La ciudad de Villa Hayes es uno de los muchos conglomerados de familias pobres que, en los últimos 40 años, se han ido asentando, marginadas por el improvisado y antojadizo crecimiento socio-económico de Asunción que, carente de suficientes fuentes de trabajo y con el agravante de la migración rural, ha generado un cinturón de aldeas dormitorios de población numerosa, con bajos niveles de ocupación y servicios.
Remansito, a sólo 30 kilómetros de la capital del país, es uno de los varios barrios símbolos, uno de los indicadores más claros de la profunda inequidad que caracteriza las relaciones sociales. Otro es La Chacarita, pegado al suntuoso Palacio del Congreso y, en el otro extremo de la herradura del Río Paraguay que envuelve Asunción, está Cateura, el más grande cementerio de los desperdicios, del que se alimentan miles de familias.
“Antes sólo daba cocido con agua a mis hijos, pero ahora ya le puedo dar con leche más de una vez y hasta comemos un par de platos por día”, declaró a un grupo de periodistas una joven y decidida mujer, con rastros de deslucida belleza que la miseria va sepultando bajo hondos surcos en su rostro.
El encuentro se produjo en un descampado en Remansito, en el momento que decenas de pobladores, con mucha pasión, defendían el derecho del barrio a tener un basural municipal, del que, desde hace algunas meses, están consiguiendo algún alimento, pero que oscuros decretos firmados por autistas burócratas municipales, amenazan desalojar.
El cocido es una bebida sabrosa, cuando la yerba mate es quemada sobre las brasas del carbón y se le agrega leche y azúcar, pero la mayor parte de las 300 mil familias que componen el universo minifundiario paraguayo, el grueso asentado en el Departamento Central, en un anillo de no más de 50 kilómetros de Asunción, lo consume como desayuno, merienda y cena. Las más de las veces, sólo con agua y no siempre potable.
En plena Asunción, la basura es la principal fuente de alimentación de miles de hijos de los cinco millones –más de un millón ha emigrado- que habitan este territorio de 400 mil kilómetros cuadrados, con el cual la naturaleza, siempre agredida por el hombre, ha sido generosa, al prodigarle un suelo fértil, de extraordinaria diversidad para los cultivos, suficiente agua y riquezas minerales y subterráneas sin explotar.
Toneladas de basura orgánicas o inorgánicas, tóxicas o no, se producen a diario e invaden todo, frente a lo cual, la sociedad y las autoridades están impotentes. La mayoría de los pobladores vecinos a los vertederos los rechazan, pero los grupos hambrientos los reclaman porque es su fuente de ingresos y sobrevivencia.
La naturaleza garantiza la supervivencia de los seres vivos, mediante una cadena alimentaria que exige guardar estricto equilibrio entre sus diferentes niveles. Su ruptura puede significar un desastre ecológico y, en la base de esa pirámide están los vegetales, que fabrican su propio alimento, a condición de que el ser vivo más depredador hasta ahora conocido, el ser humano, no continúe contaminando el suelo, el agua y el aire.
En el segundo escalón están los herbívoros y, al final de la pirámide, están los omnívoros, liderados por los carnívoros exclusivos. En cierto momento del proceso, toda esa montaña muere, dando paso a la acción de un ejército de descomponedores de la masa orgánica, bacterias y hongos que la reducen a elementos más simples, para reiniciar el ciclo de la vida.
No lejos de Remansito, una enorme escavadora abrió días atrás un gigante pozo y ahí fueron enterrados cuarenta mil kilos de carne vacuna, procedente de Argentina, en una ceremonia liderada por el Presidente de la Asociación Rural, el Secretario de Medio Ambiente y autoridades municipales, policiales y otros beneméritos.
La mercadería había entrado de contrabando para abastecer un frigorífico, como es habitual. Para ponerse a tono con la promesa del gobierno del ex Obispo Fernando Lugo, de combatir la corrupción, esos heroicos señores montaron un gran espectáculo cubierto por todos los canales de la televisión, para “hacer Patria y moralizar el país”.
Olvidaron a los míseros barrios, a los miles de niños hambrientos que tienen a las calles por hogar, a los albergues de ancianos abandonados, hospitales desbordados de insuficiencia alimenticia, cárceles repletas de hambrientos y, por último, al zoológico nacional, sin presupuesto y habitado por famélicas bestias.
No duró un día la pantomima. Miles de personas desenterraron la carne, mayoría para comerla y comerciantes avivados para venderla, demostrando ello que este pueblo, que ha vivido décadas de silencio y opresión, cada vez siente menos miedo ante las autoridades y, en algunos aspectos, ha decidido obrar por su cuenta.
Aunque no es todo, la economía mandonea
Otra realidad, producto de otra política económica, basada en el ideal cooperativo y la financiación inicial extranjera, se vive a unos trescientos kilómetros al noroeste de Villa Hayes, en el Departamento que tiene el mismo nombre, en homenaje al Presidente de Estados Unidos Rutherford Hayes, 1877/81.
En los últimos 80 años, otro tipo de país ha crecido en esa zona, un Estado dentro del Estado, resultado de la decisión paraguaya de colonizar su vasto Chaco Boreal, con el ingreso de cientos de familias de la religión menonita que, hace un siglo, deambulaban por el mundo, con peligro de extinción.
Seguidores desde el siglo XVII de Menno Simon, sacerdote católico holandés, anabaptista, los primeros menonitas que llegaron a Paraguay desde 1927, procedían de la Unión Soviética, donde Stalin los había confinado en Siberia, por oponerse a la colectivización y administración estatal de la tierra. También vinieron desde Canadá, Estados Unidos y México, en su mayor parte.
El gobierno liberal de la época los acogió, en un gesto solidario, sin dudas, pero con la doble intención de valerse de ellos como pioneros para colonizar el territorio que los propios nativos llamaban “infierno verde”, amenazado de ocupación por Brasil o Bolivia. Este país, al igual que Paraguay, empujados por empresas petroleras norteamericanas, protagonizaron una guerra entre 1932/35, que dejó 90 mil muertos.
Progresivamente, los menonitas se fueron consolidando en Paraguay, aunque sin ningún tipo de integración familiar con la población local. Cultivan un idioma que amalgama el inglés con el alemán viejo, prohíben la pareja mixta, gozan de autonomía administrativa y policial, y de exoneración de impuestos fiscales.
Exclusivistas, emplean muy poca mano de obra autóctona, salvo algunas tribus indígenas, que evangelizan. Sin control estatal sobre sus beneficios ni el destino de los mismos, el alto grado de bienestar menonita es producto de un innegable espíritu de abnegación, de importantes incentivos financieros extranjeros y también de su vinculación con la corrupción de los diferentes gobiernos paraguayos.
José Antonio Vera (especial para ARGENPRESS.info)
No hay comentarios:
Publicar un comentario