Carlos Pedro Blaquier integra el lote del bloque dominante desde hace décadas en la Argentina. Propietario, entre otras empresas, del Ingenio Ledesma, Blaquier pasea su impunidad tal como cuadra a un representante del poder real que detentan los que mandan en el país.
A veces las leyendas encubren historias reales que sería riesgoso contar como algo más que una fantasía. En las zonas azucareras de Jujuy, Salta y Tucumán dicen que los dueños de los grandes ingenios hicieron fortuna como resultado de un pacto con el demonio. Lucifer es en este caso un enorme perro negro sin cabeza llamado El Familiar que vive escondido en sótanos o galpones abandonados, a la espera de sus víctimas.
Quien pacta con El Familiar, a cambio de riqueza deberá alimentarlo con la vida de sus peones. Si no lo hace será el patrón quien se convertirá en alimento del diablo. Por años cuando algún peón desaparecía después de enfrentar al modelo productivo, todos sabían su destino. Había sido devorado por El Familiar. De esta manera, la sangre de peón paga la riqueza del patrón.
Dicen los paisanos que los ojos de El Familiar “brillan como tizones en la oscuridad”. Así debieron verse en la madrugada del 27 de julio de 1976 las luces del Ingenio Ledesma que fueron las únicas que permanecieron prendidas, cuando un apagón ahogó en la oscuridad la ciudad de General San Martín y la localidad de Calilegua, en Jujuy.
Del establecimiento salieron los vehículos que esa noche secuestraron 400 personas. Trabajadores, estudiantes secundarios y universitarios, mujeres, ancianos fueron maniatados, encapuchados y conducidos a los galpones de mantenimiento de la empresa de Pedro Blaquier. De allí, en tandas los trasladaron hasta la sede de la Gendarmería y la Policía en San Salvador de Jujuy, donde recibieron salvajes torturas. Muchos jamás volvieron. Desaparecieron, como las víctimas de El Familiar.
Historia de Luis
Uno de los que se llevaron esa madrugada fue el médico Luis Arédez. Su nombre era mala palabra en el Ingenio Ledesma donde había estado empleado. Una y otra vez, se le advirtió que no podía recetar “semejante cantidad de medicamentos caros” a los trabajadores. Que la salud de la peonada no valía tanto para la empresa, ya que sobraba mano de obra, pero fue inútil: hubo que echarlo. “Era un demagogo”, dijo Nelly Arrieta, la esposa de Blaquier, quien hace tres décadas dejo de vivir con él. La gente en cambio, quería cada vez más al médico. Quedó demostrado cuando se presentó como candidato a intendente y fue masivamente votado.
En algún sótano del Ingenio de los Blaquier, El Familiar comenzó a caminar inquieto cuando se enteró que Arédez pretendía imponerle al Ingenio Ledesma el pago de impuestos. Todo era de ellos, hasta la vida de los peones. ¡Cómo osaban en imponerles cargas impositivas como a cualquiera!.
Quizá porque el secuestro de Arédez fue demasiado obvio en cuanto a su autoría ya que la camioneta en que lo llevaron, además de tener el logo de Ledesma, era conducida por el chofer de la ambulancia del Ingenio, lo liberaron. No fue por mucho tiempo. El 13 de mayo de 1977, cuando se retiraba del Hospital Zegada en la localidad de Fraile Pintado, el médico volvió a ser secuestrado. Nunca más apareció.
Su mujer Olga se cubrió con un pañuelo blanco la cabeza y sola comenzó sus rondas de todos los jueves en la plaza de General San Martín. Por mucho tiempo fue “una loca”más.
En el documental “Sol de Noche” se ve la dignidad solitaria de esa mujer, caminando contra la impunidad y el olvido. Con el tiempo se sumaron a sus marchas militantes de todo el país y, finalmente, cuando el miedo pasó, la lucha de Olga terminó siendo ampliamente reconocida en la localidad de Libertador General San Martín.
La enorme chimenea del Ingenio continúa todas las tardes exhalando hacia el cielo una enorme nube negra producto de la quema del bagazo. En las calles llueven cenizas. La muerte tiene olor dulce como el azúcar. El 17 de marzo del 2004 Olga Arédez, enferma de bagazosis y luego de cáncer de pulmón, fallece en Tucumán. Poco tiempo antes, había presentado un recurso de amparo contra el Ingenio Ledesma, para que deje de contaminar. El proceso sigue abierto.
El éxito no perdona
De acuerdo a la revista Fortuna, el dueño del Ingenio Ledesma, Pedro Blaquier es uno de los hombres más ricos del país. Su empresa factura 1.500 millones por año y emplea 7.000 personas. Con 81 años, el abogado ha escrito 17 libros, es coleccionista de arte y Premio Konex 2008 (Empresarios de la Industria) y 1988 (Empresarios Rurales). En 1990 recibió el doctorado Honoris Causa en Filosofía de la Universidad Lateranense (Roma) y en el 2005 ingresó en la Academia Argentina de la Historia. Amante de la navegación tiene siete yates, valuados en 50 millones de dólares.
Ledesma, no es la única propiedad de Blaquier. Según una investigación del periodista Néstor Restivo, también forman parte de su fortuna plantaciones de cítricos, paltas y mangos, un empaque de frutas y una planta de jugos concentrados.
Es dueño de Glocovil, una planta de molienda húmeda de maíz y una fábrica de cuadernos y repuestos. A su fábrica de celulosa y papel, hay que sumarle los establecimientos La Biznaga, La Bellaca, Magdala y Centella con 5.200 hectáreas dedicadas a la producción de carne y granos. Siembra soja en miles de hectáreas de campos arrendados y incursionó en la explotación de petróleo y gas, en sociedad con Repsol, Petrobrás y otras compañías. Tiene una empresa de servicios inmobiliarios y otra de alquiler de embarcaciones.
El doctor Carlos Pedro Blaquier es un hombre muy culto pero no por eso deja de hablar claro. Su blog es una muestra de ello: “Leyendo lo que dicen en Internet, comprendo que la gente de extrema izquierda diga cosas muy malas de mí porque ellos, como personas fracasadas en la vida privada, despotrican contra los que tienen éxito. En algunos casos se dedican a la política, donde ni siquiera son capaces de sacar muchos votos. Se consideran arbitrariamente postergados por una sociedad injusta, porque no pueden reconocer que son unos inservibles. Por eso se trata de resentidos incurables que sueñan con invertir el orden social para que los de abajo, como ellos, estén arriba y viceversa”.
“No me perdonan que sea un hombre de éxito, tanto como empresario, por haber sido capaz de llevar a Ledesma donde está hoy después de haberla conducido durante más de cuarenta años, como en el orden intelectual donde en virtud de mis publicaciones he sido designado como Miembro de Número de varias Academias de nuestro país”.
“Ellos, que nunca han generado ni un puesto de trabajo decente, me dicen que soy un explotador que mata gente”, afirma ofendido Blaquier.
No hace mucho, Ledesma cumplió cien años. Estaban los amigos de siempre: José Alfredo Martínez de Hoz, Luciano Miguens, Mario Llambías, Juan Alemann. Las revistas que se encargan de estos eventos no mencionan la presencia de otros amigos, como Mauricio Macri y Daniel Scioli, aunque don Carlos Pedro Blaquier sabe que con ellos siempre se puede contar.
En una de esas, esa noche al regresar a su mansión de la avenida Sucre, en San Isidro, Blaquier ayudó a conciliar el sueño de los nietos contándoles historias de Jujuy, leyendas de campesinos brutos como El Familiar. Se sintió satisfecho, conforme con su vida. Su final no será distinto al de otros autores intelectuales del genocidio. Morirá de viejo, en la cama y entre los suyos. Los que dieron las órdenes están a salvo, aún tienen el poder que es sinónimo de impunidad y él lo sabe.
Blaquier es uno de los distinguidos integrantes de la selecta galería de los que mandan en la Argentina.
Carlos Saglul (ACTA)
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