sábado, 25 de abril de 2009

El túnel del tiempo


La serie más costosa de la temporada 1966 en la TV norteamericana fue The Time Tunnel, una producción de Irwin Allen que se emitió por primera vez en septiembre de ese año a través de la cadena ABC y que luego extendió su éxito a los países de habla hispana, entre ellos la Argentina. La serie tenía como protagonistas a los doctores Tony Newman y Douglas Phillips, dos científicos que trabajan para un proyecto secreto del gobierno en un laboratorio subterráneo en Arizona. Pero por un error se ven atrapados en el Túnel del Tiempo y deambulan por distintos momentos de la historia universal. El fascinante túnel era como un ojo hipnótico, símbolo de los psicodélicos años ’60. Ahora, en cambio, sin la seducción de esa serie de ciencia ficción que atrapó a muchos en la infancia, el túnel del tiempo se hace presente aquí con análisis, expresiones del poder y personajes del pasado de la economía que recuperaron protagonismo. Han reaparecido con sus conocidas obsesiones: la presión para regresar a los brazos del FMI, la manía sobre las cuentas fiscales y el reclamo de un ajuste, las consignas contra la intervención del Estado, el regreso del Grupo de los Siete representantes de las cámaras patronales con discurso de los noventa, la irrupción del Club de Secretarios de Energía de 1983 a 2002 que entregaron el patrimonio hidrocarfurífero nacional al sector privado, los latiguillos de la inseguridad jurídica y el federalismo y el sermón contra medidas de protección industrial sostenido por propios dirigentes industriales forman parte de la revitalizada saga de lugares comunes de la ortodoxia, que han retornado con una intensidad inusitada. Vigor que resulta aun más insólito en un contexto internacional de caída del Muro de Wall Street que ha puesto en evidencia esas recetas del fracaso y de la exclusión social.
En cada uno de esas cuestiones existen factores de debate que no han sido saldados durante la administración kirchnerista y que merecen una evaluación desapasionada. Pero cuando todas esas iniciativas confluyen al mismo tiempo en una oferta a la sociedad como sendero a transitar, con protagonistas de las décadas de la decadencia, se expone el espíritu de volver por la revancha de la corriente conservadora. Una muestra se encuentra en la forma que se aborda el complejo panorama de los aumentos de precios. No se trata sólo acerca de la polémica sobre los índices de inflación que elabora el Indec, que es un tema sobre metodologías, relevamiento de productos e imputación de sus precios y, por supuesto, sobre credibilidad de las estadísticas tanto públicas como privadas. La tensión principal se encuentra en el diagnóstico y en las propuestas para enfrentar el problema de la evolución de precios. Además de ser materia de una batalla sobre las expectativas sociales y de puja política sobre los índices, las experiencias de inflación en la Argentina requieren precisar su origen para no caer en las trampas de la ortodoxia.
A lo largo de los últimos años, diferentes fueron las argumentaciones de economistas del establishment para justificar los deslizamientos de precios. Sin embargo, cada una de esas ideas, que han calado hondo en el discurso vulgar, fue desmentida por la propia dinámica de la economía. La más extendida se refiere a que la emisión de moneda “sin respaldo” se convierte en un potente motor de la inflación. Lo mismo que un déficit fiscal creciente junto a tasas de interés bajas que fomentan excesivamente el consumo y la inversión vía el crédito. Estos tres pilares de la explicación básica de la ortodoxia sobre la inflación quedaron descartados. La oferta monetaria ha aumentado acompañando el crecimiento de la producción. No se han registrado desequilibrios de las cuentas públicas que necesiten ser “monetizados”, desapareciendo la presunta causa principal de la inflación para los monetaristas. Las tasas de interés han sido bajas en términos reales, pero es evidente que no han servido como motorizador de un boom del crédito.
Frente a la ausencia de esas banderas para levantar por parte de la ortodoxia, aunque algunos de sus sacerdotes no se privan de alterar la realidad para sostenerlas, los gurúes de la city arremetieron contra el salario como causa de la inflación. Ese argumento también embiste contra la pared debido a la existencia de un mercado laboral heterogéneo y de disparidad salarial que no presenta las condiciones para impulsar una sostenida alza de los costos empresarios, que posteriormente son trasladados a precios. Ese análisis de los conservadores deriva en que los culpables son los sindicatos que exigen demasiado con un Gobierno que no modera sus reclamos. La megadevaluación, seguida de un fuerte incremento de los precios de los bienes-salario (alimentos), convirtió a los trabajadores en el sector que soportó gran parte del costo de la salida de la convertibilidad. En los últimos años, sólo en algunas actividades pudieron recuperar los niveles salariales previos a ese estallido. Como el esquema conceptual de la ortodoxia va quedando vacío, los economistas especializados en pronósticos fallidos avanzaron en explicaciones referidas a que el alza de precios se debe a que el crecimiento de la demanda ha ido más rápido que el de la oferta de bienes disponibles. Ese diagnóstico no se acomoda a la actual situación, y en los meses anteriores a la crisis todavía existían rubros industriales con capacidad ociosa y una tasa de desempleo debajo de los dos dígitos pero aún elevada. No había indicios contundentes de que la recuperación económica estaba encontrando sus propios límites por agotamiento de los recursos disponibles. Más teniendo en cuenta que se estaba registrando una recomposición de la tasa de inversión, cuyo efecto debería ser el de ampliar la oferta.
No se vislumbraba entonces un aumento desmedido de ningún componente de la demanda. Las propuestas de moderar el crecimiento económico en la fase ascendente del ciclo, expuesta por actuales economistas-candidatos, ex ministro con ambiciones presidenciales y consultores de la city, constituían una receta autodestructiva, que por fortuna se eludió. Basta imaginar el actual escenario ante el impacto de la crisis internacional si ésta hubiera encontrado a la economía en una fase de retracción para eventualmente frenar el alza de precios como pedían los ortodoxos y no pocos heterodoxos.
Los aumentos de precios tienen nocivos efectos para la población, en especial para la de ingresos fijos, y en el caso argentino son un problema político además de económico debido a experiencias traumáticas. Por ese motivo resulta fundamental precisar el principal origen de los ajuste para evitar recetas equivocadas. El recorrido de los precios de los últimos años reconoce una fuerte alza inicial motivada por la megadevaluación, pero luego no se han registrado ninguno de los factores tradicionales de empuje inflacionario repetidos incansablemente por la corriente del pensamiento económico dominante: por el lado de la oferta, exceso en la expansión monetaria, déficit fiscal y tasas bajas que impulsan el crédito; y por el frente de la demanda, presiones salariales generalizadas y agotamiento en la utilización de la capacidad industrial instalada. Entonces, la causa central del proceso de aumentos de precios habría que encontrarla en ciertas características de la economía argentina: el elevado poder monopólico tanto en la producción de bienes como de servicios, que permite a sus protagonistas apropiarse del resultado de incrementos incesantes de precios por encima de los costos, obteniendo así una ganancia extraordinaria. A la vez, la pronunciada concentración del capital no ha hecho más que crear las condiciones para que las empresas de ciertas ramas puedan multiplicar esas ganancias extraordinarias. Esto es lo que se esconde tras las presiones inflacionarias, alimentadas después por las expectativas indexatorias del resto de los agentes económicos. Esas presiones apuntan a incrementar esas utilidades conteniendo los reclamos salariales, acompañadas con un ajuste acelerado del tipo de cambio que les permitiría disminuir sus costos laborales en dólares.
Si bien existen otros elementos complementarios para explicar el proceso de alzas de precios, el ciclo que emerge en el período 2003-2008 responde a esa situación estructural de la economía argentina. En ese contexto, con un tipo de cambio alto, las retenciones y los controles efectivos de precios son herramientas esenciales. El túnel del tiempo de la ortodoxia intimidando con la “inflación reprimida” para liberalizar mercados de exportación, disminuir la intervención del Estado en la formación de precios y eliminar las retenciones tendría como saldo la inflación de esas ganancias extraordinarias.

Alfredo Zaiat

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