lunes, 22 de febrero de 2016
Un día volví
Llegué a casa al mediodía y saqué de la mochila la ropa del trabajo, para lavar. La ropa del trabajo. Suena sencillo, hasta falto de emoción. Pero hacía más de un año y medio que no pronunciaba esa frase, la ropa para lavar, con olor a chocolate. La ropa del trabajo.
No la pronunciaba porque precisamente no tenía trabajo, porque de hecho, me fue arrebatado.
Hacía un año y medio que no cargaba mi mochila.
El viernes 19 de febrero de 2016, a un año, seis meses y cuatro días de ser despedida de Felfort, logré mi reincorporación. Nunca antes lograda por nadie, nunca antes peleada por nadie.
Mi ingreso se produjo en un clima de mucha cordialidad, muchas muestras de cariño y compañerismo, con las felicitaciones de mis compañeros, los apretones de manos, los abrazos, las sonrisas cómplices, los “muy bien, compañera”. Cálidos, muy cálidos, como el mate cocido que tomé junto a mi compañera Irene, amiga, camarada, incondicional en esta lucha que dimos por mi vuelta a la fábrica.
Muchas veces en nuestras charlas nos imaginamos el regreso, ella me decía que tenía que visualizar el momento, que así se iba a cumplir. Lo hice, pero todo fue mucho más lindo de lo que imaginaba. Llegar por la vereda de Gascón debajo de la lluvia, entrar las dos con una sonrisa, presentarme, que me reciban, subir las escaleras, entrar al vestuario, saludar a las compañeras, encontrarme con mi locker, mis zapatos.
Durante el día, al ir viendo las caras de todos, repasaba los momentos de esta lucha incansable, sólo para estar con ellos de nuevo, para demostrarles que se puede pelear, que no podemos condicionar la lucha por un despido a la simpatía o no simpatía por el despedido, que luchar es un derecho, que los trabajadores combativos no podemos poner condiciones para que se cumpla, no tenemos excusas, sólo nos queda pelear.
Muchas cosas me contaron acerca de la situación de la fábrica, en cuanto a pequeñas demandas que sumándolas, conforman un rosario interminable. “Mucha gente enferma, sin incentivo” escuché por ahí, gente maltratada, vulnerada con los cambios arbitrarios de turno, las licencias a las mamás por los hijos en edad escolar, son sólo algunas de las cosas que me contaban. Yo los escuchaba con mucha atención, pensando en la mecha apagada que tienen en sus manos, que sólo les falta encenderla. La mecha de la lucha, la organización, para que todos juntos podamos construir una agrupación que dé pelea hasta el final por esas demandas, sin excusas mezquinas, sin claudicar.
Hay olor a chocolate de nuevo en mi ropa, en mi mochila. No el chocolate de las vidrieras, sino el que se está elaborando ahí, el que pasa por nuestras manos y envolvemos en papeles brillantes para que después llegue al cliente. Ese olor, el del esfuerzo que hacen los compañeros, siempre con la esperanza de un día ser tratados bien, no ser explotados, no dejar la vida en las fábricas.
En este clima de despidos que se vive a nivel nacional, de ajuste y represión, yo recuperé mi trabajo. Ahora viene el tiempo de las mariposas que tejen su capullo, a decir del personaje de Esther Goris en La Leona. Ahora viene el tiempo de organizar, en pequeña medida, para que no fracasen las luchas futuras. Llega la tarea apasionante de crear conciencia, de empezar a tener confianza en nosotros, en el movimiento obrero. Tenemos una tradición de lucha que los golpes militares no pueden acallar, una llama encendida que los ajustadores no pueden apagar.
Tengo un corazón Bordó debajo de la ropa con olor a chocolate, tengo una promesa cumplida en parte, hecha a Leo Norniella en su despedida: “vamos a volver”. Y digo en parte, porque el resto sería volver para, volver desde la soledad infinita en la que te deja la luz roja de tu tarjeta el día que te echan, volver a trabajar, a ser parte de este sistema, porque sólo desde adentro, podemos intentar cambiarlo.
Ahora empieza a escribirse otra historia, el comienzo podría ser: “Un día volví”.
Carina A. Brzozowski
Agrupación Bordó Leo Norniella en Alimentación
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