martes, 9 de febrero de 2016

Lanata y la conciencia de los exprogresistas



Un comentario sobre el último editorial dominical de Jorge Lanata y su ataque a la militancia.

"Como regla general, nuestros recuerdos idealizan el pasado. Pero cuando uno ha renunciado a un credo o ha sido traicionado por un amigo, se pone en marcha el mecanismo contrario. A la luz de los conocimientos posteriores, la experiencia original pierde su inocencia, se contamina y se vuelve rancia en la memoria (...) Los que fueron capturados por la gran ilusión de nuestro tiempo y han vivido su desenfreno moral e intelectual, se entregan a una nueva adicción del tipo opuesto, o están condenados a pagar con una resaca que dura de por vida”.
Esta confesión pertenece al escritor húngaro Arthur Koestler y aparecieron en un libro sugerentemente llamado El Dios que fracasó, que fue escrito colectivamente junto a otros intelectuales que, como él, acababan de romper con el movimiento comunista oficial y se dirigían políticamente hacia la derecha, en los albores de la Guerra Fría a fines de la Segunda Guerra Mundial. En 1950, Isaac Deutscher , el gran escritor marxista conocido principalmente por su tríptico biográfico sobre Trotsky, escribió una reseña crítica de este libro, en un artículo llamado “La conciencia de los excomunistas”. Deutscher allí castiga con dureza a estos hombres de letras que ponían un signo igual entre el estalinismo y la revolución y justificaban su transformación en serviles intelectuales del statu quo con el cinismo propio de quienes se jactan del “yo lo viví, a mí no me la vas a venir a contar”. El escritor polaco entonces plantea sobre los renegados del Dios de Moscú que “su antigua ilusión, al menos, implicaba un ideal positivo. Ahora, su desilusión es absolutamente negativa. Su papel es, por lo tanto, intelectual y políticamente estéril (…) De la misma forma nuestro ex comunista, por la mejor de las razones, hace las cosas más perversas. Con bravura se ubica en la primera fila de cada cacería de brujas. Su odio ciego hacia su antiguo ideal sirve de estímulo al conservadurismo contemporáneo.”

Cinismo de converso

Salvando las diferencias de tiempo, lugar y tradiciones políticas, se puede encontrar esto en un Jorge Lanata, quien no es un “excomunista”, pero que en la política argentina su paralelo es el del “exprogresista” y alguien a quien le gusta jactarse (aunque diga que lo hace a su pesar, porque el kirchnerismo lo obliga) de sus pasadas relaciones con los organismos de derechos humanos y como fundador de Página 12 que, (según cuenta el periodista Eduardo Anguita en un libro que se publicó un año antes del comienzo del ciclo kirchnerista y que jamás se reeditó) es un diario que originalmente se habría establecido incluso con dinero del sandinismo nicaragüense y hasta con relaciones con el Movimiento Todos por la Patria de Gorriarán Merlo, y poblado de exguerrilleros. Lanata forma parte de un grupo conspicuo de antiguos, aunque minoritarios, personajes provenientes de la centroizquierda que se han transformado en ideólogos del gobierno de Mauricio Macri, que directamente lo apoyan o que forman parte de él, como Graciela Fernández Meijide, o Jorge Sigal (este sí “excomunista”), director de la red de medios de comunicación del Estado. A su vez, es un debate que ya viene fomentado desde hace 5 años por el filósofo y también ex militante del PC, Oscar del Barco, sobre el cual nos referimos en su momento aquí
El de Macri es un gobierno que se propone supuestamente “desideologizar” el debate político y acabar con los “relatos”, que son vistos como parte de la “pesada herencia” cultural del kirchnerismo. No obstante, periodistas como Lanata, desde el supuesto lugar de “independencia” y no relación con el conchabo estatal, son el ariete de un nuevo relato, desde sus insistentes columnas dominicales en el oficialista diario Clarín, que busca restaurar la teoría de los dos demonios en relación al proceso revolucionario que vivió Argentina en los ’70 y luego su derrota y el genocidio desde el 24 de marzo de 1976.
Luego de secundar la persecución gubernamental contra Milagro Sala y de respaldar las declaraciones de Darío Lopérfido relativizando las cifras sobre el genocidio y, corriendo por derecha a aquellos que desde las filas de los propios simpatizantes del macrismo hablaron de lo inoportuno de los dichos del ministro de cultura de la Ciudad de Buenos Aires, sosteniendo que aunque sea políticamente incorrecto hay que dar la discusión ahora para liquidar el discurso “setentista”, publicó el domingo una nueva columna en Clarín contra la militancia política en general (aunque sobre todo atacando a la izquierda) y contra el llamado “periodismo militante” en particular
Citando a Tzvetan Todorov y haciendo suyas sus palabras, plantea que la historia de los ’70 está contada por la mitad, y asimila a la generación que se radicalizó y que aspiraba a la revolución, con los peores horrores del estalinismo, con lo cual deja mucho mejor parado al genocidio perpetrado por la dictadura argentina que “apenas” desapareció a algunos miles y entonces hace una suerte de pregunta retórica, poniendo a Montoneros en el espejo del brutal movimiento estalinista camboyano de Pol Pot: “[L]a dictadura provocó 30.000 muertes; ¿cuántas hubieran provocado los montoneros?”
Lanata y los exprogresistas devenidos ideólogos de la nueva derecha gobernante (no autorreconocidos como tales) forman parte de un cierto tipo social que se repite en otras latitudes: por ejemplo los intelectuales franceses otrora fanáticos apologistas de Mao que ahora son militantes de la derecha islamófoba y amigos de los conservadores de Sarkozy.
No contento con esto, Lanata denigra la idea misma de militancia, asociándola etimológicamente a lo militar y por ende al totalitarismo. En sus intervenciones diarias en Radio Mitre, llega a plantear que la misma idea de “resistir” los ataques del gobierno macrista es una idea setentista y por consiguiente totalitaria. En su reacción histérica contra la militancia se enoja en sus columnas contra lo que ve como una arrogancia de “superioridad moral de las víctimas” por sobre él, algo que pone la llaga sobre su propio narcisismo herido de alguien que, como lo describe Anguita, más bien fue un “amigo liberal” tardío y ochentista de hoy canosos setentistas (además de un empresario que a lo largo de su carrera ha flexibilizado y despedido varias camadas de periodistas, algo que, para él, no era contradictorio con su pasado progresismo).

Periodismo y militancia

Lanata cobró notoriedad en la década del ’90 con sus denuncias de la corrupción menemista. Eran épocas además de un profundo contubernio entre las empresas de medios de comunicación con un régimen político podrido que se manifestaba, por ejemplo, en el Pacto de Olivos entre radicales y peronistas. En el medio de esto, Lanata agitaba la bandera del “periodismo independiente”, una cierta apelación a la libertad del comunicador frente a los intereses espurios de las empresas (como el propio diario Clarín), pero que al mismo tiempo servía de cobertura para una ideología de una especie de “empresario PYME” de la comunicación, que es lo que al fin y al cabo era nuestro personaje. La demanda de objetividad y profesionalismo, unido a una especie de código de ética, parecían suficientes como para quebrar el lazo entre la lógica empresaria y las decisiones editoriales. En los años ’90, quienes estudiábamos en las carreras universitarias de comunicación y militábamos en la izquierda éramos quienes dialogábamos con aquellos que tenían ilusiones en un periodismo “lanatista”, que en ese momento era sinónimo, para muchos, de justiciero y progresista pero, eso sí “objetivo e independiente” de toda ideología y de toda clase social. A esto le oponíamos el periodismo militante, que proclamaba abiertamente su propia subjetividad, que era la de tomar partido sin pedir disculpas por los trabajadores y todos los oprimidos que resistían (palabra prohibida para Lanata, que como muchos “liberales” de su cepa ven tentaciones totalitarias en los de abajo y no en los ataques de los de arriba). El kirchnerismo aún no existía o, mejor dicho, todavía era peronismo neoliberal liso y llano, sin ninguna veleidad progresista y vacío de militancia, y por lo tanto éramos la izquierda en absoluta soledad quienes defendíamos la unidad de periodismo y toma de partido. No obstante, en medio de su propio descrédito por su ligazón obscena con el Estado (que frecuentemente salía a la luz del día) mediante la compra de periodistas con fondos reservados de la SIDE, las grandes “corpos” de la comunicación tuvieron que hacer suya la idea del periodismo independiente para reconquistar credibilidad.
Lanata critica a la militancia por supuestamente mantenerse bien lejos de la realidad para poder mantener sus certezas, presa de una rutina de repetición como un mantra de verdades prefabricadas, a lo que le opone la supuesta apertura mental de los supuestos periodistas independientes como él, que verían la realidad, “los hechos” desnudos y sin anteojeras ideológicas. El mercado de la opinión pública está saturado de sobreproducción de relato tras varios años de “batalla cultural” y por lo tanto hay un nuevo nicho comercial para vender la propia militancia disfrazada como “no-militancia”. La realidad social por definición no es precisamente prístina y está formada de construcciones simbólicas, pre-juicios y sentidos comunes que no elegimos y se heredan. El periodismo debería cumplir una gran función de desmontar y llegar a las raíces de esas construcciones. Por eso debe ser “militante”, pero no en el sentido que le otorgó el kirchnerismo a esa palabra, que como todo lo que se apropió en 12 años del arsenal de la izquierda lo terminó degradando y corrompiendo, dándole el significado de una defensa incondicional de la “razón de Estado”. La objetividad a lo Lanata, que en teoría se opone a la toma de partido y aboga por una realidad “desideologizada”, no es más que una abstracción arrogante e impresionista de unos pocos elementos que, basada en el sentido común, separa un fenómeno de la totalidad social, del conjunto de sus determinaciones. Es un empirismo crudo, que puede comenzar incluso cuestionando “progresistamente” a los medios y su relación con el poder pero que tranquilamente puede ser absorbido y reutilizado por la lógica capitalista. Los medios no dicen directamente qué se debe pensar, a la manera caricaturesca del fascismo o el estalinismo. La relación entre mercado e información no es tan sencilla. Esta última es ella misma una mercancía y no encontraría compradores si predominara esa lógica tan obtusa y evidente. El capitalismo moderno opera de otra manera en los medios de comunicación, condicionando los límites de lo que se puede decir y qué hay que omitir, borrando lo inconveniente de la percepción de la opinión pública.
Pero para sus fines Lanata utiliza justamente un enemigo a medida, una presa fácil, que es la lavada militancia K descafeinada y convenientemente aceitada (en el pasado) con la pauta oficial y variados favores. El kirchnerismo representó y continuó en forma ultra distorsionada un elemento ideológico progresivo que se instaló en el discurso político del país gracias a la crisis del neoliberalismo y su estallido en las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que es la reivindicación del “setentismo”. Sin el 2001 no se puede entender la llamada “grieta” (que el propio kirchnerismo intentó cerrar sin éxito con su utopía inicial de “un país normal”), que aún persiste y que gente como Lanata de la mano del macrismo intentan cerrar, desacreditando a la militancia (de izquierda) y buscando la reconciliación entre víctimas y victimarios.

Guillermo Iturbide
Ediciones IPS-CEIP

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