jueves, 16 de julio de 2015

Scioli y el signo de los tiempos



La operación político-ideológica para convertir al candidato del Frente para la Victoria en un supuesto peligro para las clases dominantes. Scioli encarna sin principios ni programas el signo de los tiempos marcados por el ajuste y el agotamiento económico.

En el libro “Scioli secreto” (Sudamericana, 2015) Pablo Ibañez y Walter Smith cuentan que se acercaba el año 1999 y Carlos “el Lole” Reutemann apagó los insistentes pedidos para ser candidato a presidente con una sentencia tajante: “Muchachos, en la Argentina vienen quince años de centroizquierda. Yo no soy un presidente para la centroizquierda”.
Hay que reconocer que en este caso, el eterno segundo santafecino tuvo una percepción premonitoria. Captó el agotamiento del ciclo “neoliberal” -que tuvo una sobrevida en el bienio aliancista y estalló en el 2001-, y alertó sobre el necesario cambio de signo político que debían aceptar y adoptar los dueños del país si pretendían evitar poner demasiados intereses en riesgo.
El gobierno de Fernando de la Rúa postuló un relato centroizquierdista (con la ayuda de los progresistas, sospechosos de siempre), pero dejó el piloto automático del esquema económico que terminó explotando desde su propio núcleo.
Seguramente, esta radicalización de las luchas sociales de la Argentina de principios de siglo provocada por el quiebre de su estructura económica, convenció aún más al “Lole” de que el signo de los tiempos estaba en las antípodas de su propia naturaleza. Por eso, fue uno de los tantos que se negó a postularse como el candidato del peronismo para suceder a Eduardo Duhalde, responsabilidad que terminó por default en las manos de Néstor Kirchner.
El santacruceño inauguró una experiencia de un peronismo de centroizquierda en el discurso que escondía tras su manto de neblinas de setentismos y derechos humanos, al pejotismo que había sido la columna vertebral de los años neoliberales.
Sin solución de continuidad, también lo fue de los años kirchneristas, tras bambalinas al principio y ocupando el centro del escenario en el último período.
Hubo un hombre que atravesó las dos épocas, incluidos sus momentos transitorios y fue tan fiel como traidor (tache lo que no corresponda) a todos y a todas: Daniel Scioli.
“Scioli es el gran enigma argentino” del presente, asegura Luis Alberto Romero en una conversación con Carlos Pagni en la redacción de La Nación. Se refiere a la presunta incógnita sobre el rumbo de un eventual gobierno naranja.
Romero expresa cierto pensamiento incorregible de la oposición autodenominada liberal que funciona inconscientemente en espejo con el “progresismo” kirchnerista, y que termina dotando al candidato del FpV de un carácter aventurero, audaz o impredecible del que carece por completo. El corazón mismo de la “tribuna de doctrina” continúa el trabajo de embellecimiento que inició 678.
En esta operación coinciden los núcleos duros del kirchnerismo puro y la oposición de derecha: sciolismo es más de lo mismo. Para unos, la continuidad de un populismo propio de la decadencia argentina, para otros la encarnación del “proyecto” en una nueva y floreciente etapa, que tendrá la garantía de fidelidad en el comisariato ejercido desde vicepresidencia y en el kirchnerismo parlamentario que liderará La Cámpora.
Hay un grado de verdad en la aseveración continuista, pero no en el sentido que le conceden los relatos “republicano” y kirchnerista, que muestran al gobernador de la provincia de Buenos Aires como un peligro para el establishment y para el empresariado e invisten de cierta épica a la disputa electoral de agosto y octubre.
Sciolismo es más de lo mismo porque será continuidad del kirchnerismo tardío que ya había echado lastre de toda su narración “centroizquierdista” que fue tan solo una herramienta de los orígenes para la operación pasivizadora.
Pero Daniel Scioli es un político militante de la despolitización extrema, un “fundamentalista del aire acondicionado” puesto a temperatura ambiente. Empatiza con la realidad tal cual es y no tiene las más mínimas intenciones de modificarla. Ya sea una realidad menemista, duhaldista o kirchnerista, siempre que esté al servicio de las clases dominantes, de las cuales fue alguna vez instrumento de entretenimiento.
Por eso gran parte las burguesías nacionales o extranjeras comienzan a preferirlo, incluso más que a Macri, porque consideran que sacarse de encima el residual kirchnerismo (con el que tuvieron roces menores) será sólo una cuestión de tiempo.
La realidad muestra que se agotaron las condiciones económicas que dieron posibilidad a la emergencia de un peronismo de “centroizquierda” y que se impone una agenda de profundizar el ajuste iniciado con la devaluación. El “Lole” volvió a captarlo, pero fiel a su estilo puso su impronta para que el PRO salga "ahí nomás" segundo en las elecciones de Santa Fe.
Scioli cuenta entre sus asesores económicos con un menú de opciones para dos velocidades: Miguel Bein si es posible llevar adelante el ajuste con cierta gradualidad (aunque no menor convencimiento) o Mario Blejer, si se impone un giro hacia el “shock” que dejaría como un tibio reformista al más amarillo de los macristas.
Scioli no tiene secretos ni enigmas, es el agente ideal del nuevo “signo de los tiempos” que siempre tiene en el peronismo pendular, un soporte para el orden.
La única paradoja a develar es la coincidencia perfecta entre oficialistas fanáticos y opositores rabiosos para convertir a Scioli en el depositario de todos los males para unos, y por la misma razón, en la personificación renovada de la épica, para los otros.
Con mayores o menores grados de consciencia, en este punto, sciolistas son todos.

Fernando Rosso
@RossoFer

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