domingo, 26 de abril de 2015
A 33 años de la guerra de Las Malvinas o cuando la dictadura se suicidó
El presente texto es una reelaboración y actualización de uno que escribiéramos para el vigésimo aniversario del comienzo del conflicto en el Atlántico Sur.
El 2 de abril de 1982, los sufridos habitantes de nuestro país nos desayunamos con una noticia sorprendente: la dictadura militar- un gobierno entreguista como pocos- había recuperado las islas Malvinas, territorio argentino usurpado por los ingleses desde 1833.
La noticia- que provocó alegría y desconfianza por partes iguales- soslayó y sirvió para silenciar muchas cuestiones decisivas: una de ellas fue la feroz represión descargada sobre la marcha que- contra el modelo económico neoliberal, causante de la mayor parte de los sufrimientos sufridos por los sectores subalternos- la C.G.T. había realizado dos días antes. Otra, el deterioro de las condiciones de vida del pueblo, enorme por aquellos días.
Para poder comprender adecuadamente lo que ocurría en 1982, es necesario reflexionar sobre las causas de la aventura militar, aventura que costaría gran cantidad de vidas y el abandono de los militares del poder como respuesta a la derrota humillante.
En clases y conferencias, interpelados los auditorios con la pregunta de quien comprende mejor la guerra, si un filósofo o un guerrero, las respuestas se dividen entre la primera o la segunda de las opciones. En realidad, la mayor claridad la aportó el alemán Carl von Clausewitz (1780-1831), quien fue militar y también filósofo. En su célebre tratado De la guerra afirma que…
“La guerra no es otra cosa que una prolongación de la política”. Para decirlo con otras palabras, es la continuación de la política por otros medios. Por ello, comprender la guerra de las Malvinas es captar que direccionalidades políticas se continuaron por medio de las armas, en la guerra iniciada en el Atlántico Sur.
La dictadura argentina había asumido el poder en 1976, favorecida por la situación de crisis absoluta en el país, que le dio el consenso necesario para legitimarse. Nunca está de más sostener que ningún gobierno puede sustentarse sin contar con la aceptación- activa o pasiva- de una franja sustancial de la sociedad. Estos sectores- que prestaron su apoyo a los genocidas- no fueron toda la sociedad, ya que alcanzó con silenciar y aterrorizar a los más férreamente opositores.
Entre quienes alentaron el golpe se destacaban sus principales beneficiarios: los grandes empresarios y sus grandes massmedia, el poder económico, pero también sectores medios y populares paralizados por la inflación imperante en la época, por la crisis política-institucional y por la violencia irracional de las organizaciones guerrilleras. El imperativo de orden que los militares encarnaban fue lo que les dio la legitimidad, a despecho que tal orden era conquistado por medio de terribles violaciones a los derechos humanos.
Debido a la continua aplicación de una política económica que empobrecía a gran parte del pueblo, el primitivo apoyo con que contaban los militares se había desgastado a lo largo de los ya seis años transcurridos desde el 24 de marzo de 1976. La deuda externa y la desindustrialización habían descapitalizado al país; con lógicas consecuencias como el desempleo y la pobreza que iban en constante aumento y su secuela de marginalidad y achicamiento del mercado interno: La especulación financiera (popularmente llamada la plata dulce) era una práctica constante que socavaba las reservas morales- además de las económicas- de la nación, por citar sólo algunas circunstancias que avalan lo que afirmamos.
Por lo tanto, los militares- debilitados también ellos por las diversas crisis que desgarraban a la sociedad- deseaban relegitimarse. Para esto inventan la ridícula aventura de Malvinas, una extraña idea que parecía más adecuada para la imaginación afiebrada de algún novelista. Es así que una exótica nación sudamericana- dirigida además por un general borracho, el inefable Leopoldo F. Galtieri que había reemplazado a su colega Viola a fines de 1981- pretendía desafiar al complejo militar más letal y sofisticado del orbe, la O.T.A.N., preparado para lidiar con la otra superpotencia, la Unión Soviética. La inevitable derrota significó el fin de la dictadura, en una escena que parece calcada de cuando un boxeador estúpido se noquea a si mismo haciendo sombra en el gimnasio.
Sintetizando, la política que lleva a la guerra de las Malvinas- desde el bando militar argentino- es la necesidad de relegitimar a un régimen criminal y desgastado por la continua aplicación de un modelo de exclusión en lo político, lo económico y lo social.
Por el lado británico, la situación no era muy distinta. Gobernaba la primer ministro conservadora Margaret Thatcher, la dama de hierro, quien no pasaba su mejor momento debido a la resistencia de los sindicatos de trabajadores a su política económica neoliberal.
Para Thatcher, la ocasión de “liberar” territorio “británico” caído en poder de la junta militar argentina- que ella a partir de la invasión denominaba fascista- resultaba fundamental para fortalecer su cuestionada acción de gobierno, exaltando el sentimiento nacionalista de su pueblo, nostálgico de la época de apogeo del imperio. En síntesis, se trataba de relegitimar también a un gobierno débil y desgastado en este caso por la oposición social.
Los observadores de ambos lados- a partir del desencadenamiento del conflicto- pudieron observar tan curiosas como extrañas mutaciones. El gobierno militar argentino, en especial Galtieri- que desde fines de 1981 había asumido con el explícito deseo de que la Argentina volviera al mundo occidental- debió arrojarse en brazos de una rara alianza con el movimiento de países del tercer mundo. En una recordada conferencia de países tercermundistas celebrada en La Habana, el ya fallecido canciller de dos dictaduras, Nicanor Costa Méndez, se abrazaba azorado con el mismísimo Fidel Castro, en una extraña parábola de la alineación occidental.
En Inglaterra, las cosas no eran muy distintas. Margaret Thatcher denunciaba a la “sangrienta dictadura” que ella misma había elogiado y avalado poco antes.
Mientras tanto, la prensa lamebotas del proceso la presentaba como un enemigo de la nacionalidad; cuando en ocasión de su triunfo electoral, en 1979, se había deslumbrado con “la simpatía y el coraje” de la “Dama de hierro”. La televisión argentina- absolutamente controlada por el estado genocida- había transmitido (en vivo y en directo y con tono de boberías típicos de programas de chimentos) el casamiento del príncipe Carlos y Lady Di un año antes; pero en ocasión del conflicto se comenzaba a descubrir tardíamente la cultura nacional, silenciada hasta entonces por los medios dirigidos por la dictadura.
Por otra parte, muchos creadores debían vivir en el exilio. Relatar la derrota argentina resulta redundante, porqué otro no podía ser el resultado. El ejército argentino era una fuerza preparada para la represión interna y no para la guerra exterior. Además, los militares vieron uno a uno como fracasaban todos sus cálculos políticos. Haremos un somero listado de ellos:
1)“No van a venir”, afirmaba un ridículo comodoro de la fuerza aérea por televisión. “Les queda muy lejos”. Mientras tanto, el gobierno de Margaret Thatcher preparaba una impresionante flota.
2)La conducción militar argentina pensaba que E.E.U.U. iba a ser neutral durante el conflicto, en reconocimiento del “trabajo sucio” realizado por comandos argentinos en Centro América y de otras tareas como las que la dictadura realizó durante el golpe de estado dado en Bolivia, por el general García Meza en 1980, por ejemplo. En cambio, el gobierno de Reagan privilegió la alianza estratégica con Gran Bretaña y no le concedió absolutamente nada a los militares, que ya resultaban a sus ojos un puñado de coloridos pero trágicos aventureros.
3)Cuando ya estaba la flota en las cercanías de las islas, el gobierno argentino quiso negociar, pero se encontraron con que la primer ministro británica torpedeó la posibilidad de evitar la guerra con el hundimiento del crucero General Belgrano.
La desigual batalla es por demás conocida. Poco pudieron hacer los esforzados conscriptos frente a un ejército profesional, altamente entrenado y equipado con la más moderna tecnología bélica. En realidad, además de las fuerzas británicas, los soldados argentinos debieron enfrentarse con el hambre, el frío y la brutalidad de una oficialidad cruel e insensible como sus enemigos crueles y permanentes. Es sabido que varios soldados fueron estaqueados por la noche, por protestar a causa de la deficiente alimentación.
Para peor, oficiales argentinos- como el Coronel Mohamed Alí Seineldin- responsable entre otras tropelías de .los abusos mencionados fueron presentados años después como “patriotas” por parte inclusive de compañeros del campo popular. Su máximo “patriotismo” consistía en devotos rezos a la virgen María para que el altísimo ilumine al general-presidente a fin de barrer a la conducción económica antinacional y antipopular propia del neoliberalismo. Los patriotas de palabra y represores de hecho- sin dudas- deben ser un límite infranqueable para nuestras construcciones presentes y futuras.
Mientras tanto y durante los días pre-bélicos y cuando las armas hablaron, la población ingenua donaba dinero, joyas, vestidos y comida para las tropas. Sin embargo, varios de estos artículos fueron comercializados en distintos negocios. La guerra no se pudo ganar, pero sirvió para que algunos oficiales lucraran con la solidaridad popular. También existió un Fondo Patriótico Malvinas, cuyo rendimiento nunca se realizó públicamente. La causa por este desfalco quedó perdida en algún rincón del Palacio de Tribunales. Una confirmación más- tal vez algo remota- de la existencia muy operante de un partido judicial, siempre muy remiso en castigar a los explotadores, asesinos, torturadores y vaciadores del país.
Finalizado el conflicto, el informe Rattenbach- una investigación jurídica realizada dentro de los propios sectores militares- dictaminó acerca de las gruesas fallas de conducción que pudieron observarse en las fuerzas armadas argentinas. El informe fue lapidario y recomendó severísmas penas que fueron dictadas por tribunales civiles, cuando ya en democracia, los culpables del desastre fueron juzgados. Posteriormente, el indulto dictado por Menem consagró la impunidad.
Pero ya nada podía devolver la vida a los conscriptos- en su mayoría provenientes de las franjas más bajas de la población- que murieron en la absurda contienda. Como en E.E.U.U. durante la guerra de Vietnam, sólo los pobres dieron sus hijos al ejército. Los sectores acomodados pagaban para que sus vástagos zafasen de la peligrosa conscripción, ya devenida trampa mortal.
La guerra sirvió también para mensurar la miseria ética e intelectual de la dirigencia política argentina. La inmensa mayoría de los políticos se alineó en la aventura militar, concurriendo a izar banderas junto al ejército y avalando prácticamente todo lo actuado por la Junta Militar con relación al conflicto.
También los partidos de izquierda quedaron pegados en la “defensa de la patria”, equívoco nombre que recibía la defensa de la dictadura, independientemente de la voluntad de quienes adherían a estos discursos. Estos partidos no habían digerido adecuadamente un planteo que antes del conflicto ellos mismos decían: “Un territorio no vale más la vida de las personas que lo habitan”.
El colmo del ridículo lo protagonizó el Partido Obrero, que desde su periódico llamaba a los trabajadores a dirigirse a los cuarteles y pedirles armas a las fuerzas armadas para enfrentar a los ingleses. Afortunadamente, los obreros ni leían estas imbecilidades, y si las leían, les hacían caso omiso. De haber puesto en prácticas estas sugerencias, hubieran comprobado hacia que lado apuntaban los fusiles del ejército. Como puede verse, la “extraña” alianza trosko-neoliberal cuenta con antecedentes bastante remotos.
Las posiciones pacifistas sólo fueron defendidas por un puñado de integrantes de diversos organismos defensores de los derechos humanos y por individualidades que poco podían decir, en el marco de la feroz censura consustancial a la dictadura y el más que ruidoso coro de defensores de la absurda aventura.
Para terminar, un párrafo acerca del tratamiento recibido por los combatientes luego de la guerra. Los soldados fueron despedidos hacia las batallas en medio de una sonora parafernalia triunfalista. Producida la derrota, fueron recibidos en silencio, casi con vergüenza. Desde entonces, la sociedad y los sucesivos gobiernos se hacen los tontos frente al problema del reconocimiento y la reinserción de los soldados ex-combatientes en Malvinas. Recibieron palabras, halagos y promesas, pero en efectivo, sólo silencio, abandono, soledad y dolor para mitigar tanto sufrimiento pasado y presente. Sólo el presidente Néstor Carlos Kirchner mitigó mínimamente la deuda de nuestra sociedad con quienes fueron arrojados a una batalla cruel y desigual.
Lo único positivo que arrojó el conflicto es que la dictadura criminal debió irse, abriendo paso a la democracia- independientemente de la valoración que hagamos de ella- que hoy goza el pueblo argentino.
La guerra de Malvinas fue una radiografía de la sociedad argentina, de sus miedos, sus inconsecuencias, sus límites, sus terrores y de las dificultades para que el pueblo argentino decida su destino, pueda gozar de la paz, el bienestar y la prosperidad que desea. Hoy los imperios no necesariamente echan mano de sus ejércitos, si no que más bien actúan desde los aparatos financieros, mediáticos, políticos, judiciales y académicos. Y el gobierno nacional y popular presidido por Cristina Fernández de Kirchner sigue sosteniendo la redención de Las Malvinas por medios pacíficosy y diplomáticos.
Raúl Isman
Docente. Escritor.
Columnista del del programa radial Periodismo Con-sentido.
Colaborador habitual del periódico Socialista “el Ideal”
Director de la revista Electrónica Redacción popular.
http://mariategui.info/
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