estatal realizados por esa izquierda estereotipada (“¿no ves que cruza la calle y no le pasa nada?”, parece querer decirnos el chiste). Si se tratara, en cambio, de un mero “desconocimiento” de esas denuncias por parte de los autores, la ecuación no cambiaría demasiado.
Sin dudas, es extraño (y, ¿por qué no?, doloroso) poner a Capussoto y Saborido bajo la lupa en esta circunstancia: una dupla muy respetada por aquellos que revindicamos ese humor político como arma de ruptura, de desnaturalización, políticamente incorrecto, irreverente y rupturista que supieron (y quizás aún sepan) desarrollar. Hace bastante tiempo que el humor de Capussoto y Saborido parece no salir del corset del chiste establecido por la industria del entretenimiento a la que en otros momentos históricos supieron apedrear con firmeza. La industria del entretenimiento cambió, los programas más reaccionarios del prime-time hacen uso de procedimientos del humor absurdo y surrealista. Quizás por eso hoy Capussoto sea ubicado (por propios y extraños) en un pedestal de capo-cómico nacional, lugar ganado, sin dudas, con justicia. Posiblemente, el costo de ese lugar ganado sea la neutralización de su propuesta.
Es aquí entonces en donde aparece la pregunta provocadora presentada al comienzo del artículo. ¿Es acaso la dupla Capussoto / Saborido hoy la referencia del humor del progresismo oficial como lo fue ayer el humor Midachi para el discurso neoliberal conservador? ¿Qué esta diciendo, entre líneas, ese humor sobre ese discurso oficial actual?
Así como la Tota de Miguel Del Sel parodiaba a esa cuarentona menemista para afirmar los modelos de belleza joven y femenina (también menemista) o el gay de Dady enaltecía, por oposición, al macho alfa del patriarcado más reaccionario, “Sor Teresa de la Uta”, después del chiste, nos abre un mundo más ordenado dónde la lucha por “paritarias, aguinaldo y retroactivo” es una exageración, un exceso (una revelación divina inesperada), y la disputa política del movimiento obrero en las calles no tiene nada que ver con la izquierda. Nos abre un mundo en el cual no hay rastros de represión ni de vínculos entre patrones, sindicatos y funcionarios del estado. Nos abre un mundo sin procesos históricos ni políticos, un mundo “sin ideologías”.
Aún sosteniendo la misma tesis política, propia de sectores del progresismo K-Sciolista venidero (“el troskismo es funcional a la burocracia sindical”), el sketch podría haber abierto (desde otro tipo de radicalidad en la forma) el camino a la apertura de nuevas preguntas al espectador, una serie de fisuras en el sentido común que permitan, aún comunicando una tesis precisa (con la cual podemos no concordar), abrir interrogantes sobre las condiciones mismas de producción de discurso político. Una estrategia de esas características permitiría superar ese tono maniqueo y ese tinte de propaganda macartista con el que (quizás involuntariamente) el sketch coquetea.
El chiste parece querer volver, en esta propuesta, a un sentido común mucho más limpio y ordenado que el de su punto de partida. Una mínima referencia a la represión (un policía a lo Búster Keaton pegando palazos) abriría un nuevo mundo. Pero nada de eso aparece, ni una mínima referencia.
Pero el chiste no fue gratuito. La industria del entretenimiento (a la cual Capussoto suele criticar con ironía) sigue funcionando, reciclando cínicamente sus elementos subversivos. Otra vez nos reímos y divertimos dentro del intervalo establecido entre la música y los cortes publicitarios, con la conciencia tranquila de estar participando del rito televisivo del sarcasmo y la crítica social semanal. Quizás sea ese el único rasgo distintivo de este humor progresista con respecto al de Del Sel y compañía.
Peter Capussoto y sus videos sigue siendo, desde hace muchos años, el único programa de sketchs originales de humor político de la TV abierta nacional, género censurado por las lógicas depredadoras de la industria televisiva contemporánea. Las tesis políticas que desplega cada semana se proponen marcar la cancha ante esos “otros” emanados de un discurso progresista empecinado en mostrar sus hilachas. En ciertas circunstancias (como la aquí analizada) ciertos chistes son actos fallidos que hablan más sobre el propio discurso que sobre aquel que pretende burlar.

Sebastián Muzyka

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