domingo, 5 de abril de 2015
El 31M y la (des)polarización
Del momento macrista y la hora republicana al 31M y el cambio de agenda. La polarización puesta en cuestión con la emergencia de la agenda obrera. El frepasismo rabioso y el régimen del partidos
Argentina, rápida y furiosa. El cambio vertiginoso de las coyunturas del país “mais” contencioso del mundo desorienta a más de uno.
Hasta ayer nomás, el huracán macrista parecía teñir el escenario entero de un amarillo intenso e imparable. La decisión radical de Gualeguaychú había certificado la inevitable polarización. Nisman se convirtió en la muerte “necesaria” para la revitalización de la república perdida.
La conmoción de finales de enero, la irrupción de las inmundicias de la democracia y del Estado, las clases medias de derecha y su cortejo sacrificial bajo los paraguas el 18F, sentenciaban que había llegado la hora republicana.
Desde la tribuna de enfrente -luego de la desorientación inicial-, alentaron la “polarización a medida”, enalteciendo al adversario ideal que permitía, no ya pedir sino exigir a propios y extraños el alineamiento incondicional contra el “enemigo común”. Ya teníamos la contradicción principal a la que debían subordinarse sin chistar todas las contradicciones secundarias. Maoísmo sui generis, en la versión Zannini.
El 1M respondió con todo lo que pudo (y no pudo tanto pese a ser Estado) al 18F, y los talibanes del cristinismo comenzaron nuevamente a levantar la voz exigiendo un candidato directamente proporcional a la polarización.
Se reducían los márgenes de los candidatos del “centro”, Scioli sobrevivía a condición de kirchnerizarse o muerte y Massa directamente desaparecía de la escena. La famosa “ancha avenida” del medio aparentaba transformarse en una oscura callecita sin luz al final del camino.
Todo el mundo se preparaba para el nuevo enfrentamiento, ya teníamos batalla cultural versión 2015. Vermouth, papas fritas, good show y 678 eterno.
Las elites de la academia (“el opio de los pueblos ilustrados”) anunciaban la llegada tan esperada de un régimen político de verdad, con sus correspondientes centroderecha y centroizquierda, como debe ser o como dijo el profesor que debe ser en todo país normal.
Pero resultó que el “memorándum de entendimiento” de Gualeguaychú comenzó a recibir tantos cuestionamientos como el firmado con Irán. Al otro día ya se discutía si el punto cinco imponía las “alertas rojas” contra todos aquellos que lleven a otros candidatos presidenciales en sus boletas. O en realidad, dejaba los acuerdos tal cual estaban antes de la excepcional noche de gala que tuvieron en Entre Ríos y en la que lograron concentrar la atención del país politizado.
Algunos radicales creyeron que iban a la vanguardia de sus votos, cuando fue exactamente al revés, hicieron de derecho lo que la realidad había impuesto de hecho.
Pasada la resaca de la fiesta, cada uno volvió a sus pagos y siguió diciendo o exigiendo lo mismo que antes: colgarse de cualquiera, básicamente, como lo sintetizó el jujeño Morales.
Para colmo, el fantasma de la Alianza obligó a Macri a advertir tempranamente a sus flamantes y sacrificados aliados triunfantes en la Convención, que el que gana conduce y el que pierde… sugiere. Mezquino el neorepublicanismo, hasta con las coaliciones nonatas. Después algunos dudan del ADN bonapartista de la democracia argentina.
Y como si fuera poco, en eso llegó la clase obrera y se acabó la diversión, llegó 31 y mandó a parar. Y el país entero, efectivamente paró.
Otra vez, el hecho maldito del país burgués recordando su tragedia: sobran sindicatos y falta burguesía nacional.
Un paro que iba a ser del transporte, convertido en una huelga nacional a la ligera y con escasa preparación. Y sin embargo, fue igual o más contundente que los tres anteriores producidos bajo el kirchnerismo, concentrados en los años de su etapa superior.
Entonces retornó la desorientación, desde el centro mismo de La Matanza, el frepasismo epidérmico les gritó “oligarcas!” a los trabajadores que tienen la imprudencia de ganar lo mismo o un poquito más que la canasta familiar. Desde cuándo, si hay tantos pobres entre ustedes y no les da vergüenza. Y se compara (“aunque –dice- no es para hacer comparaciones”), pero igual se compara con Evita, exactamente en el mismo momento en que está más cerca de Fernández Meijide.
¿Cómo puede ser que no se den cuenta de que estamos polarizados y hay que ubicarse del lado correcto? Encima de angurrientos, desorientados. Esto así no va, carajo, mierda!
Y no se percata de que en un país como la Argentina reñirse con la clase obrera, expresada distorsionadamente en la ruptura con la burocracia sindical, es como pelearse con la historia. Se puede gobernar con la clase obrera, incluso en determinadas condiciones sin la clase obrera, pero no contra la clase obrera.
Cuánto más se ventilaron a los cuatro vientos los verdaderos prontuarios de los dirigentes que convocaron a la huelga, más se enalteció el éxito de la medida. Se paró pese a la condición de esos dirigentes que no son lo que se dice… “hegemónicos”. Si mantienen el control es -en gran parte-, por el totalitarismo que reina en el sistema sindical argentino. En ese terreno sí que hubo continuidad sin cambios.
Como era de esperarse, el 31M como acontecimiento se reflejó en la agenda política. Retorna la definición periodística del “cambio con continuidad” (o viceversa) y los candidatos que creen expresarla fielmente (Massa y Scioli) toman impulso y aseguran estar en carrera.
El paro general vino a recordarles a todos y a todas que más allá de la guerra de los relatos existe en la estructura determinante de la época algo que se llama relación de fuerzas. Coyuntura y estructura coincidieron en el día en que los trabajadores le hicieron el vacío al resto del mundo.
Cómo ya se dijo infinidad de veces, el kirchnerismo es mucho más el producto de esa relación de fuerzas que de su propia voluntad política.
Una tarea estratégica que vienen planificando los que dominan en el país desde el agotamiento del “modelo”, es cómo cambiar esa relación de fuerzas. Si mediante la gradualidad del cambio con continuidad (o viceversa), un camino en el que ya intentó avanzar el kirchnerismo tardío (devaluación, “sintonía fina”, nuevo endeudamiento, enfriamiento y recesión) y que expresan con matices Scioli o Massa; o la “solución final” que trae impresa en la frente Macri, más allá de lo que haga o de lo que diga.
Paréntesis de color (amarillo): es tan determinante la relación de fuerzas epocal que hasta irrumpe en la interna del PRO. Mientras el “macrismo puro” apuesta en la CABA a Rodríguez Larreta, la realidad le impone un cabeza a cabeza con el “menchevismo socialdemócrata” de Gabriela Michetti.
Completando el panorama, el plus relativamente inédito que trae consigo el fin de ciclo es una “izquierda real” con una consolidada presencia electoral y posiciones intensas entre los protagonistas del 31M, que se hizo visible en los piquetes y ya es una parte indiscutible del mapa político de la Argentina.
El cuarto paro general que sufrió la administración kirchnerista vino a arruinar la fiesta de la polarización y a confirmar que el verdugo sigue en el umbral, incluso con nuevas ideas y nuevas fuerzas.
Fernando Rosso
@RossoFer
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