Este domingo se realizarán las elecciones primarias en la ciudad de Buenos Aires que, junto con la provincia de Buenos Aires, es uno de los principales distritos electorales del país. Son elecciones internas en las que cada partido escoge el candidato mayoritario para los próximos comicios en los que se elegirán el presidente, gobernadores y parlamentarios y se decidirá quién y con qué política tendrá el timón de la Argentina en una situación mundial muy difícil para los países dependientes.
Varias cosas están en juego: primero, si la oposición conservadora y su línea liberal consigue unirse lo suficiente como para derrotar al kirchnerismo, que mantiene una expectativa de voto oscilante en 33-34 por ciento; segundo, si éste, en la interna del Frente para la Victoria (nombre electoral del Partido Justicialista y sus aliados menores), vence al peronismo más conservador, que está mucho más cerca de los liberales que de los que, con su política distribucionista y asistencialista dicen aplicar una línea nacional y popular.
Las dos primeras elecciones provinciales hasta ahora realizadas –en Salta y en Mendoza- mostraron, en el primer caso, un triunfo kirchnerista aplastante a nivel provincial y, en el segundo, un éxito rotundo de la Unión Civica Radical, liberal de derecha unida al ultraconservador Mauricio Macri, y, en el campo oficialista, una derrota del kirchnerismo frente a los peronistas conservadores. En la provincia de Santa Fe, gobernada por un partido que no se sabe por qué se llama socialista, también se votó pero no ha terminado el escrutinio y las cifras de que se dispone dan una ligera ventaja al candidato de Macri (un payaso televisivo misógino, xenófobo y racista) sobre el candidato socialista-radical (porque los radicales, para obtener más puestos, han abandonado su identidad y se alían tanto con el centro derecha socialista como con la extrema derecha macrista).
Ante el agravamiento de la situación económica mundial y regional –la crisis en Brasil influye mucho en las exportaciones argentinas, al igual que el enfriamiento de la economía china- en el electorado del Frente para la Victoria se observa un reflejo conservador, un temor a dejar lo malo conocido por un cambio para peor y esa tendencia favorece electoralmente a dicho Frente kirchnerista ya que muchos trabajadores descontentos, que en condiciones normales habrían podido dar un voto de castigo apoyando a la izquierda, votan “tapándose la nariz”.
En Salta, por ejemplo, el Frente de Izquierda y de los Trabajadores tuvo una excelente elección (con un promedio de 7 por ciento a nivel de toda la provincia y de 10 por ciento en la capital) pero logró menos votos que en las elecciones anteriores y lo mismo le sucedió en Mendoza. La polarización entre los dos grandes bloques capitalistas –el del gobierno y el de la oposición, cada vez más unida a pesar de sus diferencias internas- no sólo afecta a la izquierda independiente. También provoca indecisión en el aparato del FpV ya que muchos dirigentes locales todavía no han decidido por cuál coalición optar para mantener sus puestos y vacilan entre la derecha conservadora del peronismo, que es una puerta hacia la oposición revanchista, y una fidelidad al kirchnerismo cada vez menos atrayente.
La que desgraciadamente hay que destacar es que en Argentina asistimos a una disputa entre dos sectores capitalistas, uno más conservador y reaccionario que el otro (por ejemplo, el “progresista” gobernador de Salta, Urtubey, como otros de sus colegas en otras gobernaciones, es un hombre del Opus Dei, antiabortista y mantiene la enseñanza religiosa en su provincia a pesar de que el Estado argentino es laico, al igual que la enseñanza).Peor aún, el candidato con más posibilidades en la oposición antikirchnerista es un empresario proimperialista y semifascista y cuenta con el voto mayoritario de la clase media de la ciudad de Buenos Aires.
Esa disputa intercapitalista y el conservadurismo clásico del electorado argentino acentúa una derrota política de los trabajadores a los cuales el peronismo de Juan Domingo Perón y el liberalismo peronista de Carlos Menem, así como las burocracias sindicales procapitalistas, infectaron con la ideología de las clases dominantes sin que el kirchnerismo trajese en este campo alguna diferencia.
Por eso tienen tanta importancia el 10 por ciento en Salta o en Mendoza y los apoyos obreros locales fuertes en Neuquén a candidaturas, como las del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que unen la juventud obrera combativa y clasista y sectores combativos del estudiantado y de las clases medias. Ese voto, en efecto, expresa la necesidad y a la vez la posibilidad de una política independiente y de clase de los trabajadores de todo tipo.
El FIT aún mantiene una batalla electoral que no tiene muchos lazos con la necesaria educación y la propaganda anticapitalista y socialista y, además, en algunos sectores, mantiene un sectarismo elitista que le aleja los votos de sectores obreros peronistas en crisis con el kirchnerismo al que da por muerto cuando aún no lo está. Pero otros sectores del FIT están realizando progresos ante la necesidad de sumar aliados.
En la Capital Federal, por ejemplo, el FIT aceptó en sus listas militantes de Pueblo en Marcha y de otras organizaciones políticas y sociales anticapitalistas independientes y hace con ellas una campaña electoral común. Si este domingo el FIT supera los límites impuestos para las PASO, la desaparición de muchas de las otras listas de izquierda en la Capital que no los pasasen podría dejarlo como único polo alternativo en las elecciones generales.
Personalmente, junto a otros compañeros y compañeras sociólogos, economistas, historiadores y militantes del sindicalismo universitario, pese a nuestras críticas al FIT, llamamos a votar sus listas para afirmar la independencia política de los trabajadores, unir en un solo frente a todos los anticapitalistas, afianzar las posiciones para las próximas luchas, que no serán sólo ni principalmente electorales.
Guillermo Almeyra
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