jueves, 1 de septiembre de 2016
Brasil: final anunciado
Los desafíos de la izquierda en la nueva etapa.
Como era previsible, el Senado brasileño votó la destitución de Dilma Rousseff. Su mandato será completado por Michel Temer, hasta ahora vice.
El martes, apenas un centenar de manifestantes se congregaron en Brasilia y otras 1500 personas se reunieron en San Pablo para apoyar a Dilma cuando compareció ante el Senado brasileño.
Esta raquítica presencia preanunciaba el capítulo final de la bancarrota del PT. La burguesía brasileña, largamente beneficiada durante más de una década de cogobierno del PT-PMDB, abandonó a Dilma Rousseff cuando se convenció de que ésta ya no tenía capacidad para pilotear el ajuste contra las masas que exige la crisis. Asistimos a un cambio de frente de la clase capitalista. El PT en el gobierno hasta último momento pretendió sobrevivir intentando llevar adelante la agenda que reclama la burguesía.
Desde un comienzo, Rousseff se adaptó mansamente a un proceso completamente viciado, habiendo podido desconocer el voto del Congreso y plantear un conflicto de poderes. Esto se funda, en buena medida, en el temor a abrir una brecha para una intervención de las masas que escapara de su control. Esto revela los límites insalvables de la experiencia petista, cuya función política más relevante ha sido la contención del gigantesco proletariado brasileño en una década de rebeliones populares en el subcontinente latinoamericano.
Pese a las exhortaciones a la resistencia, Rousseff circunscribe su accionar antigolpista al planteo de nuevas elecciones –que debería votar el mismo Congreso que la destituye– y a una apelación ante la Corte Suprema –y, llegado el caso, ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como señaló en una entrevista su defensor, el ex ministro José Cardoso (La Nación, 29/8).
Un verdadero monumento a la impotencia, pues no pasa de una resistencia simbólica. La capitulación del PT estaba cantada cuando parte de su bloque de legisladores apoyó la designación de Rodrigo Maia, un hombre aliado a Temer, como nuevo presidente de la cámara de Diputados, que votó a favor del juicio político contra Dilma. Con todas las fichas echadas, Rousseff intentó persuadir en su alocución a los senadores “indecisos”, los mismos que dieron curso al proceso de impeachment por amplia mayoría y, finalmente, votaron su destitución. Ha sido fiel hasta el final a las instituciones políticas podridas del país.
Giro político
Este desenlace está en sintonía con el viraje que reclama la burguesía. El golpe se inscribe en la tentativa de armar una nueva coalición de gobierno que apunte a modificar las relaciones entre las clases. Pasar de un gobierno de contención a un de ataque frontal contra las masas. Bajo esta perspectiva, la clase capitalista brasilera ha cerrado filas y colocado sus fichas detrás de Temer para encarar esta transición. El apuntalamiento del gobierno Temer ha sido acompañado con un acorralamiento mayor contra Lula, sobre el cual se viene cerrando un cerrojo judicial que puede terminar confinando entre rejas al líder del PT.
No se puede dejar escapar que las bases sobre la cuales se asienta el vicepresidente ahora en ejercicio de la presidencia son extremadamente frágiles: su popularidad está por el suelo y está salpicado por las denuncias de corrupción, al igual que la mayoría de los miembros del Congreso que destituyeron a Dilma. Temer no estuvo en condiciones de asistir –menos de hablar– al cierre de los Juegos Olímpicos, aleccionado por la silbatina que recibió durante la ceremonia inaugural. Al sancionar el alejamiento definitivo de Dilma, el establishment confía que este hecho ayudará a despejar la incertidumbre política reinante, darle oxigeno el gobierno interino y permitirle comenzar a encarar la vasta agenda de medidas que ha anticipado. El cerebro y el garante de esta agenda y figura clave del gabinete es Henrique Mereilles, ex presidente del Banco Central durante el gobierno Lula y hombre de confianza en los círculos financieros internacionales.
Lo que se viene
Consumado el desenlace del juicio político, uno de los primeros proyectos en la agenda del nuevo gobierno es el cambio del régimen de explotación de los yacimientos petrolíferos del pre sal, permitiendo que las petroleras puedan ser titulares del 100% de la misma sin necesidad de compartir su explotación –como ocurre hasta ahora– con Petrobras. Por otra parte, se eliminaría el obligación actual de contratar proveedores de origen local para el equipamiento y realización de las obras. En forma coincidente con las deliberaciones del Congreso por el juicio político, tuvo lugar la visita a Brasil de las máximas autoridades de Shell, a quienes Temer brindó precisiones sobre los planes del gobierno en la materia. El golpe forma parte de un plan ambicioso de desembarco y colonización imperialista, que se extiende al conjunto de América Latina. También es la señal de largada para poner en marcha los recortes que ya han sido aprobados en el Congreso y que afectan a sectores claves como la salud y educación (la inversión en Universidades bajará un 45 % en 2017). También está en la gatera una reforma laboral, que apunta a acentuar la precarización en las condiciones de trabajo, y una reforma jubilatoria que, entre otras cosas, contempla subir la edad jubilatoria, que ahora fluctúa entre los 55 y 60 años.
Este ataque de enormes proporciones pone a la orden del día la necesidad de una respuesta colectiva de los trabajadores. La izquierda clasista tiene una oportunidad de presentar un programa de conjunto frente a la crisis y de plantear una alternativa política de clase. Sin embargo, tiende a limitar sus perspectivas a las elecciones municipales de octubre.
Ingresamos en una nueva etapa política de carácter convulsivo. El nuevo gobierno deberá probar si es capaz de pilotear la crisis y doblegar a los trabajadores. Hay que abrir un debate para desarrollar la consigna “Fuera Temer” y la huelga general, en función de una crisis de poder con una posible irrupción de masas.
Pablo Heller
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