Los críticos culturales tenemos una responsabilidad directa en cuanto al peligro que hoy se cierne sobre la provincia de Santa Fe: el peligro de que Miguel Del Sel la gobierne. A menos que se suscriba el criterio de que algo pueda ser culturalmente inocuo, anecdótico (o hasta divertido) en el rubro inofensivo de los meros entretenimientos, y cobre el tenor de lo preocupante tan sólo cuando asume un carácter manifiestamente político. Pero en el caso de Miguel Del Sel, la conexión entre lo cultural y lo político es ya bastante directa de por sí. No es como la candidatura de Martha Mercader, por ejemplo, que en su momento propuso el radicalismo sin la premisa de que sus eventuales sufragantes hubieran leído sus novelas y fueran a tomarlas como referencia en su criterio de voto. Se parece más, en todo caso, a la candidatura de Palito Ortega, que en 1991 lo llevó por cierto a la gobernación de la provincia de Tucumán, y que contaba con el conocimiento por parte de la ciudadanía de sus canciones y de sus películas: su apuesta por la alegría a cualquier precio, su gusto por el patrioterismo de tinte castrense.
No se trata del mero aprovechamiento político de una notoriedad adquirida en otro rubro: Del Sel expresa ahora, en la política, lo mismo que expresó por años en Midachi o en Rompeportones. La adhesión que hoy obtiene en las urnas encuentra su correspondencia con la que obtuvo en la televisión y en el teatro. No se trata de una transferencia efectuada de una órbita a otra, como en el caso de Scioli, que cosechó en la política una fama obtenida en la motonáutica, sin que nadie (o casi nadie) supiera nada de motonáutica ni lo hubiera visto correr. En Del Sel no hay traspaso, sino continuidad: las cualidades que lo erigen como candidato son las mismas que expuso en sus labores de cómico salvaje, y que sí son de público conocimiento.
No haber desactivado a tiempo el rudimentarismo artístico y el enchastre ideológico del humor de Miguel Del Sel es una deuda de una crítica cultural que quiera poner en discusión qué es lo que se entiende por popular. Me temo, sin embargo, que tirando del hilo Del Sel se habría llegado a la larga al ovillo Alberto Olmedo, y Olmedo llegó a ser esa clase de ídolos ya admitidos en el panteón de los absolutamente intocables. Porque no solamente en torno de las minorías se tejen las tramas de lo políticamente correcto; a veces son un impedimento en asuntos de las mayorías también. Bajo el acecho del fantasma del elitismo, bajo la inquietud por el desencuentro con los gustos populares, hay desacuerdos o rechazos, disidencias o impugnaciones, no tan fáciles de enunciar.
Por supuesto que las consecuencias políticas de esos hechos culturales existen siempre. Pero en general tienden a ser diferidas, mediatizadas, a distancia; si un interés tiene el caso de Miguel Del Sel es el grado máximo de inmediatez que exhibe.
Martín Kohan
Escritor argentino
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