miércoles, 19 de agosto de 2015

Los crímenes en la comisaría de Ballester

El proceso oral incluye los casos de catorce víctimas, tres de las cuales permanecen desaparecidas. La audiencia comenzó con la lectura de segmentos de la elevación a juicio y luego declaró Luis Sacomani, ex delegado gremial y ex integrante de la UOM.

Como un bacán, de saco color té, chalina al tono, camisa y corbata, Rodolfo Emilio Feroglio se sentó al lado del envejecido Santiago Omar Riveros. Feroglio fue el jefe del área operativa del distrito de San Martín durante la dictadura, subordinado del mandamás de Campo de Mayo. Ambos entraron caminando a la sala de audiencias de San Martín. Entre ellos, avanzó hasta sentarse en la tercera silla destinada a los acusados Carlos Daniel Caimi, el único de camperón, ex policía y entonces jefe de la comisaría de Villa Ballester, nombrada una y otra vez en esta primera audiencia como centro clandestino de detención: corazón del juicio oral que acaba de comenzar en los tribunales de San Martín.
En la sala, los observaban quienes se han convertido en presencia constante de estos juicios: los retratos de los detenidos-desaparecidos de la zona, colocados sobre sus sillas como si ocuparan los palcos de honor. Familiares y sobrevivientes se ubicaron entre ellos. Poco después de las 10, la presidenta del TOF 1, Marta Milloc, dio por iniciado este esperado primer juicio del año en un distrito con innumerables causas pendientes. El debate es considerado parte del juicio por los obreros, que se hizo el año pasado. Entre las 14 víctimas –11 sobrevivieron y 3 permanecen desaparecidas– hubo delegados gremiales, cuatro de la metalúrgica Bovapi, una de las plantas fabriles de una zona con comisiones internas combativas.
La audiencia comenzó con la lectura de segmentos de la elevación a juicio. Luego, Milloc explicó a los acusados que iban a tener ocasión de declarar pero que, si no lo hacían, eso no iba a ser tomado en su contra. “¡Seguro que ahora Riveros dice que no escucha nada!”, se adelantó una de las familiares. La presidenta del tribunal preguntó a Caimi si quería declarar. El ex comisario se negó. También se negó Feroglio, que llegó sin condenas a este juicio. Cuando llegó el turno de Riveros, como la sala anticipó, él –como si no quisiera oírla o todo fuera parte de la misma puesta en escena– levantó la cara y miró a su abogado con un gesto de qué es lo que esa jueza está diciendo. Tampoco habló.
Los tres acusados están en prisión domiciliaria. Llegaron a juicio imputados por allanamientos ilegales, privación ilegal de la libertad y tormentos. Caimi viene diciendo que en su comisaría no había presos comunes porque se la había tomado el Ejército. Una estrategia ya oída en estos juicios.
En la sala de espera aguardaban los primeros testigos. A las 10.48 la jueza dio por abierta “la producción de la prueba testimonial”. Por la puerta entró Luis Sacomani, ex delegado de fábrica y parte de la UOM, del sector de Lorenzo Miguel, del “peronismo ortodoxo”, dijo durante la espera.
“Tengo entendido que a usted lo secuestraron el 26 de marzo de 1976”, arrancó el fiscal Marcelo García Berro. “Estando ese día en la casa de mi familia en Villa Ballester, pasado el mediodía llegaron una serie de personas –dijo Sacomani–. Estábamos en un rincón de la cocina. Por el pasillo se asomó una persona. Preguntó por Luis Sacomani. Le dije: Luis Sacomani soy yo”. Y siguió: “Entraron varias personas a buscarme. Me esposaron. Me pusieron un pullover en la cabeza. Me sacaron. Me introdujeron en un auto. Hizo un trayecto, no mucho”.
Los jueces, querellas, fiscales y defensores hicieron una inspección ocular a la comisaría la semana pasada. Las descripciones fueron contrastadas con preguntas que intentaban identificar los espacios.
“Me suben por la escalera. Me desvisten. Empiezan –dijo y en ese momento tomó un vaso de agua–. Empieza un interrogatorio sobre mi relación con el dirigente metalúrgico Lorenzo Miguel. Les dije que circunstancialmente era delegado metalúrgico de la localidad de San Martín. Y ahí comienzan una serie de apremios, fundamentalmente eléctricos.”
Durante su cautiverio, Luis Sacomani vio a otros detenidos de la zona, cuyos crímenes se reconstruyen en este juicio. A Elio Julio Barroso, dijo, “lo reconocí porque era concejal de San Martín”. Cacho Maffei, “que era administrador de un centro de salud”. También supo que estuvo José María Castiñeiras, “presidente del HCD de San Martín”. Dijo que, si bien seguía tabicado y no veía a los demás ni tenía contacto físico, cuando llevaban a los demás a la sala de “apremios” escuchaba los gritos.
Durante la estadía en Villa Ballester fue “trasladado” dos veces, en una tanqueta, hacia un lugar que la segunda vez logró reconocer como Campo de Mayo. “Se me hizo correr por un descampado –dijo–, escuché armas de fuego, una persona me detuvo y me llevó nuevamente al vehículo.” Durante el segundo simulacro de fusilamiento habían subido a Castiñeiras en la misma tanqueta.
El centro clandestino de Villa Ballester será pieza fundamental de este juicio. Varias preguntas apuntaron a la reconstrucción de las condiciones inhumanas de detención. “Higiene, ninguna –comenzó a responder Sacomani–. Comida, en algunas circunstancias y, para que usted tenga una idea, yo llego a Devoto pesando 48 kilos.” Para entonces, Riveros había cabeceado varias veces. Caimi bajaba y subía la cabeza con esfuerzo. La chalina tan pomposa de Feroglio era la única que seguía bien erguida. La sala aplaudió cuando se retiró el testigo.

Alejandra Dandan

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