domingo, 25 de septiembre de 2016
El asesinato de Rucci
El 25 se septiembre de 1973 cayó bajo las balas de un supuesto comando montonero José Ignacio Rucci, líder de la CGT y hombre de confianza de Perón dentro del sindicalismo *.
Ese día Rucci se retiraba de uno de sus domicilios en Avellaneda 2953. El operativo que terminó con su vida fue conocido bajo el nombre de Operación Traviata. Así relataba entonces la publicación Descamisados los pormenores del atentado: “Cuando se dirigía en un Torino patente provisoria E 75885, que habitualmente lo trasladaba. (…) el operativo que eliminó a Rucci comenzó aparentemente cuando, desde la vereda de enfrente, le fueron arrojadas varias granadas, de las cuales una, al menos, no habría explotado. Tras las granadas, Rucci y Ramón Rocha –un guardaespaldas que llegó con él desde San Nicolás– se parapetaron detrás de la puerta abierta del automóvil. Entre tanto, desde la casa en venta de Avellaneda 2951, a través de un agujero efectuado al cartel del primer piso, se le efectuaban los disparos que le ocasionarían la muerte. En el Torino se encontraron 12 impactos de bala. Los demás acompañantes de Rucci, algunos todavía en la vivienda y otros sobre los otros dos automóviles que acompañaban al Torino, se quedaron paralizados por el terror. El líder de la CGT quedaba acribillado en el piso; Rocha, herido también durante el tiroteo, pedía a gritos ayuda a sus compañeros y Tito Muñoz, el chofer, con varios balazos en el cuerpo, aparecía como muerto. Luego se informaría que Muñoz estaba con vida, y, al igual que Rocha, sería trasladado a una clínica privada donde se le efectuaría una intervención quirúrgica de urgencia”.
La muerte de Rucci impactó fuertemente en el escenario político. En su velatorio Perón se lamentó: "Me mataron a un hijo” y ante el periodismo dijo que "estos balazos fueron para mí; me cortaron las patas”. No era para menos. Con Rucci se iba el dirigente que le había permitido a Perón recobrar su control sobre la CGT luego del asesinato del "Lobo" Augusto Timoteo Vandor. Este último había intentado disputarle al viejo caudillo la dirección del peronismo. Rucci era un soldado de Perón que se puso al hombro la tarea de salvar al régimen burgués controlando al movimiento obrero insurgente que había parido el Cordobazo en mayo de 1969.
Rucci fue uno de los firmantes del Pacto Social que desde 1973 congelaba precios y salarios y beneficiaba abiertamente a las patronales. Al firmar dicho acuerdo el líder cegetista declaró premonitoriamente “yo sé que con esto estoy firmando mi sentencia de muerte, pero, como la Patria está por encima de los intereses personales, lo firmo igual”. Lo cierto es que el interés de la “patria” para Rucci pasaba por liquidar a la vanguardia militante que disputaba las fábricas a la burocracia y amenazaba la dirección del peronismo oficial. Rucci fue uno de los jefes indiscutidos de la derecha peronista y como tal responsable de los crímenes de las bandas fascistas paraestatales, principalmente de la Masacre de Ezeiza contra la Juventud Peronista el 20 de junio de 1973. Por todo ello se ganó merecidamente el mote de traidor por parte de los luchadores obreros.
Los Montoneros coreaban en sus movilizaciones la consigna “Rucci, traidor, saludos a Vandor” autoadjudicándose el hecho. Una muestra trágica de la concepción de la izquierda peronista que buscaban disputar con la burocracia sindical mediante el método del atentado guerrillero y la negociación in extremis con Perón y no con la organización de la lucha de clases contra el Pacto Social y la independencia política de los trabajadores.
Después de la muerte de Rucci la burocracia sindical, como parte de las Tres A y con el respaldo de Perón, recrudeció su accionar contra los luchadores sindicales y los militantes de izquierda.
Facundo Aguirre
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