“No es un muro. Son autocortantes”, dijo el intendente de San Isidro Gustavo Posse a los medios, luego de que vecinos de ese municipio y de la comuna de San Fernando protestaran por la instalación de una pared de cemento y alambre de tres metros de altura, con la que se intentó separar de un modo militar y carcelario dos distritos del Conurbano bonaerense.
Sintiéndose un poco solo (porque la grita y el clamor en contra iban creciendo), Posse alegó que la medida había sido tomada “tras las reiteradas quejas de 33 frentistas del barrio Villa Jardín, un barrio obrero propietario” (sic).
Finalmente, descargó en el Legislativo del municipio una parte de la responsabilidad: “En el Concejo Deliberante -dijo- fue planteado ya en el inicio de este periodo ordinario que nosotros íbamos a planificar cierres en aquellos lugares que eran corredores; es más, después de eso, hemos sufrido hechos luctuosos, razón por la cual insistimos en esta temática de colocar cámaras de acercamiento y cortar aquellos lugares donde de manera lineal se puede ir de una villa de otro lado a un lugar de acá” (sic).
Sólo por sus dichos, contrarios a la letra y espíritu de la Constitución, el intendente Posse debería ser destituido y encarcelado. Pero ello no ocurre (como tantas otras cosas que no ocurren).
De cualquier modo, la reacción de los vecinos de Villa Jardín -que con mazas, con arietes y con sus propios brazos derribaron el muro-, sumada a la orden de suspensión de obras dictada por un juez de menores de San Isidro, obligaron al Ejecutivo comunal a reformular el proyecto.
Ahora, Posse solicitará al Gobernador y a la Nación más patrulleros, más gendarmes, más cámaras de vigilancia y un auténtico muro virtual que divida los dos distritos del norte bonaerense.
Porque el hambre, el desempleo y la precariedad de San Fernando (créase o no) son distintos al hambre, el desempleo y la precariedad de San Isidro...
Doble discurso, le dicen
En mayo de 2008 el licenciado Arturo Flier, Secretario de Integración Comunitaria de San Isidro, habló con la prensa de la “detección precoz y seguimiento de problemáticas sociales fortaleciendo la red comunitaria de cada localidad”.
“¿Cuál es el espíritu de la Secretaría?”, le preguntaron los periodistas. “El intendente Posee -contestó Flier- pretendió reforzar la trama comunitaria del partido de San Isidro y converger los distintos equipos de las diversas áreas municipales en programas comunes, programas sociales que luego se conviertan en políticas de Estado”.
“¿Cómo se vivió la integración inicial de esta mesa?”, inquirieron los medios. “Mirá -dijo Flier- para muchos era la primera vez que se encontraban, tanto los de alto poder adquisitivo con gente de la villa y también al revés. Se dijeron, en principio, muchas cosas de frente, muchos prejuicios que tenían, cosas fuertes, pero luego empezaron a trabajar en equipo...”
“¿Que características tiene la sociedad sanisidrense?”, le preguntaron a Flier, para terminar, los periodistas. “San Isidro -contestó- es una síntesis social del país. Conviven todos los sectores socio-económicos y justamente existe una contigüidad con respecto al espacio entre estos sectores. Es decir en otros lugares hay barreras naturales que separan a la gente, aquí no: La Cava está pegada a las Lomas de San Isidro. Esto no es un obstáculo porque hay miradas diferentes frente a un mismo problema. La diversidad enriquece...”
Obviamente, las miradas -cuando de por medio hay un muro de cemento, un alambrado o garitas de vigilancia- no alcanzan a cruzarse. Un discurso muy progre y una praxis sencillamente fascista.
Paso a paso, al infierno
Posse, criticado por dirigentes del oficialismo y la oposición y acosado por los movileros televisivos (que encontraron en el muro de San Isidro un buen tema para calentar las pantallas en Semana Santa) se despachó con nuevos tecnicismos y eufemismos, anotándose con esperanzas en el torneo de derechización que se ha abierto en la provincia de Buenos Aires.
"Me llama la atención -dijo, refiriéndose a los vecinos que protestaban- que en un horario de trabajo, de ir a buscar los chicos al Colegio, están con semejante situación. No es gente normal y todos honestos (...) Este cierre físico es desmontable, si mejora la situación, se saca (...) Nos costó mucho que no estén operativas (sic) algunas villas...”
“En la zona de Villa Jardín y la zona de La Horqueta hace ya siete años que no hay villas de emergencia; entonces, debemos cuidar a nuestra gente obrera, a nuestra gente media, esto ayuda también a la gente honesta de otras localidades, porque significa no un murallón, sino cortes de dos o tres cuadras, que la circulación no sea directa, y en los pasos, que haya presencia policial. Entonces, el honesto, se va a sentir protegido...”
Alguna vez hablamos, en estas páginas, de los muros que avergüenzan, en distintas fronteras y latitudes del planeta. Muros entre el Norte y el Sur; entre ricos y pobres; entre Israel y Cisjordania, etcétera. Muros que duelen, siempre. Pragmatismo fascista, siempre. Insolidaridad. Desprecio.
El frustrado muro de San Isidro, su sola idea, su intento, es señal de que una guerra injusta, una guerra paranoica, preventiva (al mejor estilo Bush), ha comenzado.
Es la guerra que los propietarios le han declarado a los desposeídos. O, para decirlo con palabras de Posse, la guerra entre la gente honesta (léase vecinos pudientes) y los potenciales criminales (léase pobres).
Allá vamos, señor Intendente. Paso a paso, al infierno. No diga después que nadie se lo advirtió.
Oscar Taffetani (APE)
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