martes, 21 de julio de 2015

Claves del acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán



El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos e Irán, interrumpidas desde la revolución de 1979, está haciendo crujir la estructura geopolítica que dominó el Medio Oriente por casi cuatro décadas.

El 14 de julio, Estados Unidos al frente del llamado G5+1 (los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania) selló el acuerdo con Irán para limitar su programa nuclear a cambio del levantamiento de las sanciones económicas impuestas por las potencias occidentales.
Luego de 20 días de negociaciones febriles en Viena, Irán y el G5+1, bajo dirección norteamericana, firmaron el texto del acuerdo para limitar el desarrollo nuclear del país persa al menos durante 15 años. A cambio, las potencias occidentales irán levantando gradualmente las sanciones económicas impuestas sobre Irán.
El llamado Plan de Acción Comprensivo Conjunto viene a coronar un prolongado proceso de casi dos años de negociaciones interrumpidas, de plazos postergados y de diplomacia secreta norteamericana en varios frentes.
Lo central del acuerdo establece que Irán deberá reducir la cantidad de centrifugadoras que le permiten enriquecer uranio -de las 19.000 actuales a 6.000-, no podrá acumular más de 300 kg de uranio enriquecido de los 10.000 que tiene ahora (que serán exportados probablemente a Rusia) y estará sometido durante 15 años a un régimen de inspecciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica.
El acuerdo recién entrará en vigencia una vez que el Consejo de Seguridad de la ONU transforme el texto en una resolución, es decir, le dé jerarquía de documento internacional, y que se cumpla la primera ronda de inspecciones. Es decir, que el levantamiento efectivo y gradual de las sanciones comenzará a regir a dentro de al menos cinco meses, aunque el régimen iraní diga otra cosa.
Por otra parte, sigue en vigencia por otros cinco años el embargo de armas convencionales que pesa sobre Irán, mientras que Estados Unidos continúa armando a Israel (en mayo el Congreso aprobó una venta de armas por U$ 1.900 millones) y Arabia Saudita viene de gastar, solo en 2014, unos 80.000 millones en armamento.
Ambas partes cantaron victoria, tomando la parte del compromiso que más les conviene. Incluso el ministro de exteriores iraní, Mohammad Javad Zarif, lo definió como una “win-win solution”.
Hasta el gobierno argentino, con objetivos mucho más modestos, se entiende, se subió al carro del éxito, tratando de relacionar el memorándum de entendimiento firmado en 2013 con la República Islámica de Irán para el esclarecimiento del atentado de la AMIA, con este giro copernicano de la política de Estados Unidos hacia Irán.
Evaluando el resultado inmediato de las negociaciones, la mayoría de los analistas hace una primera división entre ganadores y perdedores.
En el bando ganador están:
Barack Obama: la firma del acuerdo es quizás, junto con la normalización de las relaciones diplomáticas y económicas con Cuba, el único éxito significativo en política exterior de sus dos presidencias.
Desde el punto de vista doméstico, Obama busca demostrar a la oposición republicana que no es un “pato rengo” y, como expresó en una extensa entrevista concedida al diario The New York Times, espera dejar como legado un cambio de dimensiones similares al acuerdo de Nixon con China o de Reagan con la Unión Soviética. Esto, junto con la mejora de las condiciones económicas, está haciendo que los demócratas empiecen a ilusionarse con ganar las próximas elecciones.

Irán, en particular el presidente Hassan Rouhani: Para la República Islámica significa salir de la condición de paria internacional a la que la condenó el presidente Bush durante 13 años, cuando lo incluyó junto con Corea del Norte e Irak en su famoso “eje del mal”.
El acuerdo le permite legitimar su programa nuclear, que continuará aunque con limitaciones. Las dos alas del régimen –los reformistas en la presidencia y los sectores más conservadores que dirigen el estado a través del líder supremo Alí Khamenei y dominan el aparato militar y la economía, están capitalizando el resultado del acuerdo. Pueden arrogarse haber evitado la humillación nacional que hubiera significado una renuncia lisa y llana al programa nuclear. Este éxito evita por el momento que se profundicen las fracturas internas del régimen.
Desde el punto de vista económico, Irán se librará de las sanciones impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea, que en los últimos años ahogaron al país, aumentando las disputas internas y el descontento popular. Estos elementos son suficientes para reforzar su rol de potencia regional frente a sus rivales tradicionales, principalmente Arabia Saudita, y darle nuevo aliento a sus aliados como Hezbollah.
Rusia: su ganancia es doble. Desde el punto de vista geopolítico, a pesar de estar en su peor enfrentamiento con occidente por el conflicto de Ucrania, Rusia ha recuperado juego en la política internacional. Obama consideró positivo no solo su rol en las negociaciones, sino también su disposición a buscar una salida negociada a la crisis en Siria. Además, Putin espera retomar la venta de armas a Irán, según se vayan levantando las sanciones, sino que será el destinatario del uranio enriquecido que Irán no podrá almacenar en su territorio.

En el bando perdedor están:

Arabia Saudita: La monarquía saudita teme que la normalización de las relaciones entre Estados Unidos e Irán ponga en riesgo el rol prioritario que hasta ahora ha jugado para la preservación de los intereses norteamericanos en la región.
Históricamente, Irán ha sido el principal rival de la monarquía saudita. Esta rivalidad se profundizó luego de la revolución de 1979, cuya onda expansiva se hizo sentir en el mundo musulmán. El fortalecimiento regional de Irán como efecto colateral de la invasión norteamericana en Irak y el derrocamiento de Saddam Hussein, y la reactivación del enfrentamiento entre chiitas y sunitas, agudizó las disputas con Arabia Saudita, al punto de que varios analistas hablan de una guerra fría entre Irán y Arabia Saudita que alimenta las guerras civiles desde Siria e Irak hasta Yemen.
El potencial de producción de petróleo y gas de Irán, que se desarrollará como subproducto del levantamiento de las sanciones, le dará la dimensión económica a este conflicto geopolítico.

Israel: Las relaciones entre Obama y el primer ministro israelí, el ultraderechista Benjamin Netanyahu, están seriamente deterioradas, al punto de que Netanyahu actúa abiertamente junto con la oposición republicana en el Congreso contra el acuerdo con Irán. Las dos prioridades del primer ministro israelí son evitar que surja un estado palestino y que Irán se fortalezca como actor de peso regional, menos aún que puede adquirir armamento nuclear, algo que es considerado una amenaza directa a la seguridad del estado de Israel. Junto con los halcones del partido republicano presionó sin éxito para que Estados Unidos adopte una política dura contra Irán, que iba desde hacer más estricto el régimen de sanciones hasta algún tipo de intervención militar. Por eso calificó al acuerdo de “un error histórico”.
Esto no quiere decir de ninguna manera que esté en cuestión la alianza estratégica entre Estados Unidos e Israel, pero sí que la relación será tensa hasta el fin del mandato de Obama, lo que podría llevar a algún cambio táctico en la política histórica hacia Israel.
El Congreso norteamericano: tiene 60 días para discutir el acuerdo. Es altamente probable que la mayoría republicana en ambas cámaras vote en contra. Sin embargo, Obama ya anunció que vetará cualquier resolución del Congreso que ponga en riesgo el acuerdo alcanzado con Irán. En ese caso, los republicanos necesitarían una mayoría de dos tercios para derogar el veto presidencial, algo que está fuera de su alcance. Por lo tanto, aunque usarán el debate en el Congreso como otro argumento para la campaña electoral, y mantendrán vigente la ley de sanciones (que, al igual que el embargo contra Cuba, solo se puede derogar por una ley del Congreso), pero no podrán revertir el curso tomado por la presidencia, al menos hasta el final del mandato de Obama.

Pero una cosa es la foto del acuerdo y otra la película.

El giro pragmático de Obama tiene como objetivo lograr la cooperación del régimen iraní para desescalar conflictos regionales que vienen consumiendo los recursos norteamericanos desde hace más de una década: las guerras civiles en Siria e Irak, resolver la ocupación de Afganistán y derrotar al Estado Islámico.
Después de la derrota de la estrategia militarista y unilateral de Bush y los “neocon” Obama parece estar volviendo al tradicional sistema de equilibrio mutuo entre las diversas potencias del Medio Oriente, que le permita a Estados Unidos reorientar sus recursos diplomáticos y militares hacia la región del Asia Pacífico.
Pero más allá de las declaraciones, la situación también dejó al descubierto los límites del poderío norteamericano. Estados Unidos no pudo controlar a sus aliados tradicionales, principalmente Arabia Saudita e Israel, que persiguen sus intereses a través de alianzas cambiantes y no siempre funcionales a la política norteamericana. Esto abona conflictos y enfrentamientos en el marco de una región aún sumida en la inestabilidad y el caos, con estados al punto de la disgregación y una guerra civil al interior del islam que está lejos de haberse agotado. Por eso, la dimensión verdaderamente histórica del acuerdo aún está por verse.

Claudia Cinatti

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