miércoles, 1 de abril de 2009
Rodolfo Walsh, hombre de malos modales
“Los muertos rodean a los vivos. Y hay intercambios entre ambos, intercambios que nunca fueron claros” -John Berger-. Escribo estas líneas tratando de cerrar los oídos, de protegerme contra una tosca, sanguinaria, vengativa cotidianidad. Como quien trata de “corregir” la realidad.
“En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía, no preguntaba, quien preguntaba, no obtenía respuesta”, recuerda amargamente Primo Levi. “De esta manera, el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente, de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta” (Si esto es un hombre).
(Mientras reviso estas líneas, una resucitada Luisa Albinoni -¿se acuerdan? ¿Una de las tantas chirolitas platinadas de Sofovich, aquella que en Polémica en el bar repetía, una y otra vez, estridentemente: “¡¡Hola mamiiii!!”?- termina de corroborar a Primo Levi. “En esa época éramos mucho los que no sabíamos nada de lo que estaba pasando, con Videla, los campos de concentración y… todo eso”, sostuvo la infeliz. “Y además, teníamos miedo: no queríamos hablar, opinar”. Pero si no sabían lo que estaba pasando, ¿de qué tenían miedo? Inútil aplicar las premisas más elementales de la lógica aristotélica a nuestra farándula. Inútil el sentido común. Paradójico y envidiable destino el de nuestra farándula: corroboran el pensamiento de los pensadores universales, sin haber leído una sola página de sus obras).
En la vereda de enfrente, Rodolfo Walsh escribe: “Cadena informativa puede ser usted mismo, un instrumento para que usted se libere del terror y libere a los otros. Reproduzca esta información (…) Millones quieren ser informados. El Terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Pregunte. Averigüe. Obtenga información sobre los desaparecidos. Impida que, en silencio, sigan siendo devastadas las filas del pueblo”.
Este es el espejo invertido: “una singular forma de urbanidad” en la Alemania de Hitler; una organización que pretende desmontar “el terror” de la Argentina de Videla, informando. Walsh sabía y creía que había que hacer saber.
A los poderosos, hay que reconocerlo, Walsh hacía rato que los venía jodiendo. Por lo menos, desde que, en 1956, una voz le dijera “-Hay un fusilado que vive”. Los “demócratas republicanos” de la Revolución “Libertadora” le habían perforado la cara a ese fusilado, y Walsh usa ese agujero como caja de resonancia para escribir la historia no oficial. Con ese testimonio encarnado, Walsh comienza a amasar toda su poética posterior:
*la impunidad del Terrorismo de Estado,
*la violencia que se escribe -con sangre- sobre el cuerpo de las víctimas,
*la otra verdad que estaba agazapada: esperando.
Ya lo dijimos antes (1) : a partir de “Operación masacre” (1956), Walsh supera la herencia de Borges, conservándola. Como la de Sarmiento, su prosa se vuelve incendiaria. Narra en la tensión de sus “perplejidades íntimas” y del “amenazante mundo exterior”. Este es un antagonismo fundacional en nuestra literatura: el de la “coqueta” civilización versus la barbarie, que no muere. El adentro se salpica con el afuera, la Razón geométrica del policial inglés se hunde en los “basurales” de la historia. El ajedrez cede su voz a la otredad. Años de novela policial y una relectura ideologizada del “Facundo” le permiten unir ambos mundos: el vehículo será la investigación, la pesquisa, el desciframiento de la verdad. Cuando el poder miente, la verdad tiene la forma del enigma. Al investigar (al narrar), el sujeto de la experiencia pone el cuerpo. En esa pirueta sacrificial se resume “el violento oficio del escritor”.
Y después, lo que ya sabemos. Que hace 32 años, “un acto de libertad” le costó la vida. Que un grupo de asesinos de la ESMA lo emboscó en una calle de Buenos Aires. Pero no alcanzaron a evitar el otro disparo: minutos antes, Walsh había descargado en un buzón su ahora inapelable “Carta Abierta de un Escritor a la Junta Militar”. A Walsh también lo fusilaron. Pero mal. Ahora, “el fusilado que vive” es él.
No sé. Me parece que en ciertas encrucijadas históricas, cuando la masacre lo gobierna todo, hay quienes conquistan su ignorancia y la defienden como “una singular forma de urbanidad”. Otros, en cambio, andan por ahí, jodiendo, preguntando, ejerciendo el violento oficio de escritor. Walsh, la secreta victoria de “un acto de libertad”. Walsh, que nos señala con el dedo. Walsh: hombre de malos modales.
(Este texto debería terminar aquí. Sin embargo, hace 28 días, una conmovida y platinada Susanita le legó su sanguinario dictum a la historia del Pensamiento Nacional. “El que mata tiene que morir”, exclamó. Y desató la barbarie, que estaba agazapada. Esperando. La acompañan: un Elvis tercermundista y moribundo que, entre pucho y pucho, llora las glorias del pasado. Y un montón de coreógrafos que maúllan tanta inseguridad. Y una pandilla de “periodistas” que añoran la república perdida.
“El que mata, tiene que morir”, dijo Susanita la platinada.
Y yo escribo sobre Walsh, para exorcizar toda esa basura infradotada y rencorosa, que es, también, mi país. Como quien trata de “corregir” la realidad).
Nota:
1) En Garabatos/Walsh. Cuerpo, letra y porvenir. Resistencia, Ananga Ranga, 2007.
Marcelo Caparra
momarandu.com
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