sábado, 27 de febrero de 2016
Nunca más balas
Nunca más balas para terminar con una huelga obrera. Dentro de muy pocos años se va a cumplir el centenario de los fusilamientos de peones rurales patagónicos para terminar con su huelga de campo. Drama llevado a cabo nada menos que con un gobierno elegido por el pueblo, el del radical Hipólito Yrigoyen en 1921-1922.
Es hasta increíble. El fusilamiento de pobres peones patagónicos de los latifundios de Santa Cruz, cuyos dueños en gran parte eran ingleses, los llevó a cabo el 10 de caballería a las órdenes del teniente coronel Héctor Varela. Ni Hipólito Yrigoyen ni la Unión Cívica Radical se hicieron autocrítica por un hecho tan criminal. Al contrario, el mundo político se calló la boca. De eso no se habla. Las tumbas masivas de tantos trabajadores quedaron sin marcar.
Todo sube a la superficie con los cuatro tomos de mi libro La Patagonia rebelde y el film del mismo nombre que quedaron largo tiempo prohibidos. Por ellos, mi familia y yo sufrimos un largo exilio.
Pero los tiempos han cambiado y vivimos otra época. Para el centenario deben prepararse numerosos actos recordativos en la provincia de Santa Cruz y en los centros obreros de todo el país. Recordar a los valientes que pusieron su cuerpo para vivir con más dignidad. En ese sentido, es necesario desde ya aprovechar el tiempo que falta para el centenario de nuestra vida obrera para crear un ambiente de comprensión y respeto mutuo.
En las universidades argentinas deberían crearse materias en defensa de los derechos del pueblo, que en primer término ayuden a tomar conciencia de lo que fue la tragedia de la huelga del campo patagónico.
Debe también establecerse una fecha específica, que puede ser el día en que se inició la huelga, para recordar el hecho en las escuelas y colegios. Pronunciar el Nunca Más a la represión con armas de un movimiento de trabajadores. Y conmemorar cada año el aniversario de los fusilamientos de tantos hombres de campo. Una buena manera de hacerlo puede ser la exhibición del film La Patagonia rebelde, la versión auténticamente histórica de aquel accionar de las plomadas.
Es increíble que nada menos que el gobierno radical de Yrigoyen cometiera el pecado mortal contra el derecho, fusilar a los trabajadores en huelga. El partido Radical nunca intentó pedir disculpas a la República por ese pecado mortal. Se le debería exigir que lo haga como “certificado” para presentarse en las próximas elecciones. Porque la autocrítica también es un arma de la verdadera democracia.
Asimismo, el gobierno provincial debería marcar ya las tumbas masivas de los fusilados con un monolito verdadero. Eso sería un paso necesario y noble en el camino de defensa de la Democracia.
La mirada crítica debería extenderse también el accionar de todas las dictaduras que hemos tenido y una buena síntesis podría ser calificar como “traidor a la República” a cada uno de los dictadores y de los que ascendieron al poder por medios no democráticos. Abrir el ancho camino de una democracia cada vez más amplia y generosa. Y recordar siempre el lema “No hay verdadera democracia mientras haya villas miseria, no hay verdadera democracia con gente que no encuentra trabajo”. Crear trabajo es un deber de toda verdadera democracia.
Periódicamente los Institutos de enseñanza deberían invitar a integrantes de los organismos de derechos humanos para que hablen de sus luchas e ideales. No hay mejor maestro de la vida que aquellos que se dedicaron a estudiar la conducta humana y su derecho histórico. Eso es lo que se aprende de la experiencia histórica. Por eso es tan importante hacer conocer las huelgas de peones patagónicos y también que sea investigada la cobarde represión del estado argentino.
Poco a poco iremos así aumentando la verdadera democracia, reparando los terribles errores sufridos durante las continuas represiones llevadas a cabo en gobiernos elegidos por el pueblo.
Las balas de plomo que impactaron en el cuerpo de los peones rurales patagónicos, desaparecidos por el ejército argentino por orden del presidente Yrigoyen, quedarán para siempre en nuestra conciencia. Esperamos que ese recuerdo impacte a fondo en la realidad argentina, que exhibe en su historia muchas faltas como esa a pesar de que todos cantamos con fervor nuestro Himno Nacional: Oíd el grito sagrado; libertad, libertad, libertad. A ese grito sagrado se lo manchó para siempre con la sangre de peones rurales en aquel año de las huelgas patagónicas.
Osvaldo Bayer
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