sábado, 11 de abril de 2009

Valió la pena esperar tanto

La verdad siempre llega. Tarda, pero llega. Hoy voy a hacer uso de esta contratapa para hablar de una injusticia que sufrí en 1995. No acostumbro a traer temas personales, pero esto tiene que mucho ver con la libertad de expresión, y hago mención ahora a esto porque todo se inició en una contratapa mía del año 1995. Sí, en los tiempos de Menem.
Como siempre fui un seguidor de los escritos de Bolívar y de sus sueños, traté de cumplir con él trayendo aquel pensamiento amplio y generoso de lograr finalmente “los Estados Unidos de Latinoamérica”. Es decir, eliminar las fronteras egoístas de países que tienen la misma lengua, la misma tradición, la misma religión y los mismos libertadores. Por eso, en ese año redacté una nota señalando que poco es lo que teníamos que aprender de Europa, pero en algo sí nos había ganado de mano. Cuando se estableció el Mercado Común Europeo, se impuso una sola moneda, el euro, y se levantaron impedimentos fronterizos. Y recordé en esa nota que todo comenzó con un experimento: hacer la prueba primero en tres países, eliminando entre ellos sus fronteras comerciales y burocráticas: el Benelux. La unión entre Bélgica, Luxemburgo y Holanda. Esta experiencia se llevó a cabo durante una década y tuvo un éxito total para estos tres países. Entonces escribí que para aplicar sólo lo poco bueno que nos enseña Europa, practicáramos lo mismo, como primer paso para cumplir con el sueño bolivariano: eliminar las fronteras aduaneras entre la Patagonia argentina y la chilena, y dejáramos que ese complejo comerciara libremente y esas poblaciones comenzaran a tratarse sin la vigilante e irracional custodia de carabineros y gendarmes con largavistas y armas largas. Y que durante diez años midiéramos los resultados. Si los europeos lo habían logrado con países de distinto idioma y hasta de distintas religiones, ¿cómo no lo íbamos a lograr dos países que a la vez tuvieron los mismos libertadores? Recordemos aquel legendario Paso de los Andes, de esos valientes desprovistos de todo egoísmo de fronteras.
Era sólo una idea, un adelanto para que nuestros políticos lo pensaran y lo propusieran a sus colegas vecinos.
¡Para qué! La reacción de los políticos argentinos fue totalmente lo contrario de lo que me esperaba. De inmediato, esa misma semana, el senador peronista Ludueña, por Santa Cruz, presentaba un airado proyecto para que el Senado de la Nación me calificara “traidor a la Patria”. Salió en todos los diarios del país. Cuando lo leí, pensé: menos mal que ya no hay pena de muerte porque, si no, me fusilaban en la Plaza de Mayo como a Santos Pérez y colgaban mi cadáver frente al Cabildo durante 24 horas. El que tomó de inmediato este pedido fue el senador nacional Eduardo Menem (nada menos), e hizo una airada arenga para defender a la Patria de espíritus traidores. Hasta que por ahí alguien más jesuita propuso que en vez de “traidor a la Patria” se me endilgara el apóstrofe de “persona no grata” al Senado de la Nación. El alto cuerpo perdió una hora y media en discutir si este humilde periodista era un “traidor a la Patria” o una “persona no grata”. Hasta que, por último, en la votación, la casi totalidad de los senadores de la Nación votaron lo de “persona no grata”. Menos dos. El senador radical Hipólito Solari Yrigoyen –que sufrió cárcel y exilio con la dictadura de la desaparición de personas–, quien dijo con voz bien clara: “No me parece un motivo suficiente, ni aun desde el punto de vista oficialista, como para transformar al Senado en una especie de tribunal inquisitorial”. Y también votó en contra de Ludueña y de Eduardo Menem el senador Romero Feris, quien dejó sentado que “no es de incumbencia de este Senado expedirse sobre este tipo de cuestiones y de esta manera, porque se estaría afectando la libertad de opinión, la libertad de prensa, la libertad de expresión que nuestra Constitución preserva totalmente”.
Pero, todo el bloque peronista votó por la sanción, todo el bloque radical menos uno, y también todos los componentes del Senado menos Romero Feris.
No pude pisar más el suelo del Senado de la Nación. Quince días después, la Ciudad de Buenos Aires me dio el título de “ciudadano ilustre” de esta Capital. Tuve que encerrarme para cavilar. Me miré al espejo y me pregunté: ¿pero qué soy en realidad, persona no grata del Senado o personaje ilustre de la ciudad? No obtuve respuesta de mí mismo, ni me deprimí pero, finalmente, solté una repentina carcajada argentina.
Catorce años después iba a hacerse justicia. El senador Daniel Filmus presentó un proyecto en la Cámara alta sin que yo le haya pedido nada, ni por haberle recordado el tema. Por tal proyecto, el Senado declaraba el reconocimiento “al luchador por los derechos humanos, escritor y periodista Osvaldo Bayer, sobre quien recayera el repudio del Honorable Senado de la Nación por sus declaraciones en el diario Página/12 del año 1995”. Además propuso que la Cámara señalara “que la defensa de la libertad de expresión dentro del marco del respeto a los valores democráticos y los derechos humanos, es uno de los pilares básicos en los que se sustentan la institucionalidad y convivencia democrática. Obstaculizar el libre debate de las opiniones es limitar la pluralidad de ideas –agregó– y resulta incompatible con los valores de nuestra Constitución Nacional y con lo que las normas internacionales de derechos humanos sostienen”.
En los Fundamentos, el senador Filmus sostiene: “Nada más alejado de la esencia democrática del Senado de la Nación que el rechazo de ideas expresadas por un intelectual en ejercicio de sus derechos ciudadanos. Es evidente que los dichos de una persona reconocida como un intelectual por nuestra sociedad pueden generar grandes debates a favor o en contra. Sin embargo, no pueden ni deben ser calificadas como un agravio. Sugerir que un libre pensador debe limitar la propuesta de ideas cuando éstas se oponen a otras, cercena el pleno ejercicio de los derechos que específicamente se refieren a la libertad de expresión. La posibilidad de aceptar la pluralidad de ideas, de creencias y la divulgación de las mismas forma parte de la normativa que fundamenta los valores en los que nuestra democracia tiene sustento”.
Después de muchos conceptos sobre mi vida y mi obra, que por supuesto no me corresponde a mí volcar aquí, dijo el senador Filmus: “Esta declaración aspira a reconocer en la persona de Osvaldo Bayer el luchador que ha acompañado las grandes causas, aquellas que marcaron la historia argentina y que hizo nacer la imperiosa necesidad de levantar las banderas de los derechos humanos, aquellas que las nacientes organizaciones y organismos alzaban cuando nadie escuchaba. Facilitar el debate profundo de las ideas genera la posibilidad de profundizar la democracia; impedirlo, en cambio, nos hace retroceder hacia al autoritarismo. Siempre se opina a favor o en contra, lo importante es sustentar los dichos respaldando las ideas en un marco de libertad de expresión y de pensamiento. Es por lo expuesto que deseo solicitar a mis pares que en virtud de lo expresado me acompañen en la presente declaración de reconocimiento a la persona de Osvaldo Bayer”.
Y el Senado la votó por unanimidad.
Cuando supe de esta resolución no pude menos que encerrarme otra vez y mirarme al espejo. No hice pito catalán pensando en Eduardo Menem, no; se me dibujó una sonrisa agradecida y vi ante mis ojos una escena: que entraba al Senado y presenciaba una sesión donde se votaba por unanimidad el proyecto de denominar un crimen de lesa humanidad cuando en la Argentina un niño padeciera hambre. Luego, allí agradecía a los actuales senadores, a Filmus, por su gesto de coraje civil y bondad, y a mi diario, Página/12, que tiene una comprensión más que generosa conmigo.

Osvaldo Bayer

No hay comentarios:

Publicar un comentario