lunes, 27 de abril de 2009
HOY SE INICIA EL JUICIO ORAL POR EL ASESINATO DEL NEGRITO AVELLANEDA OCURRIDO EN 1976
“Un comienzo de justicia para los 30 mil”
En esta entrevista, los padres de Floreal Avellaneda recuerdan a su hijo, cuentan cómo fue el secuestro perpetrado por una patota del Ejército y cómo afrontaron la tragedia familiar. “Queremos que (el represor) Riveros sea condenado y vaya a una cárcel común”, dicen.
“Era el hijo más dulce, un chico rebelde pero con causa”, dice Iris Etelvina Pereyra de Avellaneda sobre su hijo Floreal, secuestrado junto con ella en 1976, arrojado al Río de la Plata tras sufrir torturas que lo destrozaron. Aquella madrugada del 15 de abril, cuando la patota del Ejército irrumpió en su casa de Munro, a patadas y balazos, buscaban a su marido, el dirigente comunista Floreal Avellaneda. Pero como advirtieron que había escapado por una ventana, decidieron llevársela a ella y a su hijo mayor. A sus 70, Iris tiene la mirada y la voz intensas, y cuenta la historia que repitió muchas veces, la tragedia familiar que luego de 33 años llega hoy a juicio oral, con el general Santiago Omar Riveros y otros cuatro represores como acusados.
Al Negrito, como lo llaman, lo escuchó por última vez tras una sesión en que ambos fueron torturados. Su cadáver apareció en las costas uruguayas un mes después, con signos de haber sido empalado. Ella comenzaba su periplo por centros clandestinos y cárceles, hasta que dos años más tarde salió en libertad y se reencontró con su marido, que había estado clandestino y escondido por sus compañeros. Floreal vendió su auto y se compraron una casa en Villa Tesei, donde Iris decoró la cocina con botellas pintadas y azulejos grises con florcitas. “Cocinamos juntos, él es Petrona y yo Juanita”, cuenta con una sonrisa mientras el perro de enfrente insiste en ladrar “porque es muy llorón”. Iris terminó séptimo grado y dice orgullosa que ahora hizo un curso de computación y navega en Internet. “Tengo mi terapia, tejo mucho y ando en bicicleta. A los seis años empecé a tejer, pero con ramitas de paraíso, hasta que mi mamá nos compró las primeras agujas”, dice. “También tenemos barras, nos juntamos con matrimonios grandes a cantar y guitarrear.”
–¿Pudieron reconstruir sus vidas después del ataque y el secuestro?
–Tanto reconstruimos nuestra vida que tuvimos otro hijo, Marcos Rodrigo, que ahora tiene 29 años y ya nos dio dos nietos. (Mira a Floreal) Su primera amargura fue cuando perdió a su mamá, luego la pérdida de nuestro primer hijo, cuando tenía tres meses. Y después lo del Negrito, hay que ver que eso nos impactó (le tiembla la voz).
–¿Cómo se sostuvieron todos estos años?
–Apoyándonos el uno con el otro, con la familia, los hijos, los nietos nos ayudan, y los camaradas que andan detrás nuestro, que no es poco.
–¿Cómo era su vida al momento del secuestro?
–Era una militante muy callejera, teníamos una responsabilidad grande porque éramos la célula madre del Partido Comunista de la zona, hacíamos finanzas, piquetes. Trabajábamos que era una maravilla.
–Floreal, ¿usted trabajaba en una fábrica?
–Sí, en General Motors, Wobron y Tensa. Fui matricero. En Tensa, que era una de las más importantes de zona norte, tuvimos una serie de conflictos. Me afilié en 1943 a la Juventud Comunista, nací afiliado (Iris se ríe), mi familia tenía una trayectoria de lucha, mi madre Florinda Filgueiras de Avellaneda fue parte del Socorro Rojo y cofundadora de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, en 1937. Se ocupaban de los presos políticos de Uriburu. Después del golpe, mi padre estuvo detenido 36 meses. En la huelga metalúrgica del ’54 toda la familia fue presa. En la cárcel organizamos cursos, obras de teatro, jugábamos al ajedrez y al dominó.
–¿Cómo era la situación en la fábrica en 1976?
–En Tensa había un núcleo de sindicalistas combativos, y como los burócratas no podían dominarnos metieron a la policía con matones armados y quedamos de rehenes de la empresa. Pero cuando salimos paramos la fábrica 20 días. Había del PRT, del PST, de Vanguardia Comunista, del Partido Comunista, de la JTP. Pero lo extraordinario es que trabajamos juntos, con compañerismo a pesar de las diferencias ideológicas.
–¿Por qué cree que lo fue a buscar el Ejército?
–Tenía una historia sindical, pero posiblemente fue lo que pasó en Tensa.
–Iris, ¿cómo vivió ese momento?
–En 1974 ellos fueron despedidos y yo había conseguido trabajo en una empresa en San Martín, de soldadora. Entraron a las 2 de la mañana, pateando puertas, baleando. Floreal pudo zafar porque la hermana le dijo “andate que son de las Tres A”.
Floreal: –Tiraban sobre la puerta de entrada, mi hermana vivía adelante y nosotros atrás, como en un dúplex. Llegué a saltar por una ventana a la casa de la vecina y uno del grupo con ropa de fajina me vio y empezó a disparar. Le dije al Negrito, que quería venir conmigo, “tirate al piso”, porque estaban a los balazos. De ahí salté a lo de mi hermana y vi que los tenían a todos contra la pared, con armas largas. Fui saltando por los techos, pasé toda la manzana, hasta que llegué a la casa de un conocido.
Iris: –Abrí la puerta, fueron arriba y vieron que al lado de la cama había una media sola, miraron, y se dieron cuenta de que éste se escapó por ahí. Unos estaban a favor de llevarlo al Negrito, otros decían que no. Pero al final nos sacaron a los dos, nos vendaron, nos encapucharon y nos llevaron a la comisaría de Villa Martelli. Estábamos en ropa de dormir, me hicieron poner un vaquero y una camperita, el Negrito tenía un pantalón de gimnasia azul y una remera blanca. El que entró en casa, ese tal Rolo (Aneto, uno de los imputados que va a juicio), lo hizo a cara descubierta, así que después lo reconocimos. Al Negrito le dieron como en la guerra, y aunque ponían la música a todo lo que da yo sentía sus gritos y él seguro los míos. Me picanearon bajo los brazos, boca, pechos y los genitales. Fue tremendo porque te mojan y te ponen una almohada para que no grites, pero la desesperación es terrible, pensás “tierra tragame”. Me preguntaban por mi marido, tenés que saber dónde está, me decían. Después de la tortura, que estuve cerca del Negrito, me dijo “mami, decí que papi se escapó”.
–¿Ahí en la comisaría pudo juntarse con el Negrito?
–Estaba atada a una canilla, vendada y encapuchada. El tosía, no lo pude ver ni tocar, sólo escucharlo, estábamos cerca... (se disculpa por la emoción que interrumpe sus palabras). Parece que lo viví ayer. Empecé a gritar de desesperación y me pusieron un trapo sucio en la boca. Fue el último contacto con mi hijo. En Campo de Mayo siguió la tortura interminable. Nunca negué que era del Partido Comunista, pero estoy tan feliz de que no delaté a nadie. Una sola vez me preguntaron por mis compañeras, en realidad querían a Floreal porque se les había escapado. Si hubiéramos adivinado lo que vino después, nos habríamos escapado todos.
–¿Cuánto tiempo estuvo en Campo de Mayo?
–Unos quince días, con tortura continua. Me hicieron un simulacro de fusilamiento, me gatillaron y me dijeron que pidiera tres deseos. Y yo ¿qué iba a pedir? Pedí por el Negrito, y entonces me dijeron de mal modo “no preguntes más porque ya lo reventamos”. Después me tiraron en un colchón, mientras me decían “con los comunistas no se puede”, como que no habían podido quebrarme, pienso. Se quedaron con las ganas conmigo.
–¿Qué pasó luego?
–Uno que le decían “la Parca” o “Ginebrón” me pegó un latigazo en la pierna, nos subieron a un celular a Olmos. Cuando pregunté por qué estaba en la cárcel me dijeron que estaba acusada de “comunista montonera”. Una médica me curó los ojos, que no veía nada por las vendas. En noviembre me trasladaron a Devoto. Ahí la tortura era psicológica, no nos dejaban leer ni tejer, nos arruinaban la comida que la Liga nos llevaba. Salí en libertad en julio de 1978. Durante ese tiempo había mandado cartas a todos lados preguntando por el Negrito, nadie me contestó. Cuando llegamos a Coordinación Federal, unos milicos me preguntaron por qué estaba ahí, les dije que por comunista, y me respondieron si no me daba vergüenza. Les contesté que claro que no, que lo que más me dolía era que me habían matado a mi hijo. Y el tipo se enfureció y dijo “y ésa es la educación que le diste”, y le dije “es la misma que recibí yo cuando me afilié al partido”. “Querés un consejo, desafiliate”, me dijo. Y le respondí que ya era grandecita para que me diera consejos. Entonces me llevó a una celda, con un pellizcón en el brazo y me tiró al piso. El colchón que había ahí era sangre viva, así que me pasé la noche parada pegada a la mirilla. No me daban la libertad porque decían que yo les había robado, cuando fue al revés, además de secuestrarnos nos habían robado todo.
–¿Cómo encontraron al Negrito?
Floreal: –El 15 de mayo, justo el día que él cumplía años, salió en el diario Crónica que aparecieron ocho cadáveres en el Río de la Plata, y uno tenía un tatuaje que decía F y A, igual al que me había hecho yo y el Negrito tenía uno igual. El cadáver había aparecido en las costas de Uruguay, destrozado en la zona anal porque lo habían torturado, se ve que falleció por empalamiento. Esas bestias... (se seca unas lágrimas) Nuestro abogado Julio Viaggio pidió las huellas dactiloscópicas y las fotografías del cuerpo, estaba atado con sogas. El cuerpo ya estaba identificado, por eso fueron procesados varios militares en el Juicio a las Juntas, donde declaró Iris. Cuando ella salió en libertad empezamos los trámites para extraditar los restos. Pero en el cementerio del Norte nos dijeron que no estaba más. El cadáver desapareció, hay una querella que pasó por tres jueces y no avanza. El 16 de junio de 1979 hubo un operativo militar en el cementerio, eso es muy sospechoso. Los militares uruguayos nos deben una respuesta, actuaron por el Plan Cóndor.
–¿Cómo era Floreal?
–Me confiaba todo, estudiaba en la secundaria y quería ser mecánico naval. Desde los 13 años estaba afiliado a la Federación Juvenil Comunista. Un militar lo apadrinó y entró en la ESMA, pero no tenía aptitudes militares y le dieron de baja porque se agarró a piñas con su superior. Protestó porque a los chicos que entraban no les preguntaban si sabían nadar. Tenía medallas de natación. En esa época tenía una novia, María, con la que se había ido de viaje a Misiones.
–El juicio tardó 33 años en llegar. ¿Cómo se sienten?
Iris: –Estamos bien, había que desembuchar todo esto. Es un comienzo de justicia para los 30 mil desaparecidos.
Floreal: –Pensaba que el Negrito era uno de los más chicos, pero cuando estuvimos en el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado me di cuenta que hay víctimas de 13, de 14 años. Este es el primer juicio que se le hace al Comando de Institutos Militares. Tenemos una vecina que había desaparecido, María Rosa Moro, la llevaron de FATE. Su cuerpo apareció en Troubille, en Uruguay, junto con el del Negrito.
Iris: –Esto es casi un caso juzgado, tantos años hace que estamos en esta lucha, ellos saben perfectamente qué hicieron con el Negrito y con nosotros. Nos querían hacer desaparecer a toda una generación que quería el bien de su país, y nosotros éramos parte de eso, mientras ellos querían imponer el sistema neoliberal. Los que seguimos con vida tenemos el compromiso de seguir luchando.
–¿Qué esperan del juicio?
Floreal: –Que Riveros sea condenado y que vaya a una cárcel común.
Adriana Meyer
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